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Opinión por Andrés Rodelo
Como humanos compartimos más cosas y emociones de las que nos gustaría admitir. «Todo lo que he aprendido de la naturaleza humana lo he aprendido de mí mismo», dijo en alguna ocasión Chéjov. Pero cada día me convenzo de que la sensibilidad y la empatía son cuestiones que están entre las que nos separan, que ponen un abismo de distancia entre nosotros, que no poseemos en el mismo grado.
Miremos el dolor y la muerte de un animal, por ejemplo. Para algunos es paisaje, rutina desarrollada a causa de apreciar acciones por el estilo desde pequeños, como asistir a una corrida de toros o haber presenciado el sacrificio de animales en el seno familiar como una costumbre. Para otros, en cambio, es el horror mismo, un hecho despiadado, bárbaro, que merece repudio y censura.
¿De qué manera se configura la sensibilidad de algunos para forjar una percepción que contemple estos actos como normales, mientras que para otros es imposible observar ni siquiera tres segundos de una corrida? ¿Nacemos así o nos hacemos? Para mí es un misterio.
Hace poco vi, con mucho esfuerzo, La sangre de las bestias (Le sang des bêtes, 1949), un cortometraje documental escrito y dirigido por el francés Georges Franju. En él se describen los procedimientos de un matadero al sacrificar caballos, vacas, terneros, entre otros. Las imágenes son gráficas y crueles, no es una experiencia que algunos puedan resistir.
Vemos también a hombres y mujeres que desempeñan esta labor (guardando las proporciones) como un periodista escribe un artículo, un plomero repara un tubo o un mensajero entrega un paquete. Es decir, con una tranquilidad y una rutina de trabajo que me dejaron frío, justamente porque esa condición humana está a años luz de la mía.
Con esto no los juzgo, no soy alguien que pueda hacerlo, pues contribuyo con mi dieta carnívora a la muerte de animales, una contradicción que espero corregir. Pero sí quisiera señalar esta diferencia. Luego de la destreza y la calma con que ejecutan la tarea, escuchamos al narrador citar las primeras líneas de El Héautontimoruménos, poema de Charles Baudelaire: «Te golpearé sin cólera y sin odio, como un carnicero».
Creo que esas palabras encierran lo que deseo explicar: el hecho de que para algunos la muerte de un animal sea un suceso corriente (ya sea porque mataste u observaste la muerte), mientras que para otros suponga un crimen atroz.
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