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paranormal

La faceta sombría de Manizales

Existen ciertas historias oscuras que siempre traemos a nuestra mente en la oscuridad, y en Manizales hay todo un repertorio de ellas.

A muchos alguna vez nos dijeron que nuestro colegio estaba construido encima de un cementerio, que por la noche los espantos salían a asustar, y que cuando no encontrábamos algo que jurábamos haber visto hace dos segundos, era porque un duende lo había ‘embolatado’.

Fotografías por: Luis Suárez

Hay historias que sin duda tienen un aire pesado, que a algunos emociona y a otros les hace taparse los oídos porque no soportan esos temas. En todos los rincones del planeta hay relatos que cautivan nuestros sentidos al tocar asuntos que muchas veces parecen no tener explicación. La tradición oral se ha encargado de mantener viva esa curiosidad y conectar a las distintas generaciones con anécdotas que nos ponen los pelos de punta.

En las ciudades se crean leyendas urbanas que recorren las calles para llegar a intrépidos cuerpos que desean helarse, verificando si en ese lugar asustan o si existe ese famoso personaje. En Manizales hay narraciones que atraviesan los barrios y montañas para espantar o sembrar dudas en las cabezas de los que las escuchan. Se dice que en las noches, una monja para un taxi afuera del Cementario San Esteban y con su camándula en mano, pide que la lleven al Cementerio Jardines de la Esperanza, pero cuando están a punto de llegar, el taxista se voltea para cobrarle y se lleva la sorpresa de que no hay nadie, y que está parado solo en medio de la noche mirando la cojinería del auto.

También hay personas que relatan que han abordado el ascensor del Hospital Santa Sofía, y al marcar el piso al que se dirigen, un niño pequeño con el cabello muy mojado entra lentamente y sin decir una palabra se detiene al lado de ellos. Causa curiosidad que el niño está solo, y por esto muchos individuos le comentan el caso al celador, quien se ríe seguido de explicarles que han compartido el ascensor con un espanto.

Hay otros lugares donde parece evidenciarse espantos, como lo es el Recinto del Pensamiento. Allí se suicidó hace varios años un joven en el lago donde están los peces, y se dice que se le suele ver rondando por el parque.  Sin embargo, hay lugares en los que no se ven entidades, sino que los otros sentidos son los que se agudizan. La antigua Clínica Psiquiátrica, ubicada en la intersección Palermo-Fátima, a unos metros de la actual Clínica San Juan de Dios, se quemó hace al menos treinta años. Muchos pacientes no pudieron salir de sus cuartos hacia los patios o los alrededores, quedando encerrados e incinerados.

Ricardo López es un amante de las historias con tintes sobrenaturales, o de difícil explicación. Se atrevió a ir al ‘manicomio abandonado’ hace algún tiempo. Era de noche, subió por el monte que hay antes de llegar a las ruinas, escaló los pocos muros, y con una luz tenue entre tanta maleza, divisó que hay alrededor de 4 planchones, una que otra habitación destruida, y más abajo patios hondos donde hace años sacaban a pasear a los pacientes que murieron entre esas paredes.

“Puede que sea sugestión o la hora de la noche en la que uno entra, pero se sienten pisadas detrás de uno cuando va caminando por los pastizales altos”.

Recuerda con la mirada en un punto fijo como si estuviera contemplando ese momento de nuevo frente a él.  Y es que cuando yo tuve la oportunidad de adentrarme en los escombros de aquel hospital, para comprobar por mí misma tantas cosas que me contaban, al apoyar las manos sobre lo que quedaba de los muros en los cuartos, se sentían golpes fuertes, vibraciones que parecían pedir auxilio.

Entre tantas historias que encontramos en la ciudad, hay una especial: Los Niños Dulces. Tiene lugar en Cerro de Oro, y no es un cuento que asusta sino una experiencia que muchos manizaleños eligen tener al visitar esta zona.

Hace varios años se quemó un orfanato que había en medio del bosque en el sector, y muchos niños murieron en el atroz incidente. Cuenta la leyenda que si se sube en carro hasta lo más alto del cerro y se ponen dulces y harina encima del vehículo, los niños vendrán por estos y dejarán sus huellas. Tras escuchar esta historia, algunos integrantes de Alternativa decidimos aventurarnos en la búsqueda de los pequeños.

Con un auto, una bolsa de dulces, harina y algunas cámaras subimos hasta la vereda de Cerro de Oro. Comenzamos a preguntarle a la gente del sector sobre los Niños Dulces, y una actitud algo sospechosa nos llamó la atención.

