Crónica por: Mauricio Aristizábal.
Fotografías de: Eduardo Mejía Ocampo.
«A quien me lo pregunta le contesto siempre con la verdad: las putas no me dejaron tiempo para ser casado».
Memoria de mis putas tristes – Gabriel García Márquez
Sandra es cuyabra y cuando tenía unos 19 años (de eso hace 7 años), estudiaba y salía con un chico que era militar (no sabe a qué se dedica ahora). Entre risas recuerda que si hubiera seguido saliendo con él:
«Sería mamá de 200 muchachos, porque ese hombre me daba más amor que comida y vivía alcanzada con los gastos».
Ese amor furtivo era quien corría con sus gastos personales y se encargaba de su estudio. A él lo trasladaron para Melgar, duraron mucho tiempo sin verse y el problema era que las deudas crecían, porque ya no había quién le ayudara con los gastos. Sandra decidió ir a visitarlo, aprovechando que él tenía un permiso corto, pero la visita termino en un encierro en hotel teniendo sexo durante 8 días. El objetivo de la visita era que él le ayudara con dinero para salir de deudas, pero no se manifestaba con nada.
«Una noche salí a esperarlo en un bar cerca del hotel y pues ahí llegaron unas chicas y “tarjetearon” (sacaron dinero) a unos chicos. Después las chicas me invitaron a una fiesta de camisetas mojadas, y allá llegué. Hablé con un chico y él me presentó en una mesa».
Para ella todo era nuevo. Esa noche no tuvo sexo con nadie, pero le pagaron por tomar y por la compañía. Recuerda que esa noche le fue muy bien, así que al otro día sacó las cosas del hotel y se fue para ese sitio a terminar de pasar las vacaciones.
«Además de que salí de deudas, entré a un mundo que nunca imaginé».
Secreto de Estado
En Armenia no lo sabe nadie cercano, pero desde ese momento dejó de estudiar porque hizo amistad con chicas que viajaban de ciudad en ciudad buscando el “cuadre” (estar con clientes), y pues así conocía sitios nuevos y vivía experiencias diferentes todo el tiempo. ¿Qué cambios le trajo este oficio?:
«Sin querer, me alejé mucho de lo que era mi vida cotidiana. De mis amigos, de la familia, de la casa».
Tiene que decirles, la mayor parte del tiempo, mentiras. Sandra diversifica sus ingresos vendiendo accesorios y calzado, porque tiene en sus compañeras de trabajo a muy buenas clientas; pero con eso nunca le alcanza para pagar gastos. «Así que cuando tengo salir a buscar el “cuadre”, solo digo que voy por mercancía. Y en otras, pues tengo una pareja inventada y vive y trabaja en otra ciudad, pero cuando me pierdo varios días preguntan mucho».
El amor en el trabajo
«Llevaba poco menos de seis meses trabajando y viajando, cuando conocí a una chica en Cali con la que trabajaba». Cupido no pagó por estar con ella, solo fue a flecharla y se enamoró perdidamente de esa mujer. Vivió con ella cuatro años y medio, pero reconoce que es lo más complejo que ha vivido en ese trabajo. «La quería mucho y no fui capaz de soportar que estuviéramos juntas trabajando. Es duro eso, sobre todo los celos». Ninguna era capaz de dejar de viajar, de salir a trabajar. Todo se acabó y dejó de ir a Cali.
La rutina diaria
Sandra trabaja en un sitio nocturno, entonces no corre el riesgo de la calle. Tiene un horario más o menos establecido, normalmente se levanta a mediodía, se fuma un “porro” (cigarrillo de marihuana), almuerza y habla por WhatsApp. Si tiene alguna compra pendiente, sale a la calle, pero sabe que entre 5 y 6 de la tarde debe estar empezando a arreglarse.
A ella le toma de 40 minutos a una hora arreglarse. Con anticipación tiene claro qué ponerse cada día, porque tiene ropa exclusiva para su trabajo y para no estar botándole mucho tiempo a eso. «Me baño, me arreglo el pelo y pues en esas miro lo que me voy a poner. No soy de dar muchas vueltas, tengo claro cuál es mi ropa de trabajo. Si puedo comer antes de entrar a trabajar, genial».
Cuando sale al salón a trabajar, camina mucho, siempre erguida, luciendo sus tatuajes y sus piercings, lo que la hace más llamativa. Les sonríe mucho a los clientes, le conversa a todo el que la mira, trata de ser coqueta. Si está haciendo calor, toma más “guaro” y cerveza; pero cuando hace frío solo recibe ron, whisky, brandy, tequila…y “guaro”, el que ahoga las penas en toda ocasión y saca de la cabeza la pensadera en otro tipo de vida.
Amores fugaces
Para llegar a las habitaciones del lugar en el que vive y trabaja Sandra, se debe caminar un largo corredor de baldosas viejas y paredes blancas. Un sensor de movimiento enciende una a una las luces, en la medida en que se avanza. Las puertas de las habitaciones son de madera pintadas de color gris. Cada habitación tiene una cama empotrada, con colchones viejos y duros, como para que los clientes no pretendan tener jornadas extensas de amor. Los baños son muy sencillos, pero todos tienen duchas de agua caliente, para que el sudor y el vaho etílico del cliente quede bien lavado y se evapore con el rápido baño con jabón chiquito.
«Muchos clientes quieren estar con uno y hay muchos que intentan ser ventajosos. O les falta dinero o piden que les devuelva el dinero con excusas tontas, solo porque están muy tomados o drogados, entonces no les responde. No se les para nada, entonces ponen problemas».
El tiempo para estar con los clientes es estándar. Son 20 minutos desde que bajan a las habitaciones, pero en ocasiones se puede arreglar por hora.
«Hay clientes que lo buscan a uno constantemente y en ocasiones hasta se establece cierto lazo de amistad, pero muchos no repiten y siempre tratan de buscar las chicas nuevas».
Con los clientes nunca se sabe qué pase después de los 20 minutos de amor casual, pero no falta el que llega luego con flores y peluches. «Muchos me hablan de amores, pero siempre trato de dejar en claro que no puede haber sentimientos de por medio». Por eso, parte de su estrategia es no quedarse mucho tiempo en un sitio para evitar enamorados obsesivos, para que se despeguen un poco al dejar de verla, y a muy pocos les da el número de celular para evitar ganarse admiradores o esposas locas cuando alguna encuentra su número telefónico.
«Salgo poco de “multa” (cuando les pagan para que se vayan con los clientes) y si salgo, trato de no hacerlo sola. Pero definitivamente me siento más cómoda en el negocio». La noche transcurre a veces vertiginosa o a veces parece que las manecillas del reloj se congelaran, pero siempre la inercia inevitable de la rumba la lleva, por lo general borracha, a dormir después de las 4 de la madrugada. Exhausta y con la única certeza de que el otro día va a ser exactamente igual al anterior.