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Del cuarto oscuro a la luz: La historia del fotorreportero Darío Cardona

Texto pot: Tatiana Guerrero

Fotografías: Cortesía Darío Cardona y Andrés Camilo Valencia

Durante más de tres décadas, Darío Augusto Cardona ha documentado con su cámara momentos cruciales de los siglos XX y XXI. En esta entrevista nos adentramos en su cuarto oscuro, para revelar detalles de su vida, sus fotos más emblemáticas y algunos de los grandes episodios capturados por su lente. Es un merecido reconocimiento a uno de los fotoperiodistas más destacados de la región caldense.

Era el 8 de junio de 1999, en el municipio de Chinchiná, Caldas, cuando se desataron disturbios debido al desalojo de 238 familias de un terreno perteneciente a la Universidad Autónoma.

La situación se volvió caótica, y en medio de una turba enardecida atacaron a Jorge Delio Cardona Llanos, un zapatero que intentaba apaciguar los ánimos.

Desde el segundo piso de un edificio, Darío Augusto Cardona, entonces reportero gráfico del diario manizaleño La Patria, congeló en una secuencia de nueve fotos los últimos momentos de Llanos, quién fue golpeado y asesinado de forma violenta.

Estas impactantes imágenes recorrieron todo el país, dejando una huella imborrable en la memoria colectiva, y también en la de Darío Augusto. El fotógrafo aún conserva cuatro de estas fotos reveladas a color dentro de un sobre blanco, que cuida con mucho recelo.

Darío nació en el municipio de Manzanares, Caldas, pero ha pasado gran parte de su vida en Manizales, su tierra adoptiva. A los trece años, su padre le prestó una cámara Agfa 6×6, con la cual tomó su primera fotografía: un retrato de la Basílica Menor de San Antonio de Padua. Aunque el resultado fue un error de doble exposición, este accidente sentenció su destino como fotógrafo.

Durante su estancia en Manzanares, Darío trabajaba en la tienda de su abuelo, a donde llegaba diariamente el periódico La Patria. A través de esta gaceta de papel, conoció a uno de sus primeros referentes visuales: Carlos Sarmiento, el primer reportero gráfico de planta del diario caldense en 1950. Entre sus maestros también estuvieron el profesor de la Universidad Nacional Sede Manizales, Luis Carlos Ramírez, Winston Cabrera, Abdu Eljaiek, Javier Sandoval y Nereo López.

Muchos años después de su primera fotografía, Darío se unió a la Cruz Roja como voluntario, desempeñando también funciones administrativas. Posteriormente, comenzó a trabajar en el Sena como funcionario de programas de prevención de desastres. Durante ese tiempo, se estaba gestando un libro sobre la cultura de la prevención, escrito por varios autores, en el cual Darío participó como ilustrador gráfico.

En 1991, Darío inició su carrera en el diario La Patria, trabajando en el laboratorio de fotografía. Sin embargo, su destino estaba más allá del cuarto oscuro. Siempre llevaba consigo su cámara Asahi Pentax, lista para capturar cualquier instante. Ese día llegó: el entonces laboratorista fue asignado para cubrir un paro en la Galería de Manizales, donde habían incendiado un auto. Esta fue la primera foto de Darío que se publicó en el diario, que hoy cumple más de un siglo de vigencia.

Durante su trayectoria de más de dos décadas, también se desempeñó como reportero gráfico en el semanario Café 7 Días, la Casa Editorial El Tiempo (entre 2000 y 2004) y la agencia AFP.

Actualmente, el manzanareño disfruta de su vida de pensionado junto a su esposa, Luisa García, quien también colaboró como fotógrafa en La Patria. Residen en una pequeña finca, donde es común avistar desde muy cerca bandadas de aves, contemplar cadenas montañosas interminables y disfrutar de la paz, que solo es interrumpida por los ladridos de los perros vecinos y de Laika, la mascota que nunca se le despega.  En este bucólico entorno, comenzamos una conversación sobre su oficio como reportero gráfico, prácticamente hablar de su vida. Como telón de fondo suena una playlist de las canciones favoritas de Darío.

El periódico La Patria es la escuela de muchas personas, tanto en el periodismo gráfico, como en el escrito. En esa época (en los 90) llega Bernardo Alberto Peña, un fotógrafo con formación académica que provenía de Bogotá, y nos da tips: para la fotografía de prensa necesitamos tener el fotograma de 35 milímetros, lleno en un 90% y 95% para que haya calidad gráfica. Era inconcebible que usted dejara el personaje chiquito, ya que si luego se necesitaba, no había forma de ampliarlo. Habría que pixelarlo y eso generaba un grano, que es considerado un error fotográfico.

En el Consejo de Redacción, los periodistas entregaban unas previsiones, sobre las cuales se hacía el periódico del día. Pero había otras noticias de instante, a las que teníamos que correr. Si por ejemplo, yo estaba cubriendo la sección de Economía, y sucedía un accidente grave, tenía que salir corriendo, porque esa, se supone, era la foto que abriría el periódico al día siguiente.

Éramos tres fotógrafos, más un laboratorista. Nos repartíamos las previsiones y salíamos a hacer el trabajo. Regresábamos entre las 10:30 y 11:00 de la mañana. A las 11: 45 a.m. revelábamos, dejábamos secando. A la 1:30 0 2:oo p.m. hacíamos contacto (muestra miniatura de las fotos) de ese primer material y lo entregábamos a cada periodista. La cantidad de fotografía con que se trabajaba era muy mínima. El fotógrafo de esa época era una persona que sabía pensar y saber qué se necesitaba para hacer una fotografía. Hoy día, un muchacho con la fotografía digital dispara muchas fotos y al final no sabe qué publicar.

