Texto por: Rafael Santander Arias
Fotos por: Juan José Peñaranda
La vista al interior del Centro Cultural del Banco de la República de Manizales es particular. No parece haber interés en la cultura de parte de los allí presentes, más preocupados por comer, leer el periódico o recostarse en una silla cómoda. De esta manera lo vemos desde el exterior, pero para los empleados del Centro Cultural la vista es muy diferente. Cada uno de los visitantes de este edificio es importante y valioso para todo el personal que allí trabaja. En cada uno de estos transeúntes que casualmente utilizan las instalaciones del edificio existe el potencial de convertirse en un nuevo miembro activo del Centro. La historia, según cuentan los empleados, es más común de lo que parece. Gente que llega a descansar, empieza a participar de las actividades culturales y termina afiliada poco después, lo que suscita la pregunta ¿qué invita a que se queden estas personas en el banco?
Contenido en coproducción con:
En el corazón del centro de Manizales, distanciado por apenas una cuadra de la plaza de Bolívar, sobre los cimientos del antiguo banco, se eleva el edificio del Centro Cultural. Ubicado en la carrera 23 con calle 23, este edificio con vigilancia privada tiene las puertas abiertas a todo el público. No solo nos recibe a todos, también nos espera y nos invita. Prueba de esto son sus instalaciones y servicios, diversos y con múltiples propósitos y, además, en constante evolución y expansión. Y aquí está la primera de las claves para entender cómo y por qué los visitantes casuales se quedan: la cantidad y variedad de servicios y espacios que ofrece a todo el público.
Diversidad a pedir de boca
La colección del Banco alberga en sus 9 pisos el esfuerzo de décadas por conservar el Patrimonio Cultural de Colombia y de la región caldense. Conscientes de que la cultura es un organismo vivo, la institución mantiene su gestión de reunir a toda la comunidad para que se apropie de sus colecciones, pero en ningún momento presiona a nadie a hacer uso de ellas y está más que satisfecha de que se aprovechen estos espacios dispuestos para la ciudadanía.
Además del catálogo de libros, también hay revistas, periódicos, música y películas en físico sin contar el inmenso catálogo digital de recursos que puede ser consultado por visitantes y por los afiliados de la biblioteca desde cualquier lugar. El Banco, adicionalmente, hace una gran inversión para mantener actualizadas sus colecciones para apoyar a la gente en su educación, sea cual sea su nivel de escolaridad. «El Banco de la República hizo mucho por mí. Yo estudié literatura y fue en su biblioteca donde conseguí los libros que necesitaba, donde podía venir a estudiar y no solo estudiar, también a hacer pereza y a estar con mis amigos», dice Beatriz Mejía, empleada del banco desde hace 6 años.
Y es que, claramente, la idea de la biblioteca convencional no aplica para el Centro Cultural. No solo porque su colección, como ya se mencionó, posee mucho más que libros. También porque este espacio se piensa como un lugar donde se puede trabajar, estudiar, crear, recrearse y descansar.
Un refugio primero que todo
Los primeros usuarios del banco no son ni siquiera los de la biblioteca, son las personas que necesitan un lugar para protegerse del sol y de la lluvia o que necesitan un descanso después de una mañana larga de caminar y hacer vueltas en el centro. De ahí que en su primer piso no se vea nada relacionado con la biblioteca. Apenas sillones, mesas, periódicos del día y un mostrador que reza Orientación donde se puede acercar cualquier persona con preguntas sobre el centro, sus espacios, actividades y servicios.
En este primer piso también se encuentra la sala de música, un auditorio en el que se dan conciertos, muy populares entre la ciudadanía porque conectan a la ciudad con música de la región y del mundo. Juan Sebastián Rosas, encargado de esta sala nos habla del amor que le tiene la gente a estos eventos, con muchos asistentes que esperan hasta el cierre del evento para ir hasta el escenario a tomarse fotos con los músicos y nos habla de su experiencia más interesante en la sala. «Para mí el concierto más interesante fue el de una señora Americana pero de ascendencia china, Wu Fei, que tocaba un instrumento tradicional, el guzheng, eso por acá no se ve todos los días. La sala se llenó y hubo gente que se quedó por fuera con ganas de entrar», dice.
Aparte de estos conciertos, la sala de música también es un espacio para conversatorios y para una forma particular de concierto, las audiciones dialogadas, un espacio musical y académico realizado en convenio con la Universidad de Caldas en los que además del espacio para apreciar la música los directores comentan sobre las obras que presentan.
La cultura se difunde y se crea
Con el objetivo de mantener vivo este Patrimonio Cultural nacional, regional y local, el banco está en un constante proceso de apropiación social del conocimiento. Además, de la serie de talleres semanales que ofrece la sede, en la cual la cultura se vive a través de clubes de lectura para todas las edades, talleres de pintura, de cómic y de escritura, entre otros. Estos talleres se realizan en la sala infantil y el laboratorio de creación. Espacios especiales para la creación y la interacción, en los que la cultura no se consume pasivamente, sino que se la resignifica a través del diálogos y de las creaciones personales y colectivas que se realizan en estos espacios.
El laboratorio de creación es un lugar que se puede usar libremente para el trabajo en proyectos personales donde se puede disponer de recursos tecnológicos como computadores con software para el desarrollo multimedia y tabletas graficadoras, además de ofrecer un espacio amplio para el trabajo colectivo en mesas modulares. De aquí han surgido los dos procesos curatoriales de la sala de exposición del Centro Cultural, «El rigor de la mirada», desarrollado por líderes y lideresas de Manizales considerando especialmente la equidad de género y diversidad sexual a partir de la colección del Banco de la República y «Miradas», construida a partir de la colección Museo de Arte de Caldas con obras de artistas regionales.
