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La Muchacha, un ave con ombligo en Manizales y nido en Bogotá

La migración no es exclusiva de las aves; también afecta a los artistas, quienes a menudo se ven obligados a abandonar sus hogares nativos para florecer en tierras extranjeras. La Muchacha es un claro ejemplo de este exilio artístico, pues en su tierra no encontró el apoyo necesario para impulsar su carrera musical.

Texto: Tatiana Guerrero 

Fotos: Andrés C. Valencia

Cuando Isabel Ramírez Ocampo originalmente se bautizó como La Muchacha Pájaro, fue como si hubiese sentenciado su destino: migrar como las aves.

Isa es hija de Manizales, creció en el barrio Fátima al pie del Cumanday; del que tanto presume la capital caldense, y a través de la garganta de su madre y del parche de amigos descubrió que la música era su vocación y la felicidad que hoy le da pal´caldito.

Manizales es su ombligo, el nombre que inspiró su último álbum, es donde forjó gran parte de su carácter y el punto de partida de su carrera como música. Sin embargo, como muchos artistas de la escena independiente, en marzo del 2020 decidió hacer su maleta y marcharse a la capital bogotana para desplegar sus alas como solista, bajo el seudónimo “Muchacha pájaro”, que rescató de una frase de la canción Vuelvo a vivir, vuelvo a cantar, del argentino Sabú.

Y como dice su canción Agüela:

En su sencillo Pal Monte, La Muchacha parece revelar un poco de lo que llevó al interior de su valija en ese viaje migratorio: Cuatro lunas, un naranjo y todas las rositas del patio… empacaré mi lenguaje, y el recuerdo que no tengo de los cantos de mi abuelo.

Su lenguaje desempacado, contestatario, anti-establishment, insurrecto, reflexivo, rebelde, sanador, empático, popular, resistente, emancipador, la han puesto en el reflector de la escena musical contemporánea y al servicio de la protesta.

A pesar de que su poesía es cruda y con una carga del realismo que enzarza a toda Latinoamérica, muchos han hallado en sus composiciones un refugio, un espejo de sus realidades, el ímpetu para gritar por el territorio herido, por las injusticias, por el acoso, los campesinos, los páramos, las chuchas, por las grietas que dejó y sigue dejando la violencia colombiana.

Y la evidencia de esto, es su obra ‘No azara’, que durante el Paro Nacional del 2021 se convirtió en uno de los himnos de resistencia que animó las calles, las revueltas y más de uno lo tarareó y lo hizo propio.

Su poderosa lírica también acompaña al documental La Igualada, un largometraje de más de una hora, que narra la lucha y el activismo de la actual vicepresidenta de la República de Colombia, Francia Márquez. La canción lleva el mismo nombre del film.

“Yo escribí esta canción porque tengo afinidades con Francia Márquez, no con su partido político, sino por lo que ella es como mujer, quien viene desde Suárez, Cauca, barequeando, haciendo activismo en su comunidad, hasta hacerse la vicepresidenta del país; una mujer afrodescendiente, que rompe el cemento hegemónico de la nación”, aclara Isabel.

La serpiente que muda de pieles e identidades

Al igual que Isabel, muchas artistas han visto en Bogotá el trampolín para prosperar en la industria, no en vano fue declarada por la Unesco como Ciudad Mundial de la Música en el 2012, honor que comparte con Medellín, Valledupar e Ibagué, y un sinnúmero de ciudades internacionales.

Isa parece una trashumante, se ha adaptado muy bien a la fría y lúgubre capital, a sus ritmos frenéticos, los mismos que en 1947 atraparon la mirada de  Gabriel García Márquez, cuando arribó por primera vez a Bogotá. “Me llamó la atención que había en la calle demasiados hombres deprisa, vestidos como yo desde mi llegada, de paño negro y sombreros duros”, narró el escritor costeño.

En Bogotá, la artista ha desarrollado su faceta como serpiente, título que lleva uno de los seis sencillos de su primer disco, Polen. Ha mudado de pieles, de ritmos y de nombres artísticos.

Empezó como Muchacha pájaro, luego lo redujo a La Muchacha y su más reciente cédula artística convoca a crear en bandada: La Muchacha y el Propio Junte, en el que la acompañan el manizaleño Miguel Velásquez Matijasevic (United Fruit Co.) en el contrabajo, y Camilo Bartelsman (1280 Almas) en la percusión. Esta fusión dio vida al cuarto disco, Los Ombligos, en el cual exploran una amalgama de ritmos urbanos, populares, folclóricos, experimentales, vanguardistas, entre otros.  

“El nombre de este compilado responde a un vacío que hay en mi origen. Mi mamá no guardó mi ombligo umbilical. Luego, me di cuenta de que en muchas comunidades entierran esa pequeña tripa en el fogón, la siembran en un árbol o la guardan en un álbum de fotos. Allí me pregunté: ¿dónde está mi ombligo? ¿dónde está mi origen? ¿por qué está tan embolatado?”

Este cuestionamiento llevó a Isabel a una conclusión: “No solo es mi ombligo, son muchos, son puros cordones umbilicales que se atan a un montón de cosas que amo: a Manizales, mi mamá, mi perra, a mis amigos, la banda, a mi compañero de vida, las canciones, el páramo, las montañas, el río, entre otros”.

La añoranza de volver

Una de las trampas de la migración, es el anhelo del retorno al origen. Uno que hace cabriolas en la cabeza de La Muchacha, quien ha dejado entrever el deseo de regresar a Manizales no solo a cantar, sino a vivir. Pero una vez más, esta idea se evapora, pues en la capital caldense su canto no ha recibido el estímulo y apoyo suficiente para seguir echando raíces al lado del Nevado del Ruíz.

Prueba de ello, fue el concierto independiente que se llevó a cabo a finales de mayo en el Teatro Fundadores, donde se fusionaron La Muchacha y el Propio Junte con la agrupación local Tambor Hembra, y que marcó el inicio del tour internacional de la banda en ciudades de Europa y Estados Unidos.

“Unimos nuestras fuerzas desde lo colectivo, independiente y autogestionado. No estábamos patrocinados por la Licorera u otras empresas. Y aunque esto sea intenso y duro, estamos parados intentando colectivizar la fuerza”, señaló la cantautora manizaleña.

El grito de la artista también es para que los entes gubernamentales, las instituciones y empresas se metan la mano al bolsillo y financien los talentos locales, que son la memoria viva de las ciudades, y son la extensión artística de los territorios en los lugares más insospechados del mundo. 

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