“Aquí viene mucha gente, que los niños dulces, los niños dulces, pero yo no he visto nada”, nos dijo don Ariel, habitante del sector, cerca de una tienda de la zona, pero al despedirnos nos dijo que los niños subían hasta una reja azul. Más adelante, al preguntarle a un celador sobre estos infantes, me devolvió la revista como si hubiera visto un muerto y dijo que no sabía nada. Su mano nerviosa cogió un palo y comenzó a hacer rayas en la tierra, a los minutos liberó:

“Yo pa’ qué les digo mentiras. Por aquí por la noche suben muchos carros hasta arriiiiba, hasta la portada del escultor. Cómo es que se llama por allá, el Olvido”. Nos quedamos quietos, y con afán agregó: “los niños ahora no salen, salen es de noche”, pues eran las 5:30 de la tarde. El hombre se dio la vuelta y apuró el paso, se despidió corriendo.

Niños Dulces no es sólo una historia que asusta, ya se convirtió en un ícono cultural de Manizales, pues se repite en las conversaciones y se reconoce entre las historias de la ciudad. Catherine López es una administradora de empresas y artista plástica que escribió el libro Memoria Oral de Caldas. Allí recogió cientos de mitos, leyendas, y otras historias, entre ellas la de Cerro de Oro.

“En esta historia lo más interesante es que las personas se desplazan hacia lo rural para encontrarlas. Y se llaman Niños Dulces es porque la gente le pone los dulces para llamarlos. Es una relación cultural con el acontecimiento”.

El corrector de estilo de su obra, Pedro Rojas, vive muy cerca de Cerro de Oro, en una casa apartada de todo, sin vecinos. Él no sabía nada de los niños dulces, entonces después de revisar el libro, le dijo:

“Cathe, gracias a usted le temo a una cosa más en la vida”.

Y es que en el período de actividad del Nevado caía mucha ceniza, una vez abrió la puerta y vio que había unas huellas de niños, lo que le pareció raro pero en ese momento no le dio mucha importancia.

Ya entrada la noche, aparcamos el carro en la carretera respaldada por inmensos árboles oscuros, pusimos dulces y harina en el capó, y nos sentamos a esperar dentro del auto. Los nervios no dejaban correr, las risas eran intranquilas, y las miradas evitaban cruzarse. Los niños no nos visitaron cantando “a la rueda, rueda, de pan y canela”, como supuestamente lo han hecho con otros visitantes, y al final nos comimos los dulces. Después hicieron un intento, riéndose detrás de nuestras compañeras.

Este tipo de historias que nos perturban el sueño, o en ocasiones hasta nos hacen temerle a la oscuridad, son increíblemente comunes, y las podemos encontrar en las casas vecinas e incluso la propia, donde acciones como que alguien nos llama y nosotros respondemos ingenuamente pasa con frecuencia, pero luego recordamos que en realidad estábamos solos todo ese tiempo.

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A muchos alguna vez nos dijeron que nuestro colegio estaba construido encima de un cementerio, que por la noche los espantos salían a asustar, y que cuando no encontrábamos algo que jurábamos haber visto hace dos segundos, era porque un duende lo había ‘embolatado’.

Fotografías por: Luis Suárez

Hay historias que sin duda tienen un aire pesado, que a algunos emociona y a otros les hace taparse los oídos porque no soportan esos temas. En todos los rincones del planeta hay relatos que cautivan nuestros sentidos al tocar asuntos que muchas veces parecen no tener explicación. La tradición oral se ha encargado de mantener viva esa curiosidad y conectar a las distintas generaciones con anécdotas que nos ponen los pelos de punta.

En las ciudades se crean leyendas urbanas que recorren las calles para llegar a intrépidos cuerpos que desean helarse, verificando si en ese lugar asustan o si existe ese famoso personaje. En Manizales hay narraciones que atraviesan los barrios y montañas para espantar o sembrar dudas en las cabezas de los que las escuchan. Se dice que en las noches, una monja para un taxi afuera del Cementario San Esteban y con su camándula en mano, pide que la lleven al Cementerio Jardines de la Esperanza, pero cuando están a punto de llegar, el taxista se voltea para cobrarle y se lleva la sorpresa de que no hay nadie, y que está parado solo en medio de la noche mirando la cojinería del auto.

También hay personas que relatan que han abordado el ascensor del Hospital Santa Sofía, y al marcar el piso al que se dirigen, un niño pequeño con el cabello muy mojado entra lentamente y sin decir una palabra se detiene al lado de ellos. Causa curiosidad que el niño está solo, y por esto muchos individuos le comentan el caso al celador, quien se ríe seguido de explicarles que han compartido el ascensor con un espanto.

Hay otros lugares donde parece evidenciarse espantos, como lo es el Recinto del Pensamiento. Allí se suicidó hace varios años un joven en el lago donde están los peces, y se dice que se le suele ver rondando por el parque.  Sin embargo, hay lugares en los que no se ven entidades, sino que los otros sentidos son los que se agudizan. La antigua Clínica Psiquiátrica, ubicada en la intersección Palermo-Fátima, a unos metros de la actual Clínica San Juan de Dios, se quemó hace al menos treinta años. Muchos pacientes no pudieron salir de sus cuartos hacia los patios o los alrededores, quedando encerrados e incinerados.