Víctor Jurado, profesional Jr. y encargado del Laboratorio de creación y de la Sala de exposición narra cómo el Centro Cultural del Banco de la República cambia vidas. Cambió la suya, así como lo ha hecho con otros auxiliares y, más importante, con usuarios de todas las edades, contextos y necesidades. Ejemplos como el de «doña Yolanda», una de las curadoras de «El rigor de la mirada», trabajadora sexual de la ciudad que a través de su proceso curatorial pudo cambiar su mirada con respecto al arte, la cultura y su lugar en el mundo.
Víctor también cuenta historias de personas como la «niña Sofía», quien después de su fallido intento de ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Caldas, estuvo un semestre encerrada en la biblioteca estudiando y logró ser el primer puesto el semestre siguiente de los aspirantes a Medicina tanto en la Universidad de Caldas como en la Universidad Tecnológica de Pereira.
Entre estos miembros de la comunidad que recuerda con más cariño el funcionario, nos habla de las palabras de «don Gerardo», un visitante frecuente: «Desde que los conozco a ustedes soy más feliz». Estas palabras resumen y le recuerdan el valor de su trabajo y también su función esencial, contribuir a la alegría y el bienestar de cada visitante.
Salas para toda la población
Para los niños y jóvenes está dispuesta la sala infantil, pensada para ser un espacio familiar que reciba desde bebés hasta niños de trece años, pero que también, según las palabras de Daniela Orozco, encargada de la sala «también está dispuesta para niños grandes». Además de libros y cómics, la sala presta juegos de mesa, títeres y elementos para hacer manualidades. Entre sus estanterías se pueden ver adultos afiliados buscando libros para llevar a sus hijos y otros que estudian las ilustraciones presentes en las obras.
En esta sala se realizan trabajos con los colegios y escuelas como la mediación de lectura, el taller del ahorro y los talleres con maletas didácticas en las que los niños pueden aprender de manera lúdica sobre la colección del Museo del Oro y la cultura de nuestros pueblos ancestrales. Además, para un público mayor se pueden programar recorridos institucionales por el centro cultural en su totalidad o por la sala de exposición exclusivamente.
De la sala infantil surgió la idea de ubicar en la entrada una selección curada de material en superficies de exhibición para que en la hora de cierre, entre las doce y las dos de la tarde, los visitantes tengan acceso a una muestra de la colección de libros de cada espacio. El éxito de esta idea llevó a que en cada una de las otras salas se ofrezca mensualmente una selección de libros, cómics, revistas y discos, invitando a los curiosos a tomar esos materiales para acercarse a las colecciones sin sentirse abrumado por su inmensidad.
Un compromiso con el medio ambiente
Así como parte de nuestra cultura está vinculada al material didáctico de la biblioteca: literatura, cine, música y cómics. El Centro Cultural también es consciente de que la forma como nos relacionamos entre nosotros y con las demás especies animales y vegetales es parte de nuestro patrimonio cultural, uno legado sobre todo por los ancestros que habitan desde hace siglos estas tierras.
Por esta razón es notable el interés de que desde el edificio se comunique y se transmitan estos valores de preservación del entorno como parte del patrimonio cultural inmaterial del país y la región. Una terraza con grandes páneles solares que alimentan la energía de todo el Centro. Con el mismo propósito en mente, en todos los espacios al aire libre, un sistema de pisos flotantes permite recoger el agua lluvia para utilizarlo dentro del propio edificio en los sanitarios y el sistema de riego en los diferentes espacios verdes.
Además del jardín vertical en el primer piso y de una huerta de plantas aromáticas en el tercero. En la azotea del noveno y último piso se está desarrollando una huerta comunitaria. Esta se perfila como un espacio pedagógico en el que se puede enseñar sobre los procesos de cultivo y de las especies vegetales de la región, así como también invitar a la comunidad a apropiarse del espacio. Esta es una de las estrategias del Centro para vincular a la ciudadanía con el edificio. «La gente se queda porque la idea de disfrutar y cuidar de lo público la tenemos internalizada», dice Laura Jaramillo, también funcionaria del Centro.
El disfrute y la apropiación de lo público
La conversación con Laura permite entender un poco más de este relacionamiento del Centro con los visitantes casuales y de cómo se convierten en habituales. «Este es un espacio que todos los días alguien descubre», con esto se refiere sobre todo a quienes entran al banco sin un propósito anticipado. Según ella, es muy común que regresen y que terminen haciendo parte de la comunidad del Centro Cultural. «Las zonas de descanso, la vista y los espacios verdes atraen; los libros, la tranquilidad, la programación cultural y la calidad de los talleristas atrapa».
De esta manera queda claro cómo todo en el centro hace parte de un sistema pensado con el objetivo de la preservación de nuestro patrimonio y de esa manera reforzar el sentido de ciudadanía invitando a participar de la cultura, entendiéndola como una acción y no como un sustantivo. A través de las curadurías, las visitas guiadas, los conciertos, los conversatorios, los clubes y las colecciones se dinamiza este conocimiento contenido entre sus paredes. A través de los talleres de creación, por otro lado, la cultura se actualiza y se transforma. El espacio invita a la apropiación, a la cohesión, a la creación colectiva; es un espacio que da, que reúne y entrega como si se tratara de un fuego. Y este fuego que se le ofrece a la comunidad se convierte luego en uno que se conserva gracias a sus miembros, transformados después de las experiencias que se viven entre estas paredes.
Le puede interesar: