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Paz y Perdón a través del turismo

La historia del país ha sido trazada con sufrimiento, se han desplazado más lágrimas por la cara que oportunidades para los colombianos y sabemos que  tenemos miles de historias  que respaldan este  dolor. “Conozco la cara de la  guerra y no me gustó», dice Carlos Ferney Córdoba Fernández,  habitante del municipio San Agustín Huila Colombia,  víctima de un conflicto del que no hacía parte y que nunca quiso hacerlo. Nos contaba sus experiencias en el 2008 prestando servicio militar, estando en el mandato del ex presidente Uribe.


Texto: Stephanie Alvaréz Londoño
Fotografías por: Luis Suárez

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Trabajaba como agricultor para sostener a su familia, conformado por su esposa e hija de 4 meses, a quién tuvo por obligación que dejar atrás por ir al monte, ya no para cosechar sus alimentos sino para combatir  una guerra que no aspiraba. Ya no para abonar su tierra, sino para cargar un fusil y un cargamento de 45 kilos en su espalda, que más que peso cargaba el dolor de la guerra, las balas rosando por sus oídos, la soledad que agobia cualquier esperanza,  un plástico remplazando una cobija y la  incertidumbre de tener un alimento. Para la guerra no valía que tuviera una esposa e hija qué sostener, él debía cumplir sus deberes como colombiano. Sin tener más opciones estaba izando bandera sin su familia y camino al monte, en su primer combate en la vereda Buenos Aires a 5 horas de su pueblo San Agustín, vio caer a dos de sus compañeros. Esta fue su bienvenida a la guerra, se dio cuenta que debía transformar su alma y tener sangre fría para salvar su vida.

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Atrás debían quedar todos  los temores de morir en combate, llegar a hacer cosas inesperadas y de las cuales no se siente orgulloso. Algunos han dado su vida, la cual ha sido arrebatada por tan sólo oprimir un gatillo.

18 meses esperó a que se acabara esa pesadilla, los mismos que su familia contó para verlo regresar al hogar. Por fin tuvo la oportunidad de no querer estar en la guerra, salir corriendo para seguir luchando por lo que es suyo, por su familia, ya no con un gatillo, sino con oportunidades para que sus hijos no vivan esa desastrosa historia, historia que no les pertenecía.

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Carlos con la ayuda de su padrino, realizó el curso como vigilante privado, debía salir a las 4 am y llegar a su casa a las 8 pm, por la satisfacción de ver a sus hijos lejos de la guerra, que ya eran 3 para ese entonces. Con el apoyo de su esposa y el amor que juntos sembraron, tuvieron la oportunidad de hacer su propia casa. Su esposa con la experiencia que tuvo en su trabajo de hotelería, la diseñó y él cuando salía de trabajar la fabricaba con sus propias manos, un hogar que se perfilaba como el futuro de su familia. Esfuerzo, diálogo y amor fue lo necesario para hoy decir con orgullo que convirtieron su hogar en el Hotel Villa Celeste en el municipio de San Agustín. Lleno de sacrificios, historias, olvido y perdón lograron a través del turismo transformar sus vidas.

Termino esta historia con el  mensaje de un padre, campesino y víctima de la guerra:

“Por esta razón mi familia, mi pueblo y mi corazón quiere paz. La paz es equilibrio, seguridad. Es un derecho que corresponde a toda la humanidad y es lo único que podemos dejar a nuestros hijos”.

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