75 minutos, 6 actores, 28 fotografías y elementos varios en la escena del Teatro 8 de Junio de la Universidad de Caldas, bastaron para recrear la obra “NN”, adaptación mexicana de la obra teatral “El Ausente”, del dramaturgo colombiano Felipe Botero, bajo la dirección de la Compañía Universitaria de Teatro de la Universidad Autónoma de Puebla y la Universidad de Guadalajara.
El debate de la obra gira en torno a la ausencia, el desarraigo y el dolor que habita en los familiares de los desaparecidos de la cruenta masacre ocurrida el 26 de septiembre de 2014 en la zona rural de Ayotzinapa del estado mexicano de Guerrero, en la cual fueron calcinados, torturados y violentados los cuerpos de 43 estudiantes, de los cuales solo 28 han sido hallados en fosas comunes, aun sin reconocer y con una etiqueta de NN (No Name, Sin Nombre).
Mientras el público tomaba asiento, en el escenario las actrices principales, Virginia y Consuelo, se movían con pausas y repeticiones en forma cuadrada, con linternas en las manos y la cabeza agachada como si buscaran algo. Se detuvieron y observaron al auditorio acomodarse en las sillas y nuevamente repitieron los movimientos. Una técnica teatral que intentaba ubicar a los espectadores en el contexto de la obra antes de su inicio.
Arrancó. El manejo de luces inició y la oscuridad se hizo presente. Virginia y Consuelo, un par de adolescentes, empezaron buscando algo dentro de una maleta. Luego empacaron las 28 fotografías de los estudiantes de Ayotzinapa masacrados y entre cantos y juegos infantiles, que generaron risas en el público, ellas bailaron vestidas con faldas cortas y lazos sujetados a la cintura, a lo largo de la obra. Eran las hijas de Héctor Muñoz Valencia, quien representaba uno de los 43 desaparecidos.
La espera y el silencio bajo la fragilidad de la luz en el escenario, retrató la voz de la muerte y el dolor de los vivos con la incertidumbre de la desaparición de quienes amaban, aludiendo un pasaje de Mario Benedetti cuando dijo: “Quisiera penetrar poquito a poco en el muro de las incertidumbres y despejar cada enigma de su enigma y cada sospecha de sus amenazas”, puesto que Virginia y Consuelo se debatían ante la sombra del recuerdo de su padre y el clamor de justicia que se les prohibía, pero que no las detuvo.
A ambos lados de las tablas del escenario habían personas sentadas que fueron invitadas a ver la obra desde aquel punto, quizás como una forma de retratar a quienes solo callan ante el sufrimiento de los otros, haciendo célebre la frase de Gandhi:
“No me asusta la maldad de los malos, me aterroriza la indiferencia de los buenos”, pero también empleando una técnica de interacción poco común con el público.
Finalmente, Héctor Muñoz Valencia representa la voz de los desaparecidos en medio de la búsqueda de los forenses y el dolor de sus seres queridos reclamando la identidad de los NN y la búsqueda incesante de los que aún no aparecen. Es el grito de alerta que hace eco en toda la obra con las voces grabadas de las víctimas reales que se escuchaban al final diciendo:
“¡Vivos se los llevaron y vivos los queremos!”