En ese tiempo debíamos pensar la fotografía, porque teníamos menos posibilidades de hacer muchas fotos, ya que el material era costoso y había restricciones. Entonces, teníamos que ser muy selectos en lo que íbamos a disparar. Además, las cámaras tenían muchos limitantes en la velocidad de disparo. Por ejemplo, en deportes casi que era tiro a tiro la fotografía, por eso había que adelantarse al momento, tener esa intuición para lograr la captura. Henri Cartier-Bresson, el padre del fotoperiodismo, le llamó el ‘momento decisivo’: ¿Qué voy a tomar? ¿Cómo lo voy a tomar?

Las fotos nocturnas también eran muy complejas porque las películas con las que trabajábamos tenían dos ISO: 400 y 1.600 , pero uno con la práctica podía elevar el ISO y forzar el revelado con tiempos y temperatura para lograr una fotografía.

Hubo una época en que las agencias mandaban el personal para que el periódico les pasara la fotografía, no se enviaban escaneadas, solo venían por el positivo o el negativo. Puedo mencionar tres escenas que me marcaron:

  • El accidente en el que murieron tres ciclistas del equipo Manzana Postobón en la vía que comunica a Manizales con Medellín. Ese día (21 de febrero de 1995) salimos como alma que lleva el diablo a hacer las tomas. Cuando llegamos, los bomberos estaban levantando los cadáveres. El accidente había sido muy grave, y la noticia era de relevancia nacional. Sin embargo, yo era novato en el mundo de la reportería gráfica, y terminé haciendo muy pocas fotos. Cuando regresé al diario me dijeron: Huevón, ¿esas fueron las únicas fotos que tomó? Ese día aprendí que siempre había que tener en cuenta la magnitud de la noticia.
  • La muerte del zapatero (8 de junio de 1999) Jorge Delio Llano, quien fue asesinado cruelmente por la comunidad, y fue auxiliado por una persona, que finalmente tuvo que marcharse del país tras recibir amenazas.

El huevazo que le metió un estudiante al entonces asesor presidencial, José Obdulio Gaviria, quien se disponía a dictar una conferencia en la Universidad de Caldas el 24 de octubre del 2008. Ese día no tenía equipo y la foto la capturé con una cámara digital de bolsillo.

  • Un incendio que hubo en el barrio El Carmen, donde una señora con su nietecito veían cómo se quemaba su vivienda.
  • El accidente de un bus que se cayó en el río Cauca y no se logró rescatar a los pasajeros.
  • La muerte del miembro del secretariado de las extintas FARC, Iván Ríos, y la entrevista que se le hizo a su asesino alias Rojas.
  • Los seguimientos que se le hicieron a alias Karina, cuando llegaba escoltada por media unidad policial para llegar a los juzgados.
  • La desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia en el Magdalena medio.
  • También fui fotógrafo internacional sin salir del país, cuando cubrimos un Sudamericano Juvenil, Juegos Bolivarianos, vueltas a Colombia, entre otros.

En 1997 arranca la digitalización de la fotografía a nivel mundial. En esa época había dejado de trabajar en La Patria por una crisis que hubo en los medios a nivel nacional. Para ese entonces, aún tenía la cámara de rollo con la que ofrecía servicios, pero tenía que seguir en el mercado. La única opción que yo tenía para continuar era un escáner para poder digitalizar el material y enviar imágenes a otros medios, mientras todo mundo tenía el proceso de cámara digital.

Lo más duro de este cambio fue tener que aprender cosas, comprar un computador y enfrentarme a los programas. Aprendí a usar Photoshop a través de un libro que compré en Leo Libros, porque las personas no brindaban el conocimiento de forma fácil.

Cuando empezamos a revelar en Photoshop, lo que hacíamos para las fotos de prensa era manejar curvas, niveles, hacer recortes, y pare de contar. Lo que se hacía de allí en adelante era faltar a la ética de la reportería gráfica. Aún hay fotógrafos que se esmeran por respetar esa ética, pero los programas de inteligencia artificial hoy sirven hasta para borrar y poner personas o cualquier cosa.

Los fotógrafos de hoy tienen muchas posibilidades. Uno, los equipos son muy buenos, con velocidades de disparo altísimas, la fidelidad gráfica es mucho mejor, y hay gente muy buena que se está destacando y lo hace muy bien.

Al principio nosotros llegábamos a toda zona y podíamos retratar lo que quisiéramos, porque no había restricciones políticas ni judiciales. Después vienen reglas que nos prohíben entrar a las escenas del crimen, porque no podemos contaminarla. Otra es que no podemos sacar rostros de ningún niño, porque vulneramos sus derechos, y tampoco las personas sin su permiso, solo se pueden retratar libremente personajes públicos.

Fui demasiado celoso con mis equipos. Mis hijos Juan Augusto y Sergio Cardona no podían agarrar mis equipos, eran sagrados, porque con eso entraba la papa a la casa. Ya grandecitos sí tenían permiso. Juan demostró el gusto por la fotografía, así que me convertí en su maestro y también aprendió con Federico Ríos y Santiago Escobar, pero yo sigo dándole la mano. 

Hay algo que sí nos marcó en esa época, fue la pasión. Hoy en día algunos muchachos llegan por cuestión de supervivencia, más que por una pasión.

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