Calculo que el calor puede llegar a los 35 grados, el sol agobia los rostros que circulan por el centro de la ciudad; este día finalmente promete dar solución a ese pequeño, pero gran problema que llevo a cuestas desde hace un rato, proteger mis ojos de los cada vez más fuertes, radiantes e imparables rayos del sol manizaleños.
Fotografías por: Lania Lex
Me dirijo con anticipación y ansiedad, al que me fue descrito como un lugar único y muy diferente, en el cual uno mismo debe encargarse encontrar lo que esta buscando, y donde nadie me diría, «a la orden, sígase sin compromiso».
El Bisel es su nombre, uno más de los pequeños locales comerciales de la ciudad, uno de los cuales, como personalmente fui testigo, siempre están llenos de historias.
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La música clásica ambienta el curioso lugar dejando fluidas y precisas notas musicales en el aire. Una colección de objetos extraños pero muy interesantes, fue lo primero que nos encontramos.
Ángeles en las paredes, relojes de diferentes formas, colores y tamaños; y así como los llamaría nuestro protagonista, los “chécheres”, eso sí, todos con cara de contar con una larga historia detrás suyo.
Alcancé a ver la figura de alguien que se va dibujando en el fondo del local, un tipo de pelo largo y pinta descomplicada, que, sin embargo, emite la sensación de ser bien organizado, eso sí, ¡a su manera!
Alguien me dijo una vez: «…ese trabajo suyo es muy noble, porque así sea un medico cirujano, el no puede hacer lo que sabe hacer sin sus lentes».
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Nestor Salazar Osorio o como le llaman algunos “El señor de las gafas”. Manizaleño de pura cepa, lleva 35 años fabricando los lentes que han ayudado a ver de nuevo a al menos a tres generaciones en la ciudad.
«No es con la profesionalidad del trabajo, si no con el amor y la dedicación que se haga ¿si ve? Todo, así sea barriendo, no hay que sentirse uno menos ante un matemático, un científico o un filósofo, porque así como estos le sirven a uno, uno le sirve a ellos también».
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1979, fue el año en el que la oportunidad se le cruzó con el destino, y así tras largos años de «trabajo duro y sufrimientos” como lo dice él mismo, aprendió con constancia sobre el negocio de las gafas, de los lentes, y aún más, del oficio de ayudar a que las personas vean a 20/20 de nuevo.
«El recuerdo más bonito que tengo ejerciendo mi profesión, durante todo este tiempo, fue el día en que un abuelo que tenia cataratas vino a la óptica donde yo trabajaba, me busco personalmente y me agradeció con el corazón que le hubiera devuelto la visión».
Le pregunto si puedo mirar las gafas que tiene en su almacén, me dice «bien pueda mire a ver si hacemos negocio». Yo busco y busco entre el árbol gigante de marcos que hay en una esquina, pero no hay nada particularmente atractivo…
Finalmente, encuentro un marco que me llama la atención, me lo pongo, el color de sus lentes me sorprende. Nestor me cuenta que él restaura marcos reciclados, les hace lentes nuevos, y que además los tintura él mismo.
«Esas gafas son únicas», me dice al verme interesado por aquellas gafas; me dejó sin argumentos y hacemos negocio. Mientras pula con delicadeza un par de lentes que está tratando de encajar en un viejo marco, le hago una pregunta que surge de la charla apasionada acerca de su labor…
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¿Qué le parece lo más lindo de su profesión?
«Ver como de un mugrero, puede salir algo tan diáfano y cristalino como un lente que le devuelve la visión a la persona. Llegó la luz».
¿Cómo llegar?