En el centro, dos colegialas se detienen frente a un póster del Festival de Arte Contemporáneo de Manizales. Luego de ver la publicidad, una exclama de manera jocosa: “No… Para entender arte contemporáneo hay que ser muy estudiado o muy marihuanero”.
Este retazo de conversación hace parte de una reacción común hacia el arte, como si fuese un bicho raro que ha de encerrarse en Chipre o las galerías, allí impoluto se conserva, no se contamina con el humo de las calles o los transeúntes. El arte, hace rato que salió del claustro con ganas de oler comidas fritas, tomar un bus, hacer fila, sentir cólicos, ver la injusticia a los ojos y sobre todo, producir de aquellas vivencias una obra que se complemente únicamente al tener contacto con otros. ¿Pero y entonces? ¿Cuál es ese gigante invisible que continúa separando las obras de sus públicos? Alejandra Murcia, Sebastián Rivera y Pedro Rojas, profesores de Artes Plásticas en la facultad de Bellas Artes, lideran el Festival de Arte Contemporáneo de Manizales, para responder esta pregunta.
Todo el proceso de acercar el público al arte contemporáneo, tiene dentro de sí talento suficiente para echar a rodar una bola de nieve, que no deje al artista creando para poner sus obras debajo de la cama. El festival consolidó al departamento de Artes Plásticas de la Universidad de Caldas al recibir esfuerzos constantes de profesores y estudiantes en pro de generar reflexiones e interacciones en el arte contemporáneo.
Como el problema central yace en los formatos cerrados, el festival propuso una metodología abierta para recibir artistas y teóricos invitados. Paul Ardenne, teórico del arte y la estética hizo parte del componente conceptual del evento, con el que se fortalecían debates de un arte capaz de responder a su contexto cercano y a su vez dialogue con fenómenos globales de producción y gestión. Los espacios de reflexión atravesaron el evento con las líneas curatoriales de Prácticas de Resistencia, Regreso al Lugar y Mediaciones e Inmediaciones.
La ciudad habla de lo que se le dé la gana. Vania Caro, artista residente en la casa naranja durante dos semanas, crea un proyecto audiovisual en el marco del festival con las respuestas de quienes se animan a contarle algo. Vania camina la 23 en busca de historias, chistes, rechazos, entabla diálogos, y re-cuenta historias contadas.
Si nosotros no vamos al arte, el arte viene a nosotros, el festival movilizó su programación hacia lugares públicos, resignificando espacios por medio de murales y performances para afectar la cotidianidad de quienes los transitan, de igual manera se dictaron talleres gratuitos, con acceso libre para los interesados en dibujar, pintar o charlar.
Caso curioso: con los eventos, la ciudad se disfraza de artista e intelectual, se viste con las mejores ropas para recibir esas fechas y quienes pasan por ellas, pero al recoger tarimas y despachar invitados por la Nubia o por Pereira, Manizales se quita sus vestiduras para continuar con sectores artísticos no consolidados. Quienes vivimos en la montaña vemos sus dos facetas, si disfrutamos de una, debemos trabajar por la otra; en un año el festival vendrá con más fuerza, con más espacios para cambiar de a poco los imaginarios que alejan el arte de la vida. Mientras tanto ¿qué se nos ocurre? no me diga que asistió a los talleres, disfrutó todos los montajes y no se le prendió el bombillo.