Texto: La prima
Ilustraciones: Dorothy Wayne
Contenido co-producido con Revista Tribuna Cultural – medio aliado
De pie en la noche, sin atisbo de frío y rodeada por sus compañeras, cuán personaje de Laura Restrepo en La novia oscura, Ágata hace un recuento de las horas laboradas y su mirada se pierde como haciendo cálculos en un tablero tan real como la ayuda que brinda el Estado en Colombia a las personas independientes. Con frecuencia, y como aparentemente es el caso de hoy, no se llega al mínimo necesario para subsanar las deudas y las necesidades permanentes, en este, un trabajo en ocasiones mal pagado, muchas veces injusto y peligroso, que incluso se reconoce un poco más que el trabajo doméstico, aunque estas dos labores tienen varios puntos en común, por ejemplo, son ignoradas, desatendidas y subestimadas por la institucionalidad y por la sociedad, y además, en su mayoría son ejercidas por mujeres.
Una espada de Damocles o un machete de Fermín merodea desde la economía informal y desde la salubridad en torno a algunas mujeres…
Ágata rubia, despampanante y certera, y quien prefiere no fumar para evitar el tufillo fastidioso del cigarrillo, comenta entre sorbos primorosos y coquetos de un tinto cualquiera, que durante la pandemia los días y las noches han sido flojas para trabajar «Una ya no sabe qué hacer, malo si no sale porque ¿Con qué compra la comida, con qué se pone bella, con qué va a pagar una el arriendo?; y malo si sale, porque se puede contagiar (de Covid), y contagiar a otras personas, además, sin contar las veces que la policía viene a buscar problemas».
Una espada de Damocles o un machete de Fermín merodea desde la economía informal y desde la salubridad en torno a algunas mujeres que se dedican a exprimir medias naranjas, y a consentir una gran variedad de frutas que frecuentan la revueltería roja de su predilección. Porque, no nos digamos mentiras, consumir mujeres, cuerpos de mujeres, es una práctica común y aceptada en muchas de las esferas sociales en todo el mundo, una materialización increíblemente evidente del capitalismo avanzado, que se encarga de transformar y ofrecer cuerpos para el consumo.
Y es que como mujer, doy fé, de que desde muy jóvenes, cuando estamos en una situación de angustia económica, se nos invita e incita ˗˗Muchas veces en tono de broma˗˗ a explotar nuestros cuerpos sexualmente o, como lo diría el babeante e insufrible macho universal de cualquier edad que nos desviste con su mirada incluso cuando nos percatamos de ser teledegustadas, «Es que usted está sentada en la plata». Esa frase coloquial, y que seguramente varía dependiendo del lugar geográfico, se vuelve aún más significativa cuando se conoce que, según cifras de las Naciones Unidas, el 70% de las personas en condición de pobreza en el mundo son mujeres, a pesar de realizar el 66 % del trabajo en el planeta y de producir el 50% de los alimentos para consumo humano.
Así, muchas mujeres entran y salen provisionalmente de la prostitución atraídas por un mercado atiborrado de penegrinaiones adineradas que terminan siendo un buen salvavidas y que en algunas ocasiones, son una seductora entrada de dinero mientras existan personas que consideren atractivo y estén dispuestas a pagar por el producto-objeto cuerpo de mujer. Algunas, como Ágata, resuelven asumirlo como su trabajo cotidiano, y casi todas lo hacen por necesidad, porque no encuentran otra labor, porque les faltó oportunidades, y claro, una decide voluntariamente entre las opciones que le ofrece el sistema:
A) Conseguir el pan o B) Morir. «Cuando era una mocosa yo quería ser veterinaria. Nosotros vivíamos en el monte y no siempre alcanzaba la plata para comer bien. Jugaba con vacas y gallinas de vecinos, los bichos no los soportaba pero, me encantaban los animales de agua ¿usted sabe qué es un ambulacro?» pregunta Ágata visiblemente emocionada, a su entrometida y acomodada entrevistadora, como revirtiendo los roles, como adobando un pescado próximo a cocerse. A lo que la discreta reportera responde meneando la cabeza de lado a lado «Son los bracitos de las estrellas de mar, esos bracitos les vuelven a crecer si se los mochan» concluye la amante de los seres acuáticos, mientras la reportera cree haberla leído como una de las personajes de la Teoría King Kong de Virginie Despentes.
