Columna de opinión por: Juan Pablo Naranjo
Ilustración por: Santiago Espina
La cuarentena es una situación nueva para todos, y aunque algunos gobiernos planean levantarla gradualmente, muchas predicciones de científicos y de expertos en salud pública plantean la posibilidad de que en los futuros meses vivamos cuarentenas intermitentes debido a que los picos de la pandemia pueden volver a elevarse.
Es posible que algunos, quizás los más afortunados, podamos permanecer encerrados tratando de cuidarnos y de mantener algunas de las funciones académicas, sociales o laborales que desempeñamos normalmente, algunos lo vivimos en compañía, y otros solos, pero hay algo que sin duda nos conecta a todos de una manera muy similar, todos en cuarentena estamos encerrados con nosotros mismos.
La cuarentena, de forma casi inevitable, nos ha confrontado con nuestro propio pensamiento, emoción y comportamiento y, para muchos, este puede ser un escenario nuevo, extraño, incluso aterrador. En esta lógica, dos opciones surgen ante nosotros.
La primera es tratar de evitar lidiar con este dilema, tratando de llenar todos los momentos con trabajo, actividades o información; la consecuencia lógica de esta ruta es una pronta saturación que nos hará sentir cansados, irritables, desconfiados y hará de la cuarentena un período difícil de tolerar.
La segunda opción es empezar a explorar ese mundo interno, empezar a contemplar esos pensamientos, esas emociones y esa infinita potencialidad que existe en cada uno de nosotros; y aunque no planteo que ésta sea una opción fácil de tomar, la consecuencia será un tiempo de encierro más tranquilo, llevadero y menos angustiante. Para ello, considero que hay algunas pautas y algunas claridades que pueden ayudar a dar los primeros pasos en esta dirección.
¿Qué hacer con el Aburrimiento?
¿Es el aburrimiento algo necesariamente malo? La psicóloga Erin Westgate nos indica que el aburrimiento es un estado emocional, así como estar enojados, tristes o felices, y como cualquiera de estos estados emocionales, no necesariamente debemos catalogarlos como algo malo o bueno.
El aburrimiento tiene una función importante, señalarnos que no estamos significativamente comprometidos con la situación o la actividad a la que nos estamos enfrentando, ya sea porque es muy fácil, muy difícil o porque no representa algo importante para nosotros. En este sentido, podemos observar dos cuestionamientos importantes:
¿Lo que estoy haciendo tiene algún sentido o importancia para mí?
Si la respuesta es afirmativa, recordar el sentido de lo que estoy haciendo me puede reconectar con la actividad; para esto es importante hacerme la pregunta “¿para qué estoy haciendo esto?” Si la respuesta es negativa quizás deba cambiar de actividad y buscar algo que considere más importante y que esté más cargado de significado y sentido.
¿”No hacer nada” me representa un problema?
En nuestra sociedad es muy común encontrar creencias asociadas a la productividad y al “hacer” como valor fundamental de un sujeto relevante. El “no hacer” puede ser visto desde esta escala de valores como algo negativo.
Un tiempo de “no hacer” necesariamente implica desconectarse de todas las actividades, sentarse o acostarse sin más objetivo que estar presente. Si esto representa un problema, es una buena oportunidad para cuestionarse por qué lo es, si necesitamos cuestionar la escala de valores en la que hemos ubicado el “hacer” como algo virtuoso, y si necesitamos volver más amables algunos de nuestros pensamientos hacia nosotros mismos para poder estar tranquilos en los períodos de tiempo donde no estamos haciendo algo “productivo”. Una alternativa puede ser pensar en escenarios positivos en el futuro, imaginar o fantasear con cosas agradables y así hacerse más amigo de ese “no hacer” tan satanizado y a veces agobiante.
Reclamar la imaginación y la utopía como escenario del que hemos sido desterrados porque la vida cotidiana, demandante en tiempo y consumo, no nos permite imaginar nada diferente.
