Texto por: Rafael Santander Arias
Fotos por: Andres C. Valencia
El montaje presentado por Las Niñas de Cádiz exhibe con orgullo sus raíces, las tradiciones folclóricas del romancero carnavalesco y la tragedia clásica. En conjunto con un espíritu creativo lo tradicional encuentra una poética original y poderosa que logra ser a la vez divertida y profunda.
Las Niñas de Cádiz cantan como acompañadas por una orquesta. En este cantar reside una hermosa paradoja, al tiempo que su canto evoca el acompañamiento musical, su fuerza es tal que no lo necesita. Ya se viene volviendo costumbre para mí llamarle alquimia teatral a este fenómeno en el que el teatro trae a escena cosas que no están presentes, no es que me las imagine, sino que la habilidad de las intérpretes “puebla” la escena, llama espectros que invisibles las acompañan y nosotros podemos sentir.
Adjetivos como espectral o espeluznante no le quedan muy bien a la obra que presentaron este 3 de septiembre en el teatro fundadores en el marco del 56° Festival Internacional de Teatro de Manizales, tampoco así bello o sublime. Y aunque la obra no es ni sublime ni espeluznante, la conmoción final sacude. No hay risa ni lágrimas, solo un extraño horror acompañado de satisfacción.
El viento es salvaje, como si se tratara de un postre original, tiene una cobertura dulce y un relleno deliciosamente amargo. Con habilidad magistral entramos a un mundo ordinario de vestidos y enterizos grises, contado con mucha gracia: dos oficinistas, amigas desde la infancia y hermanas de corazón, una dichosa y afortunada, la otra infinitamente desgraciada. Las desgracias de la amiga son narradas con tal ligereza que las carcajadas no paran ni siquiera cuando se encuentra al filo de la muerte.
La amiga afortunada en medio de una iglesia hace un pacto con Dios después de ser interrumpida varias veces por unas viejitas intentando comulgar frente al altar. El contrato se sella con sangre, con una gota que se disuelve lenta y pesada a lo largo de toda la obra hasta teñir el escenario entero de rojo en un clímax violento con resonancias trágicas que no deja nunca de divertir.
La tragedia se cuela en esta comedia típica y tópica, enriqueciéndose con brujería, dioses y el gesto final de una protagonista de un patetismo —en el sentido clásico de la palabra— desmedido, un gesto que revela la profundidad de su dolor. Las Niñas de Cádiz nos preparan para ponernos de frente con la fatalidad del destino mientras nos hablan de diarrea y de sudoración corporal.
Esta experiencia que ofrece a la vez lo grotesco y corporal a la par de lo sublime e inefable está presente en grandes obras como la de Cervantes y Rabelais, adicionando el texto en verso y rimado, coros a la griega comentando la acción, el canto y la música populares evocan el espíritu de la comedia, el carnaval, las Dionisias, la cuna del teatro.
El viento es salvaje es un viaje al origen, una exploración de esas raíces culturales que con todos esos elementos clásicos y tradicionales, contrariamente a lo que se asumiría, se siente original y renovador porque no se limita a copiar fórmulas, las interpreta e integra al discurso y la experiencia moderna.
Este viento salvaje lo recibo como brisa fresca.
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