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La Galería en tiempos de pandemia

Texto por: Stefanny Gutiérrez Duque.
Fotografías de: Andrés C. Valencia.

El corazón de Manizales es la Plaza de Mercado, La Galería, ese órgano que le lleva el sustento vital a todos los rincones de la ciudad y no cesa de trabajar.  Cientos de colores, aromas, formas y sabores componen este sistema de abastecimiento que llega ininterrumpidamente a cada rincón de la ciudad, aún en época de pandemia.

A pesar de los cambios en el ritmo de vida que sucedieron con la llegada del virus a Manizales, el palpitar de este corazón no se ha detenido ni por un segundo.

Desde antes del amanecer, personas como María Eugenia, Jórge y Sergio se dan encuentro para comenzar sus labores. Descargan bultos, negocian precios y surten sus productos para venderlos desde que sale el sol hasta que se oculta. Esta ha sido su rutina desde siempre, y no ha cambiado aun en los últimos meses.

María Eugenia Villada

Jorge
Sergio

Marie Egenia ha atendido su puesto de frutas y verduras desde hace 6 años. Cuenta que un día llegó alentada por su papá, quien llevaba varios años trabajando allí, y se quedó por gusto. Hoy ella trabaja en este negocio familiar junto a sus padres y es testigo permanente de las dinámicas de La Galería durante la cuarentena. «A pesar de que se les dijo que se quedaran en las casa, la gente salió muchísimo y se veían aglomeraciones. Todo por el temor al desabastecimiento», afirma.

Es el mes de marzo y se decretó la cuarentena obligatoria en la ciudad de Manizales. La consigna fue simple: teletrabajo, distanciamiento social, lavado de manos constante, además de el pico y cédula que permitía salir a abastecerse. Sin embargo, el corazón de la ciudad siguió moviéndose a su propio ritmo.

Durante las horas laborales de la galería, desde el amanecer hasta el mediodía, aquí el distanciamiento social y el teletrabajo no existía, pues las horas laborales se combinaban la vida, el lugar y las personas. Cada día se fue convirtiendo en una lucha constante entre el sustento diario y la supervivencia ante un virus invisible.

La esperanza parecía estar en La Galería misma, en la rutina y los hábitos alrededor de este lugar y, sobre todo, en las personas que lo han habitado.

Los contrastes se han vivido cada día. La Galería pasa del ajetreo matutino lleno de frutas, verduas y colores, a la desolación nocturna en la que reina el silencio y la ausencia de vida.

Cada día el corazón de esta ciudad se aferra a la vida y el trabajo como si no hubiera un mañana, porque realmente no hay garantía de él.

Aquí muchos se conocen, son familia y amigos; se alegran el día con chistes, historias y anécdotas; y buscan pequeños momentos de ocio mientras las horas y los clientes pasan. Han creado su rutina alrededor de este lugar.

Pero por los rostros de los trabajadores de La Galería se dibuja la preocupación por el virus que ronda las calles del país, el virus de la desigualdad y la indiferencia.

Y contra este virus, que ha infectado este país desde hace décadas, no parece haber una cura.

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