Texto por: Julieth Murcia
Es indispensable que para preparar el menú que le presentaremos a continuación, usted como lector tenga claro algunas recomendaciones:
El ser humano necesita en promedio un millón de litros de agua durante su vida para temas relacionados con su aseo personal. En ese proceso gasta 411 productos para el cuidado de la piel. A medida que crecemos generamos más desperdicios derivados de la comida como envolturas y papeles, hasta acumular una cifra cercana a ocho toneladas y media de desperdicios*. No hace mucho tiempo, todo lo que necesitábamos en la vida era apenas un pequeño taparrabos y un arma para cazar. Actualmente acumulamos más productos y basura a medida que pasa el tiempo, esto sin contar con los residuos tecnológicos proporcionados por el desuso.
Fotografías por: Andrés C. Valencia
Si tan sólo el cinco por ciento de las personas en el planeta se encargaran de elaborar estrategias medioambientales para prevenir el impacto de consumo; se podría establecer un cambio en un elevado porcentaje del derroche humano, lo que podría ir evolucionando en un hábito hasta convertirse en una realidad y una misión social. Esta es la razón que ha llevado a que miles de personas se movilicen cada vez más para mejorar la salud del planeta, y es una motivación que ha hecho que una persona considere las llantas como un producto reutilizable y de decoración, una delicada y responsable labor, que ha planteado en su creador un pensamiento distinto de los objetos que nos rodean.
Juan Martín Hoyos es un manizaleño egresado de Biología de la Universidad de Caldas, quien hace apenas pocos años consolidó un proyecto de vida en el que realmente quería dedicar su tiempo y sudor: el reciclaje de llantas para crear productos de uso doméstico como sillas y mesas. Dicha labor fue explorada a raíz de un trabajo que realizó con un amigo que estudiaba Diseño Industrial, en el cual aprendió otros usos que podría darle a estos desperdicios.
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“Antes de graduarme tuve una exploración personal de apertura de consciencia y allí me di cuenta que quería trabajar con las manos. Les comuniqué a mis padres que me inclinaba por algo más que la biología. Seis meses después del descubrimiento comencé esta labor”.
Dice entre sus primeras frases.
Esta labor, afianzada como empresa 361 Grados, es una apuesta que ha venido consolidando este joven, que con 29 años ha logrado aprender, no solo de su trabajo, sino de él como persona. “El trabajo ha sido empírico en temas de ingeniería, ya conozco más el material, y la Universidad Nacional me ha colaborado con estudios de resistencia; los cuales nos han hecho saber que las sillas soportan hasta 220 kilos y los bancos 250”.
Las llantas provienen de algunos desperdicios generados por las empresas y otras son donaciones. El insumo de trabajo va a parar en pequeñas montañas, a una humilde casa llena de murales pintados conocida como La Casa de Colores, vía Alto el Perro. En este pintoresco lugar vive y renta el espacio para su taller.
La filosofía de la empresa está basada plenamente en la conservación del medio y el reciclaje, para eso no usa ningún producto contaminante ni tóxico como pegamentos o sintéticos. En vez de ello emplea adhesiones mecánicas, tornillos, vidrio y cáñamo, para ser de esta manera consecuentes con el medio y no generar más residuos. Su nombre hace referencia al uno (361º) como la posibilidad de que los objetos vuelvan a tener vida útil, y se genere otro proceso distinto.
Hasta el presente ha logrado reutilizar alrededor de 12 toneladas de llantas y neumáticos e interviene un promedio de 100 a 120 llantas al mes, de donde sale los 12 productos garantizados y comercialmente validados en el momento.
Su inspiración de vida y lucha está basada en una promesa que alguna vez realizó a dos seres queridos que ya fallecieron. “A ambas personas en su lecho de muerte les prometí que iba a ser feliz, y les voy a cumplir. Me inspiro en la felicidad presente también, que me motiva a seguir trabajando, y en el rostro de esas dos personas”, asegura con total convicción y deseo.
Este proyecto que comenzó con una revelación en su vida ha dejado mucho de ganancia, y el esfuerzo ha comenzado a arrojar resultados. Como persona, Juan Martín cuenta que ha saltado de la adolescencia a la adultez, permitiendo así una tranquilidad y realización personal.
“ES EL MOTOR DE CADA DÍA, ADEMÁS LA EMPRESA ME SOSTIENE Y TAMBIÉN A MI FAMILIA. HE RECIBIDO RECONOCIMIENTOS A NIVEL NACIONAL EN EMPRENDIMIENTO E INNOVACIÓN Y LO MÁS IMPORTANTE, LA SATISFACCIÓN DEL CLIENTE POR UNA BUENA LABOR”.
Martín no le tiene miedo al futuro, porque sabe de qué está hecho. Su deseo es conservar la labor artesanal de su empresa e incrementar ventas como forma de cambiar el hábito de consumo, sin que eso implique la industrialización del producto y la pérdida de la filosofía.