En medio del sonido fúnebre de algún instrumento que no logro precisar, se abre el telón de sus envestiduras. De aquel cofre eclesial surge Olympia entre ropajes mortuorios, una mujer, no loca, sino llena de ‘extrañezas’.
Texto por: Antonia Montoya C
Fotografías por: Andres C. Valencia
La narración de su vida contiene historias de otros hombres: reyes, presidentes y mártires. Al parecer, ha vivido lo suficiente para presenciar la historia de su patria y luego contarla de forma anecdótica a generaciones cuya memoria necesita ser refrescada a través del tono excéntrico de la locura.
Siempre choca un poco la desprotección en la que uno se encuentra ante el teatro. La explicites de una sonrisa perturbada por la excitación de la locura es difícil de tramitar, incluso en el escenario, ese terreno confuso donde se dificulta concretar la frontera divisoria entre lo real, y lo surreal.
Su presencia es paisaje en la plaza y la iglesia, allí sus alabanzas a la Virgen María no se medían a través del pudor, todo lo contrario, con la firmeza del feligrés canta con alegría y asegura tener su lugar en el cielo. Los cantos gregorianos son retrógrados para su gusto, y como si fuera poco, aprovecha para coquetear.
La galantería de la anciana resulta contraproducente, divagar alrededor del amor pone nombres en su boca que no deben ser pronunciados, y es esa equivocación la que hace del manicomio su destino durante meses.
Este, es un monólogo que transita por la felicidad de quien se siente acompañado por el recuerdo del amor puro, (vaya usted a saber si real o imaginario) y la tristeza más profunda que produce la soledad y la incomprensión (vaya usted a saber si por exceso de realidad o ficción). Eventualmente, el humor y la ternura se apoderan de su discurso, y el embelesamiento que produce hace que uno casi llegue a creer en la suntuosidad de sus palabras.
Debilitada por las enfermedades, envuelta en el descuido de un anciano decaído y responsable de sí mismo, Olympia se postra afuera de su casa, dejando atrás aquellas historias increíbles que sugerían tiempos curiosos y estimulaban la memoria a través de la imaginación.
Pero, “¿qué es la historia si no sus versiones?” pues bien, eso es Olympia, historia. Es una estatua que habla, un monumento de alma viva, tan particular, que merece ser homenajeado por su país, Brasil, con un monólogo del Teatro Andante, aquí, en el Festival Internacional de Teatro de Manizales.