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Colombia: Un país que quiere seguir siendo narrado por el río Cauca

Es inevitable no exclamar algunos ¡Ay! De dolor tras el resultado del plebiscito del pasado 2 de octubre en Colombia. Es como si quisiéramos que en este país no se acabaran los muertos y los desaparecidos, como si anheláramos que los afectados directamente por el conflicto, los campesinos, siguieran donando sus hijos a la guerra. Tuvimos la ilusión de hablar de Colombia desde un imaginario de paz, pero hoy la realidad nos despierta y nos dice que nuestra patria seguirá siendo nombrada desde aquel río Cauca; testigo de los acontecimientos bélicos, sepulcro de nuestros muertos .


Ilustración por: James Marín

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La ilusión era enorme, creo sin temor a equivocarme, que los que ejercemos el derecho al voto jamás nos habíamos sentido tan emocionados y esperanzados de participar democráticamente en nuestro país. Y es que no era para menos, estaba en nosotros la decisión de extirpar una gran parte del cáncer que ha consumido a Colombia hace más de medio siglo: ponerle fin al conflicto armado con las FARC (grupo guerrillero más antiguo de nuestro país). Pero detrás de ese fin del conflicto armado habría que mencionar otras cosas: se acabaría el reclutamiento de niños y jóvenes que obligatoriamente, a causa de la precarización en la que viven, tuvieron que ver la vida con los ojos de la guerra. Se desminaría, se erradicaría el cultivo de coca, se haría una reforma integral agraria, se les daría voz a aquellos que cargan en sus recuerdos más dolorosos, el exterminio de muchos de sus compañeros y familiares que se atrevieron a pensar un país diferente.

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Pero el entusiasmo nos duró poco, antes de las 5 de la tarde de aquel 2 de octubre, la producción de mentira, el odio y la venganza de los sectores del país que no han sufrido directamente la guerra (influenciados altamente por la campaña deshonrosa del «NO» y por aquel cristianismo  hipócrita que pregona un perdón), se impuso ante el contundente «SÍ» de los municipios más pobres del país y con mayor número de acciones violentas. Este es el caso de Bojayá, en donde las FARC y las AUC cometieron una masacre que dejó alrededor de 80 personas muertas, entre ellas 44 niños. Pero ante ese “NO” inimaginable se levantó algo más insólito: la abstención de más de medio país, la cifra 62,59% ( la abstención más grande de Colombia en los últimos 22 años, según medios de comunicación) nos dejó helados, absortos, sin saber qué pensar y qué hacer. Ante el aparente entumecimiento emocional de la gran mayoría de personas que viven aquí, los que votamos por el sí respondimos involuntariamente con el paroxismo de la tristeza y la ira, Colombia dejó de ser esa patria rota pero amada, para convertirse en un momento en un “mierdero” de país. Todos quisimos ser apátridas, pero nos convertimos en anónimos porque al parecer no sabemos de dónde venimos, y peor aún, no sabemos para dónde vamos.

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En  Colombia la abstención electoral siempre ha sido grande, estamos hablando de no menos del 50%, esto se debe claramente a la falta de credibilidad en la política y en sus instituciones. Pero nos hemos venido equivocando al clasificar a la política como algo malo; la política no es algo malo ni bueno, son las personas las que hacen de ella algo corrompible o no. A veces hay cosas que nos duele aceptar, es como si nos taladraran poco a poco esa parte asignada al corazón, en donde sentimos un vacío, tal vez, por la ausencia y el desmoronamiento de lo que nosotros considerábamos nuestra verdad. En este sentido, nuestra verdad se derrumba, el principal problema no son los políticos corruptos, ni las instituciones que estos manejan a conveniencia para lucrarse; el principal problema somos nosotros, porque tenemos en nuestras manos el poder de la elección y no lo usamos (¿en realidad podemos decir que en el pasado domingo ganó la democracia, cuando gran parte del país no hizo uso de su derecho a elegir?). El problema somos nosotros que no ponemos activo el beneficio de la duda, por el contrario, creemos en todo lo que nos digan los dos medios nacionales de información corruptamente influenciables. El problema somos nosotros porque no nos damos a la tarea de reflexionar y comprender, el pensar se ha convertido en un lujo que muy pocos quieren tener, porque sabemos que darnos al pensamiento es una tarea larga y difícil como para adquirirla, es un lujo que no se quiere dar una patria donde abundan las personas facilistas y su mayor pecado es la pereza.

Tal vez necesitemos desaprender aquellos imaginarios de  guerra que nos han creado desde la casa, la escuela y las telepantallas. Tal vez necesitemos habitar más con ese otro, verlo a los ojos y mirar su dolor en su mirada apagada; mirar las huellas de la guerra que hay tanto en el cuerpo como en el alma. Nos hemos sumergido en uno de los ríos del Hades, Lete, y hemos bebido de sus aguas porque hemos olvidado a los otros; a aquellos campesinos, niños y jóvenes de la guerra que son corderos entre lobos.

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