Los seres humanos hemos evolucionado en sociedad, nuestros ancestros, cazadores, recolectores y agricultores lograron subsistir gracias al comportamiento social, a juntarse con otros para protegerse, alimentarse y compartir información. La soledad, entonces, no parece ser el estado al que deberíamos estar más acostumbrados.
Se puede preguntar uno si algo anda mal cuando nos sentimos incómodos con la soledad, y la verdad es que no hay nada extraño en experimentar estos sentimientos negativos frente a esta situación, es posible cambiar la perspectiva con la que se mira la soledad y así encontrar algunas ventajas o ganancias.
Encontrarse en soledad permite escapar de la presión de pares, de la presión social, nos permite pensar en quienes somos mientras el otro no nos está mirando, mientras no estamos siendo juzgados bajo la lupa de las expectativas sociales. Estar solos nos permite construir una identidad basada en lo que es importante para nosotros mismos, nos permite darle relevancia a algunas ideas en las que no nos sentimos respaldados por los demás. En esta soledad podemos encontrar aspectos que valoramos y encontramos importantes, con un poco de cuidado y atención estos aspectos pueden convertirse en virtudes.
¿Qué hacer con el duelo?
Muchas de las emociones que estamos viviendo se deben a un proceso de duelo, que no es más que un proceso de adaptación emocional ante una pérdida. Durante esta pandemia hemos perdido todos en diferentes medidas, ya sea que extrañemos nuestra libertad de salir a la calle, extrañemos la posibilidad de encontrarnos con los demás, que hayamos perdido el empleo, que sintamos que el mundo no va a ser igual al mundo que conocíamos o que, literalmente, hayamos perdido a seres queridos a causa del virus, todos sentimos que nuestra noción de realidad ha cambiado y ese cambio necesariamente nos implica vivir un nuevo paradigma que quizás no estábamos listos para aceptar.
Aún no sabemos cuándo podremos recuperar la sensación de normalidad ante esta crisis, seguramente muchas cosas cambiarán y tendremos que adaptarnos a ellas, mientras tanto es importante permitir que estas emociones surjan de una manera en la que podamos convivir con ellas. Es normal sentir rabia o sentir que lo que ocurre no es justo, es normal sentir frustración por aquellos proyectos y planes que no se pudieron cumplir, es normal sentir tristeza por lo que hemos perdido y por las renuncias que hemos tenido que hacer, es normal sentir ansiedad porque el futuro es incierto y porque no tenemos referentes de ninguna situación similar en la historia reciente.
Durante una situación de crisis, lo normal y esperable es que las emociones fluctúen y se muevan constantemente. No dejar que estas emociones se manifiesten y se expresen nos puede llevar a tener problemas con el sueño, dificultades en la convivencia con los demás, afecciones de salud y desgaste psicológico.
Para permitir la expresión de estas emociones podemos recurrir al dibujo, a la escritura, al canto o a la interpretación de un instrumento, a la danza, a la conversación o a cualquier forma de arte que nos permita expresar la manera en la que estamos viviendo estas emociones. Es importante anotar que acá no buscamos perfección, lo importante es concentrarse en lo que sentimos y hacer alguna actividad que nos permita manifestarlo y sacarlo de nuestro interior para plasmarlo afuera. Indudablemente esto requiere de un acercamiento a nosotros mismos, la soledad en este caso juega a nuestro favor.
De no ser posible o de encontrar dificultades para expresar lo que sentimos por medio de estas actividades, es conveniente buscar la ayuda de un profesional de la salud mental, quien nos ayudará a identificar esas emociones y nos dará pautas para tramitarlas de manera adecuada.
Las dinámicas que se han impuesto frente a la crisis nos han llevado a vivir escenarios que antes nos eran impensables, para adaptarnos a ellos requerimos de la flexibilidad que, afortunadamente, es una de las características que a nuestra especie más le ha servido para sobrevivir el tiempo que lleva en el planeta.
Entonces, que esta sea una oportunidad para reencontrarnos con lo esencial, para reevaluar nuestros estilos de vida, para extrañar y llorar lo que hemos perdido, y para encontrar en nuestro interior los recursos y la fortaleza que serán necesarios para construir el mañana en el que viviremos después de la crisis.