Todo comienza cuando tenemos entre 8 y 14 años, y nos llega la primera menstruación. Las organizadoras de la campaña sobre el tema separan a las chicas de los hombres de una forma misteriosa, proyectan un vídeo en el que una muñeca nos dice que los cambios son normales, que las toallas nos van a ayudar a ocultar la sangre y el olor del periodo, pero la cara de cólico y la irritabilidad la tenemos que encubrir nosotras. Después nos devuelven con un paquete de toallas que escondemos de los ojos de los hombres como si fuera droga o algo peor.
Ilustración por: Mariana Ocampo – MO CH.
No solo existen las toallas y los tampones desechables, hay todo un abanico de alternativas para nuestro ciclo menstrual en el que se encuentran las esponjas de mar, las toallas de tela, los tampones reutilizables (hechos de tela absorbente), incluso el sangrado libre, las bragas absorbentes (como las Cocoro que realizan la Fundación Femmefleur de España) y la copa menstrual. Esta última está hecha de silicona médica, lo cual reduce el riesgo de infecciones, irritación y dolor que pueden provocar las toallas y tampones al ser fabricados con asbesto (material cuestionado por su alta contaminación), rayón, dioxina y otros componentes tóxicos que se utilizan para blanquear el algodón. Las copas también regulan el PH e incluso aminora los cólicos menstruales.
A pesar de ser un tema del que se habla hace relativamente poco, la copa menstrual existe desde el siglo XIX, pero su producción industrial no se dio sino hasta 1930. Igual que en esa época como en la nuestra, muchas mujeres se abstenían de usarla por los prejuicios que implica la manipulación de los genitales, y el bombardeo publicitario de toallas y tampones contra un producto al que se le da poca o nula difusión.
Soluciones tradicionales poco ecológicas
Una chica cubierta con una toalla entra en un cuarto que transpira rosado, comienza a buscar la ropa que usará ese día con una sonrisa, pero instantáneamente pone los ojos en blanco al recordar que tiene el periodo. En otro cuadro, una chica se queja del calor que siente en esos días en su zona íntima, y cual Elsa de Frozen, es rodeada de un viento helado mientras sostiene unas toallas “Frescura eXtrema”, sobre las que cae un líquido azul que no resuelve lo que es y lo que hizo con la sangre de su menstruación. Así es como la publicidad de una reconocida marca de toallas higiénicas, tampones, protectores y otras chucherías, muestra la menstruación como un problema o unos días que hay que disimular, o que no tenemos por qué asociar con un sentimiento distinto a la desidia.
La copa menstrual es un producto que genera pugnas o luchas de parte de las mujeres hacia todo lo que se nos ha enseñado, desde la relación con nuestros cuerpos hasta el impacto que los artículos tienen en el medio ambiente. Según Acción Fem, organización feminista de Temuco, Chile, que vela por la igualdad entre mujeres y hombres:
“Las mujeres menstruamos aproximadamente 5 días al mes. En un año son entonces 60 días. Por lo tanto si menstruamos durante aproximadamente 40 años, sería un total de 2400 días u 80 meses o 6,7 años que equivalen a 6 años 8 meses y 2 semanas”.
Concuerdo con Ana Díaz, columnista del portal Belelu, al afirmar que son demasiados días de nuestra vida como para odiarlos tanto.
En términos ambientales la cosa se pone el doble de seria. Nuestro proceso natural mensual supone que, debido al monopolio de las toallas higiénicas y los tampones, muy pocas mujeres llegamos a conocer las alternativas para el periodo y recurrimos entonces a soluciones tradicionales. A lo largo de nuestra vida usamos aproximadamente 13.000 toallas higiénicas. Si cada toalla después de usada pesa 5 gramos, producimos 65 kg de basura al año solo en toallas higiénicas. En cuarenta años son 2.600 kg de basura, y si multiplicamos esto por el número de mujeres que menstruamos en la ciudad, país y planeta, la cifra sube a toneladas de basura que no se degradarán rápidamente, pues cada toalla demora 500 años en hacerlo. Es decir, ni siquiera la primer toalla usada en 1895 ha pasado por este proceso.
Mariana Arias, ingeniera agrónoma de Manizales, quería hacerle un aporte al planeta más allá de reciclar, y después de conocer las copas menstruales descubrió que a través de estas podría realizar dicha contribución. Hace año y medio creó, junto a su hermana Lina Paola Arias, la empresa Isha (mujer en hebreo), por medio de la cual venden copas menstruales en diversos sectores del país. Lina abarca lo que es Manizales, Mariana Villavicencio, y también cuentan con una distribuidora en Norte de Santander.
Al darse a conocer a través de páginas en Instagram y Facebook, Mariana cuenta:
“He descubierto no solo la repulsión de las mujeres a la sangre, sino que nosotras no tenemos autoestima, nos dicen que esos días del periodo son malos, que hay que vivir sin vivirlos, y uno se acostumbra a vivir con eso –el periodo- sin decírselo a nadie”.
La copa se inserta como un tampón pero no tan profundo, y este es un factor que muchas veces acompleja o preocupa a algunas mujeres. Para esta ingeniera, lo más difícil de familiarizar a las personas con este producto son: la preocupación porque no es desechable, ver la sangre contenida en un recipiente, el inmenso tabú que existe al hablar de la menstruación y el órgano sexual femenino, que la copa es un elemento intravaginal y que la mayoría de las mujeres no conocen su cuerpo.
Saida Castillo, madre de Mariana, tiene 47 años y no es muy amiga de los cambios, sin embargo hace año y medio comenzó a usar la copa menstrual y la sedujo la comodidad. Comenta que:
“Con las toallas la sangre se descompone al tener contacto con el aire y se nota el olor, en cambio la copa no genera olor porque se encuentra todo el tiempo dentro de la vagina”.
El objetivo de Isha es que la copa llegue a tantas mujeres como sea posible, es por esto que por cada unidad que se vende se destina un porcentaje para donar copas a mujeres en situaciones vulnerables como las que están en la cárcel o en la calle. Mariana y su hermana tienen el producto pero no el acceso a estos centros o acercamiento a dichas mujeres, por lo cual buscan fundaciones que puedan ayudar con esta labor. La limitante es que es un producto que no se entrega “como arroz”, se debe hacer educación, culturización y seguimiento a las mujeres que reciban las donaciones.