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Robinson en la casa de Asterión

El encuentro fue en el Teatro 8 de Junio de la Universidad de Caldas, pero desde el comienzo, el teatro hizo su magia.


Texto por: Paula Vasquez
Fotografías por: Giovanny L. Galvez

Al cruzar las puertas del lugar, ya no estábamos en una típica noche fría de Manizales, nos encontrábamos en el laberinto de Creta junto a Simón Rodríguez, un hombre de letras, maestro del libertador por mucho tiempo y soñador de una República nueva que se basara en la libertad, en una educación incluyente salida del convencionalismo de ese entonces; lamentablemente murió solo, con sus ideas irrealizables, juzgado de viejo loco y junto a sus vecinos: la miseria y el hambre.

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Con nosotros estaba el anfitrión del lugar, el minotauro Asterión, con cuerpo de humano y cabeza de toro, fruto de la unión de su madre Pasífae con el toro blanco obsequiado por Poseidón (dios de los océanos) a Minos (esposo de Pasífae), para que hiciera un ritual de sacrificio, lo cual nunca hizo. El minotauro, delirante, lleno de odio y proveedor de palabras soeces, en vez de devorar la carne de Rodríguez y la de nosotros los espectadores, devoraba nuestra cordura. Ya no se le hacía necesario a Asterión esperar cada novilunio carne humana para satisfacer su apetito, se complacía torturándonos anoche con la expiación de nuestras culpas.

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El laberinto de Creta, como nuestra vida, era oscuro y confuso, solo una pequeña luz amarilla tenue nos guiaba (como nuestro pensamiento) por aquel espacio entreverado. El minotauro, reflejo de nuestra propia lobreguez, perseguía como un acosador a Rodríguez, acusándolo, tratando de confundirlo, de hacerle perder su seguridad en sus ideologías y acciones, mientras nosotros expectantes, hacíamos parte también del juicio.

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Todos nos convertimos en Simón Rodríguez, nos vimos anoche acorralados y perdidos en Creta. Teníamos a Asterión  a nuestras espaldas, con su mirada vehemente acechándonos, haciéndonos volver a un pasado con heridas, colocándonos frente al espejo para enfrentar, tal vez, lo más difícil en la vida: nosotros mismos. Sacaba a la superficie nuestro dolor que viajaba entre las palabras entrecortadas de aquel viejo nostálgico que teníamos al frente, dando su última oda frente a su vida.

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“Ya no estoy en tu laberinto”

Exclamó el maestro al final de la obra. Pero seguramente nosotros, afligidos, salimos del laberinto de Creta nuevamente a las calles oscuras de Manizales, acompañados del minotauro. Tal vez el amor, a manera de guía, sea capaz de sacarnos victoriosos de aquel embrollo. Como lo hizo Simón Rodríguez, gracias al amor y convicción de sus ideas.

CIA. Regional de teatro de Portuguesa, llegan desde Venezuela para demostrar en el Festival de Teatro de Manizales que este, claramente, es posible verse con otros ojos. Por un momento, ante nosotros, la realidad se desborda de sus límites.

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