Con la tercera versión del festival ItinerArte en Riosucio, las montañas se volvieron a pintar de colores por las ilusiones que construyeron los niños y los nuevos conocimientos que adquirieron para su vida. Y es que lo más importante que nos queda es educar a próximas generaciones con cultura y amor, una lucha que al parecer los mayores ya perdimos sobre rescatar los saberes más antiguos y tradicionales, aquellos en los que la naturaleza cobraba importancia por encima de cualquier razón humana, a tal punto de ser sagrada. Esta es la filosofía con la que nació el festival y cuya proyección no avizora fin alguno.
Este proyecto comenzó como una idea de andén entre amigos para hacer algo productivo en diciembre de 2014. Lo que no sabían en ese momento era lo importante que se tornaría para la región, a tal punto que actualmente cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura. El objetivo pensado desde el principio fue viajar a las comunidades indígenas aledañas a Riosucio para llevarles a los niños un conocimiento que pudiera serles útil en época de vacaciones. Hoy en día ese conocimiento se ha transformado en identidad, esperanzas y deseos, aquellos que sienten los niños cuando ven a los talleristas llegar, y que evoluciona en ansiedad al final del día por esperar una nueva versión del festival.
En esta versión se cumplió el ambicioso cometido de llegarle a varias poblaciones que integraban estas comunidades tales como niños y jóvenes pertenecientes a los resguardos indígenas Escopetera y Pirza (Bonafont), San Lorenzo (Pasmí) y Cañamomo Lomaprieta (Panesso), pero también víctimas del conflicto, reclusos de la cárcel de Riosucio, jóvenes desvinculados del conflicto armado, preadolescentes con diversidad funcional, y jóvenes en proceso de rehabilitación del consumo de drogas y alcohol.
En una primera instancia, los integrantes se apropiaron de los recursos que nos brinda la naturaleza como plantas, raíces y frutos para encontrar pigmentos naturales que permitieran pintar lienzos. Así fue como encontramos grandes dragones, diablos, paisajes, familias y otros dibujos provenientes de la imaginación de cada niño. Este taller estuvo a cargo de Carlos Alberto Palacio, un talentoso aerógrafo y tatuador de Cartago – Risaralda, que con sus dotes artísticos permitió a los niños acercarse a la sensibilidad estética y obtener sus propias obras artísticas con elementos de la tierra.
Los tejidos fueron otro componente del conocimiento ancestral y tradicional que aprendieron a utilizar los niños, jóvenes y hasta incluso adultos. Un trabajo artístico que, en palabras de Ginna Beltrán, una de las talleristas de este módulo:
“Con el tejido recordamos a los niños que Llegará el tiempo en que habremos de necesitar a los que preservan las tradiciones, las leyendas, los rituales, los mitos y todas las viejas costumbres de los pueblos para que ellos nos muestren cómo recuperar la salud, la armonía y el respeto a nuestros semejantes. Ellos serán la clave para la supervivencia de la humanidad, y serán conocidos como ‘Los Guerreros del Arco Iris’ Tejemos la visión de unidad y encuentro entre el águila y el cóndor. Pues son uno, vienen del mismo origen y se unirán para encontrar el equilibrio Mente-Corazón”.
Tal como el año pasado, Ginna y Jennifer Garcia se encargaron de tejer sueños y conocimiento.
David Grisales Perez es un riosuceño que desde pequeño tuvo la oportunidad de acercarse al trabajo del barro, conocido como alfarería, una labor artesanal que ha perdido su reconocimiento y práctica en este sector del país, y cuyo propósito fue enseñar el trabajo manual para buscar la preservación de este oficio que tiene cientos de años de tradición.
La música también fue testigo de los aportes de personas talentosas en busca de sembrar semillas en los corazones de esas nuevas generaciones. Así fue como al ritmo y voz de Daniela Fernandez Girldo desentrañaron las letras de algunas canciones andinas, mientras acompañaban la música con sus mates, unos instrumentos que cada no aprendió a hacer con materiales naturales.
Finalmente la danza también fue protagonista en este andar del conocimiento y construcción de una identidad colectiva, un taller a cargo de Juliana Giraldo quien se encargó de danzar al son de los ritmos andinos.
El festival no solo educa, también permite olvidarnos de una realidad marcada por la violencia, la falta de oportunidades y las dificultades que conlleva vivir en el campo. En palabras de Carolina del Valle, organizadora del festival: “El fin del festival es llegar nuevamente a esa raíz, no es reconstruir memoria, es hacer memoria en los niños y que puedan ellos combinar sus tradiciones raizales de los resguardos indígenas con lo que ahora ellos están viviendo, también tenemos como objetivo desvincularlos del conflicto armado a través del arte, esa herencia que ellos tienen de violencia, y con estas acciones artísticas podemos desdibujar de sus imaginarios un arma. Ellos lo único que quieren es aprender algo para regalárselo a alguien, pero también para compartir en la mesa no solo la comida sino también las habilidades artísticas que pudieron aprender con el festival ItinerArte”.
Esta tercera versión cerró con un broche de oro, en el parque La Candelaria, en donde niños, jóvenes y adultos tuvieron la oportunidad de encontrarse, conocerse y compartir los productos que aprendieron a través de cada taller y las lecciones que éstas dejaron en cada uno de ellos, porque el trabajo no solo fue el producto tangible, sino la conexión espiritual que los integrantes de estas comunidades lograron con los talleristas. La plaza estuvo engalanada con tejidos, productos de barro, pinturas, y un poco de danza, un embiente en el que los mismos habitantes se dejaron contagiar y disfrutar de una tarde llena de riqueza espiritual, amor y conocimiento, un sábado diferente a cualquier otro. Fue así como más de 500 personas hicieron parte de la historia del tercer festival ItinerArte.
Cada festival genera experiencias dignas de ser recordadas en el caminar de la vida, no solo para los participantes sino también para los talleristas que ven en la sonrisa de sus niños el motor de este proyecto. Recuerdos que dibujan sonrisas y largos alientos, historias que marcan como el de una madre de familia de la comunidad Pasmí que practicó sus conocimientos de tejido con la cañabrava y realizó su producto con materiales que le brindó la tierra. O la de algunos niños que sin el consejo de una voz adulta, compartieron la idea de aprender para obsequiar un detalle salido de cada corazón a sus seres queridos.
“ItinerArte es una escuela de formación artística que busca generar un puente entre lo urbano y lo rural, generar esa simbiosis y ese intercambio de saberes que es necesario, ya que busca rescatar el conocimiento ancestral y de esta manera construir paz y una mejor sociedad”.
Así lo definió Sergio Leonardo Alzate, quien ha estado vinculado desde la primera versión.
Este proyecto se ha convertido en la ilusión de los organizadores por aportar con su causa a sanar las heridas del conflicto y construir en las generaciones venideras un futuro más próspero, alejados de los aterradores episodios bélicos y construyendo un tejido social que ayude a sanar y crear ilusiones en vez de rencores, sin olvidar lo que fuimos pero poniendo empeño en lo que seremos; ahí es donde radica la clave y cada miembro de este joven proyecto invita con sus aportes a pensar de esta manera y replicar en todo el país.
El trabajo que viene es aún mayor, consiste en preparar una versión que cada vez tiene más acogida por parte de toda la comunidad en Riosucio, y que crece sin pensar en límites. Pero el reto está en buscar convertir a ItinerArte en un buen recuerdo para los habitantes de todas las veredas del país.
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