Ricardo López es un amante de las historias con tintes sobrenaturales, o de difícil explicación. Se atrevió a ir al ‘manicomio abandonado’ hace algún tiempo. Era de noche, subió por el monte que hay antes de llegar a las ruinas, escaló los pocos muros, y con una luz tenue entre tanta maleza, divisó que hay alrededor de 4 planchones, una que otra habitación destruida, y más abajo patios hondos donde hace años sacaban a pasear a los pacientes que murieron entre esas paredes.

“Puede que sea sugestión o la hora de la noche en la que uno entra, pero se sienten pisadas detrás de uno cuando va caminando por los pastizales altos”.

Recuerda con la mirada en un punto fijo como si estuviera contemplando ese momento de nuevo frente a él.  Y es que cuando yo tuve la oportunidad de adentrarme en los escombros de aquel hospital, para comprobar por mí misma tantas cosas que me contaban, al apoyar las manos sobre lo que quedaba de los muros en los cuartos, se sentían golpes fuertes, vibraciones que parecían pedir auxilio.

Entre tantas historias que encontramos en la ciudad, hay una especial: Los Niños Dulces. Tiene lugar en Cerro de Oro, y no es un cuento que asusta sino una experiencia que muchos manizaleños eligen tener al visitar esta zona.

Hace varios años se quemó un orfanato que había en medio del bosque en el sector, y muchos niños murieron en el atroz incidente. Cuenta la leyenda que si se sube en carro hasta lo más alto del cerro y se ponen dulces y harina encima del vehículo, los niños vendrán por estos y dejarán sus huellas. Tras escuchar esta historia, algunos integrantes de Alternativa decidimos aventurarnos en la búsqueda de los pequeños.

Con un auto, una bolsa de dulces, harina y algunas cámaras subimos hasta la vereda de Cerro de Oro. Comenzamos a preguntarle a la gente del sector sobre los Niños Dulces, y una actitud algo sospechosa nos llamó la atención.

“Aquí viene mucha gente, que los niños dulces, los niños dulces, pero yo no he visto nada”, nos dijo don Ariel, habitante del sector, cerca de una tienda de la zona, pero al despedirnos nos dijo que los niños subían hasta una reja azul. Más adelante, al preguntarle a un celador sobre estos infantes, me devolvió la revista como si hubiera visto un muerto y dijo que no sabía nada. Su mano nerviosa cogió un palo y comenzó a hacer rayas en la tierra, a los minutos liberó:

“Yo pa’ qué les digo mentiras. Por aquí por la noche suben muchos carros hasta arriiiiba, hasta la portada del escultor. Cómo es que se llama por allá, el Olvido”. Nos quedamos quietos, y con afán agregó: “los niños ahora no salen, salen es de noche”, pues eran las 5:30 de la tarde. El hombre se dio la vuelta y apuró el paso, se despidió corriendo.

Niños Dulces no es sólo una historia que asusta, ya se convirtió en un ícono cultural de Manizales, pues se repite en las conversaciones y se reconoce entre las historias de la ciudad. Catherine López es una administradora de empresas y artista plástica que escribió el libro Memoria Oral de Caldas. Allí recogió cientos de mitos, leyendas, y otras historias, entre ellas la de Cerro de Oro.

“En esta historia lo más interesante es que las personas se desplazan hacia lo rural para encontrarlas. Y se llaman Niños Dulces es porque la gente le pone los dulces para llamarlos. Es una relación cultural con el acontecimiento”.

El corrector de estilo de su obra, Pedro Rojas, vive muy cerca de Cerro de Oro, en una casa apartada de todo, sin vecinos. Él no sabía nada de los niños dulces, entonces después de revisar el libro, le dijo:

“Cathe, gracias a usted le temo a una cosa más en la vida”.

Y es que en el período de actividad del Nevado caía mucha ceniza, una vez abrió la puerta y vio que había unas huellas de niños, lo que le pareció raro pero en ese momento no le dio mucha importancia.

Ya entrada la noche, aparcamos el carro en la carretera respaldada por inmensos árboles oscuros, pusimos dulces y harina en el capó, y nos sentamos a esperar dentro del auto. Los nervios no dejaban correr, las risas eran intranquilas, y las miradas evitaban cruzarse. Los niños no nos visitaron cantando “a la rueda, rueda, de pan y canela”, como supuestamente lo han hecho con otros visitantes, y al final nos comimos los dulces. Después hicieron un intento, riéndose detrás de nuestras compañeras.

Este tipo de historias que nos perturban el sueño, o en ocasiones hasta nos hacen temerle a la oscuridad, son increíblemente comunes, y las podemos encontrar en las casas vecinas e incluso la propia, donde acciones como que alguien nos llama y nosotros respondemos ingenuamente pasa con frecuencia, pero luego recordamos que en realidad estábamos solos todo ese tiempo.

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