La mujer no ha tenido cuerpo propio, y esa misma situación es consecuencia y causa de lo lucrativo de la industria del sexo, al menos del sexo heterosexual
No obstante, y dejando atrás el discurso abolicionista, la mayoría de los trabajos que muchas y muchos ejercemos no nos encantan, y casi todos los sufrimos por necesidad, sobre todo en sociedades tan desiguales en las que es recurrente, y hasta generalizada, la pregunta que muchos artistas reciben ¿Cuál es tu trabajo para sobrevivir?. Además, en un sistema en donde es susceptible venderlo y comprarlo todo, incluso por sobre la vida y el consentimiento de las personas, el moralismo respecto al uso y el consumo del cuerpo de la mujer a manoseo de defensores (voluntarios e involuntarios) del capitalismo es, como mínimo, ridículo y revela, por un lado, el reconocimiento del cuerpo de la mujer como propiedad de las buenas costumbres y también que, consideran a las mujeres como seres incapaces de tomar decisiones y que requieren siempre acompañamiento y tutoría.
De modo que son aceptadas, ignoradas y hasta justificadas acciones como matar de hambre un continente, cometer ecocidios con total impunidad, subdesarrollar países… pero cuando se trata de la decisión de esos cuerpos tradicionalmente femeninos los medios de comunicación, las iglesias, líderes de política intentan figurar como protectores de la moral, de la dignidad humana y de esos pobres seres que ostentan su indefensión como la mayor de sus cualidades.
La mujer no ha tenido cuerpo propio, y esa misma situación es consecuencia y causa de lo lucrativo de la industria del sexo, al menos del sexo heterosexual, que significa una hipersexualización absurda y una concepción permanentemente cosificadora, donde el límite de lo erótico y lo pornográfico es difuso y no necesita ningún tipo de contexto cuando se trata de cuerpos femeninos. Quizá ese sea el mayor problema. Como en pocos ambientes se ha reconocido esa pertenencia somática, se maltrata, se vilipendia, se lacera y se destruyen a diario cuerpos de mujeres dentro y fuera de la prostitución, por medio de leyes, de la criminalización, de golpes, insultos y diferentes mecanismos de violencia congenita a esta perspectiva occidental.
Agotando los últimos sorbos del reloj de tinto, Ágata recuerda estoica algunos momentos aterradores en su vida como trabajadora sexual, y de nuevo su mirada se extravía enfocando a lo lejos y en la penumbra, con una expresión más solemne, como llena de velorios «Yo creo que hace como 5 años, salí a trabajar, me encontré con las niñas (compañeras de labor) y nos pusimos a charlar matando tiempo… no había mucha gente en la calle y una camioneta gris se paró donde estábamos. Nos acercamos y dos compañeritas se subieron a la camioneta, lo próximo que supimos (de ellas) fue que les habían dado una pela y no pudieron trabajar como por tres semanas. Así es, una no sabe cuándo le va a tocar.»
Relatos muy similares, e incluso más gráficos, se repiten y quedan grabados en las memorias de las trabajadoras sexuales, ya sean sufridos en carne propia o en la de compañeras de trabajo. Por ejemplo, y como lo cuenta La Diva, ex trabajadora sexual en Arenales, Manizales, en la época en que Estrella Hidalgo era una de las meretrices del lugar. Ella (La Diva) se tuvo que despedir de muchas de sus colegas y amigas a manos de la violencia machista, de la violencia misógina y transfóbica, y dice que si no fuera porque ella dejó su labor a tiempo, quizá hoy no estaría con nosotras.
Esa violencia, esa absurda hipersexualización, esa falta de reconocimiento del cuerpo de la mujer hace difícil una real y justa regularización del trabajo sexual, debido a que quienes tienen el deber de legislar al respecto no tienen la preparación para hacerlo, tendiendo a miradas moralizadoras de dicho trabajo, es decir, sin legislar para los intereses de las trabajadoras sexuales, además, las condiciones generales de los y las trabajadoras de muchos gremios son cada vez más pauperrimas, y se exacerban en labores más ocultas, por último, como la visión generalizada sobre las mujeres atraviesa casi que todas las instituciones oficiales y cotidianas, como la familia, la iglesia, el gobierno… los cambios son inmensos y lentos, sin embargo, es necesario empezar por generar transformaciones en espacios cotidianos sin dejar de presionar en espacios públicos y visibles.
Ágata se despide sin afán para continuar a la espera, hace un ademán con sus manos y se aleja hacia el encuentro con sus compañeras de trabajo, mientras la reportera regresa pensativa hacia la comodidad de su casa.