Texto por Daniel Diaz
fotos por Cristian Aristizábal
Las letras y las artes son una expresión que tienen sentido sólo en contextos humanos y que a la vez, le dan sentido y peso a la existencia de este presumido primate, es una especie de circuito perpetuo, al menos perpetuo mientras dure la especie creadora, algo así como las nieves perpetuas del Ruíz o del Kumanday, que fueron perpetuas hasta que el cambio climático les arrancó el adjetivo, o como el amor, que es eterno hasta que dure.
Pues bien, como se puede percibir y como podrán imaginar, Manizales no es ajena a esas manifestaciones o expresiones, existe un derrotero amplio de exponentes conspicuos y talentosos, y una infinidad de ilustres anónimos cotidianos que se encargan de producir y consumir (prosumir) cultura y de construir la identidad de lo local, con una mezcla entre lo foráneo y lo propio, en una suerte de diálogo que se renueva constantemente.
Se cuentan una gran cantidad de organizaciones, procesos, proyectos comunitarios y solitarios, que se encargan de construir y fortalecer el tejido cultural con productos sonoros, escritos, ilustrados, entre otros. Uno de estos procesos, son las Casas de Cultura de Manizales, administradas por el Instituto de Cultura y Turismo de Manizales, cuentan con 14 sedes entre la zona urbana y rural.
Entre los talleres más reconocidos y populares, dictados dentro de las sedes de las Casas de Cultura de Manizales, se percibe entre afinaciones y acordes, el de cuerdas pulsadas, donde se escuchan principalmente Bambucos, Pasillos, Torbellinos, Danzas, Guabinas… ritmos propios de nuestra región interpretados por pupilos y pupilas de muy variadas edades, desde la niña de 8 años hasta el abuelo de 70, en instrumentos como el Tiple, la Bandola y la Guitarra.
Aunque, como lo dice Julián Arturo Hernández, uno de los profesores del programa del taller de cuerdas pulsadas, se está planeando en un futuro entrar en la enseñanza de la guitarra popular, con el fin de adoptar géneros musicales latinoamericanos.
Para Julián estos espacios son importantes pues existen para cultivar talentos, muchas veces desconocidos, para enriquecer la cotidianidad y como un catalizador y apoyo a procesos psicológicos individuales, pues enfoca a las personas en un camino elegido de disciplina, creación, aprendizaje y satisfacción.
La enseñanza que se da con amor y paciencia es, en palabras de Julián, nutriente para las almas, un proceso educativo que quizá, sin intención, imita algunas de las características de la
educación crítica, en el sentido de reconocer a estudiantes como seres capaces, creadores, creativos y se presenta al docente, más que como un maestro, como un amigo, como un igual.
Es, en otras palabras, una reivindicación social desde los saberes culturales, una mano visible del estado benefactor que se presenta en forma de aprendizaje, en cuerdas pulsadas, una posibilidad de reforzar y fortalecer la confianza de beneficiarias y beneficiarios y docentes.
Cuenta Julián, con aire satisfecho, que en el taller se ha vinculado un joven con una problemática en un dedo de la mano que pulsa, y que inicialmente el beneficiario estaba incrédulo de aprender, pero que ahora se le puede ver y escuchar interpretando su instrumento. El taller le sirvió como ejercicio para recuperar la movilidad dactilar.
Una creciente demanda sobre el muralismo y la pintura se ha dado en Manizales, también buscando la posibilidad de obtener y refinar el conocimiento sin necesidad de pasar por instituciones académicas como la universidad, por eso existe el taller de pintura y muralismo, que dirige Mateo Valencia Flores, que hace parte de esta red de conocimientos culturales y de construcciones identitarias.
Jóvenes de entre 8 a 16 años se preparan para ser los próximos SEPC, SUE, Tonrra, DAG… en las casas de la cultura de la vereda El Manantial, La Macarena, Malabar y San José, lugares llenos de colores represados, esperando encontrar una válvula que permita expresar de una manera entendible para el resto de la sociedad sensaciones, emociones, historias locales.
Por ahora, y antes de empezar a pintar en grandes dimensiones, Mateo le ha sugerido a sus estudiantes el aprendizaje de la ubicación espacial y la perspectiva para familiarizarse con las dimensiones, mezcla de colores, acercamiento a técnicas propias del muralismo y el uso de ciertos materiales en la labor de quien pinta, todas herramientas útiles para próximas intervenciones colectivas y como lienzo una pared.
Así la cultura se conecta desde lo público, lo privado, las comunidades y los individuos como en una especie de micelio, una red sin cabeza que se expande y se refina.