Texto por: Rafael Santander Arias
Fotos: Andrés C. Valencia
Estela, montaje a cargo de la compañía L’explose y presentada este viernes 6 de septiembre en el Teatro Fundadores, escenifica con delicadeza sutil y sugerente belleza el ciclo natural de la vida.
La primera imagen de Estela es aterradora. En ese escenario en casi total penumbra, poblado por el eco de unos sonidos acuosos, de voces distorsionadas y palpitaciones acompañan la revelación de una figura sin rostro vestida de blanco que se acerca. Se nos presenta una imagen enigmática e incomprensible, por fuera de cualquier significado, aparece la angustia. La desorientación no se alivia con la escenografía, sus chamizos plateados ubicados en filas comunican una idea de muerte y esterilidad. Pronto, esa criatura se puede distinguir como figura femenina —más bien feminoide— que camina con dificultad mientras la antinatural posición de su cuerpo impide determinar si la intérprete camina arqueada de espaldas o hacia el frente con su cabello colgando delante.
La figura se regresa después de haber dejado en el suelo a una niña cuyo cuerpo apenas responde, que con el avanzar de los compases musicales cobra un vigor progresivo y de repente el ominoso pasillo de chamizos se llena de la alegría y gracia de esta niña que juega entre los árboles hasta que llega un lobo. Contrario a la tradición narrativa, este lobo no es peligroso, es una mamá loba que cría a esta niña que crece frente a nosotros hasta que ya tiene suficiente edad para valerse por sí misma en el bosque.
La niña se separa de la madre loba, quien se queda al margen de la acción, cargando chamizos al hombro fuera del escenario mientras esta joven pasa a la pubertad. Debe aprender a controlar su cuerpo que continúa desarrollándose para después descubrir su feminidad y gracia y durante este proceso la vemos transformarse en una mujer adulta que despliega su gracia en el escenario, entre los chamizos que tira al suelo con alevosía hasta que el deseo se manifiesta en su cuerpo y desaparece tras el escenario para reaparecer como una mujer madura que se observa, que se reconoce en su cuerpo y lo celebra ante una luz lunar y un grupo de mujeres la acompañan. Una de ellas canta un réquiem apacible y finalmente la niña que vimos al inicio deja frente al escenario el brote de una planta verde.
La descripción de todas las acciones es necesaria aunque la narración no le hace justicia a la experiencia, ni tampoco la interpretación a la obra. Estela le apuesta a imágenes arquetípicas, a símbolos intraducibles, al lenguaje del cuerpo y su movimiento. El sencillo hilo narrativo nos permite leer la base: estamos frente al relato de toda una vida desde el parto hasta la muerte.
En conversación con las bailarinas, una de ellas hablaba de cómo la obra la propone el fundador de L’explose, Tino Fernández, en honor a su difunto padre. Inconclusa tras la muerte de Tino, la retoma en la dirección Juliana Reyes a modo de despedida también para el maestro.
Estela es tanto sustantivo propio como común, es el nombre de una mujer y la palabra que describe el rastro que deja un objeto en movimiento al atravesar un espacio. Esta obra celebra el movimiento, la trayectoria, la vida en su devenir y el adiós como un origen, no como un final.
La obra artística, como imitación de la naturaleza entiende el ciclo vital como una expresión del ciclo cosmogónico, el mito del origen a partir de la nada, la expansión, la posterior retracción y el regreso a la nada a partir del cual es posible un nuevo origen.
A través de la música que combina sonidos concretos como el de las manecillas de un reloj y orgánicos como el de un corazón palpitante, el devenir permanece en el primer plano de la obra. Este discurrir del tiempo que es también esencial para la danza se lo trata sin ningún asomo de angustia. La vejez y la muerte se ven con dignidad y cariño, y nuestra envoltura física de la misma manera. El cuerpo femenino se exhibe desnudo sin pudor como un milagro hermoso y divino, tanto el joven como el maduro.
Ese sería el último componente fascinante de Estela, su trabajo de iluminación tan cuidado que nos transporta a una noche clara de luna llena, que pone al descubierto sin morbo las formas del cuerpo femenino y las descompone en abstracciones y proporciones apreciables más allá del erotismo.
En contraste con el ominoso horror del prólogo, la sensación de felicidad, maravilla y belleza que transmite el resto de la obra parece un comentario: «lo más difícil es nacer» y en medio del devenir de la vida, este tipo de obras nos lo recuerdan para que podamos, sin miedo, encarar el paso del tiempo.
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