Llegué a la Universidad de Caldas a las 10.30 de la noche, el frío y la lluvia no quisieron ofrecernos un ambiente amañador para la obra que ya estábamos dispuestos a ver hasta la una de la mañana. Hice la fila, entregué mi boleta y el protocolo de siempre seguía siendo el mismo. Todo cambió cuando entré al teatro El Galpón, estaba oscuro pero en el centro había una mesa dispuesta para 20 personas, nueve en cada lado y las cabeceras. La mesa estaba iluminada con una luz blanca cegadora, para mi sorpresa las personas con las que yo venía no siguieron a sentarse en las sillas de los espectadores, en cambio estaban dispuestos a sentarse en la gran mesa como la Última Cena que estaba en pleno escenario. ¿Se están confundiendo?, pensé, pero un joven de logística me dijo que me sentara en la gran mesa, entonces lo hice y así fue como me volví parte de la obra.
Texto por: Juliana Loaiza
La mesa tenía un mantel blanco largo, habían 20 pocillos vacíos alineados meticulosamente todos con la oreja hacia la derecha. Las otras 17 personas que estaban sentadas en la mesa tenían mi misma cara de confusión, y nos mirábamos unos a otros con cierta complicidad, confiaba en los otros por saber lo mismo que yo: nada.
Creo que todos en nuestras casas tenemos un comedor en el que se pone tanto la comida de cada día como también los problemas y dificultades de cada familia, esta obra es una constante discusión familiar impactante, fuerte, y también un poco cómica; pero de la que yo no era parte. Como cuando la mamá de tu amigo le grita histérica y tú estás allí, en una situación sumamente incómoda y sólo quieres huir. Las desgracias de los otros ya no dan risa si las vivimos junto a ellos, casi que en sus zapatos.
La es obra dirigida y protagonizada por el bogotano Johan Velandia, es la vida de Daniel Camargo y sus atroces crímenes, mejor conocido El monstruo de los manglares. Fue un asesino en serie colombiano que mató y violó a más de 150 niñas vírgenes de Colombia y Ecuador. Desde la mesa viví cada grito de la familia Camargo, cada mirada amenazadora de su esposa y cada confesión de los personajes. Me sentí parte de la vida de uno de los asesinos en serie más peligrosos de la historia de Colombia después del Monstruo de los Andes y Garavito.
La obra es protagonizada por Ana María Sánchez, la madrastra de Daniel; Nelson Camayo, el vengador de Camargo; Diana Belmonte, la esposa de Daniel y también una víctima y Johan Velandia; y Daniel Camargo. Los actores bogotanos aterrorizan con su cinismo a cada uno de los que estábamos sentados en la mesa. Sentir al asesino de niñas más famoso de Colombia mirándome las piernas, la mesa temblando mientras Camargo violaba a una pequeña de 7 años, el grito desgarrador de la víctima y la sangre en la camisa de Daniel fue simplemente aterrador, le vi un vacío en el pecho a una muchacha sentada en el público que lloraba desconsolada.
Me cuenta Johan Velandia que en una ocasión entre el público se encontraba una señora de la que habían abusado sexualmente, ella quedó profundamente tocada por la obra y fue al camerino a reclamarles por haber contado la infancia de Camargo, pues esta, que fue traumática porque él perdió a su madre y su madrastra, lo obligaba a vestirse como una niña, no lo justificaba, “le explicamos la visión objetiva de la obra, pues siempre son muy difíciles estos casos de abuso y violación, siempre será aterrador, pero creo que en Colombia estamos muy acostumbrados a hablar del odio, debemos empezar a hablar de amor” me cuenta el director de la obra.
Aterrador y atractivo al mismo tiempo, pues vivir de esta manera la vida de un personaje tan absurdamente malo es una experiencia desconcertante, pero así como sentí el dolor en la pelvis cuando violaban a la pequeña, también sentí la dolorosa lágrima de ausencia maternal de Daniel bajando por mi mejilla, no me culpen. Al salir del lugar a la 1:40 de la mañana solo me pude decir a mí misma: Qué loco, seguramente hoy tendré pesadillas.