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Durante la segunda semana de Diciembre se llevó acabo el II Festival ItinerArte en Riosucio, el cual nace con el objetivo de descentralizar todas las actividades culturales y artísticas que se efectúan en el municipio para llevarlas a todas las comunidades indígenas aledañas.
Fotografías: Andrés C. Valencia
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Este año la meta fue llegar a cinco de ellas: Portachuelo (Resguardo Cañamomo – Lomaprieta), Bonafont (Resguardo Escopetera – Pirza), San José (Resguardo San Lorenzo), Lomitas (Resguardo San Lorenzo) y el Centro de Capacitación e Integración Indígena Ingrumá. A estas comunidades se llegó respectivamente con cinco talleristas, sus áreas fueron: danza, pintura, tejido, modelado en barro y elaboración de máscaras. El fin de la actividad es exponer a los demás y dar a comprender que el arte es para todos y no distingue género, color, lengua o lugar en que se habita.
Más que hacer un informe laborioso del evento realizado, quisiera narrar la experiencia de hacer parte de un proyecto que demuestra que sí es posible aportar beneficios a nuestro entorno y así contribuir a la mejora del mundo en el cual nos desenvolvemos; los niños y los jóvenes son el futuro, ¿No es en ellos en donde nuestra atención, dones y ganas de trabajo se deben depositar para el tan anhelado cambio que tanto queremos y pregonamos?
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Primer día: Centro de Capacitación Indígena Ingrumá
Barriendo, viendo televisión y lavando platos, se encontraban aquellos jóvenes que ya tienen su historial de vida marcado por la violencia y por las drogas. El menor es de unos 8 años de edad, el resto oscila entre los 16 y 18 años. Pensábamos que sería difícil trabajar con ellos – ya que en sí los jóvenes son complicados – pero lo cierto es que al interactuar, uno se podía dar cuenta que aunque estuviesen en una edad complicada, aquella en la que uno ya se cree grande, tenían la misma personalidad de aquel niño de 8 años que nos acompañaba en el centro.
A su corta edad ya tienen huellas imborrables, están marcados por la ausencia de sus familias a causa de su encierro debido al consumo de drogas y desmovilizaciones de grupos armados. En el transcurso de la actividad, nos contaban sus deseos más grandes; todos coincidían en el anhelo de estar esta navidad junto a sus familias. Las preguntas de nosotros hacia aquellos jóvenes abundaban, pero por temor a ser imprudentes e inoportunos guardábamos silencio y nos quedábamos escuchando tanto sus leyendas entorno al lugar en donde viven, como el resultado final de sus trabajos; una de las tareas consistía en hacer una poesía, teniendo como guía aquella afirmación que alguna vez hizo una poetisa de Manizales: “La poesía es el cantar del alma”. Como resultado, salieron a relucir muchos enamorados, pero sobre todo un gran deseo:
“Quiero que juntos encendamos un matrimonio de la alegría en la navidad para la paz del 2016”.
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Segundo día: Bonafont
En un espacio reducido, parecido a una salita de presentaciones, nos encontrábamos a la espera de los niños de la comunidad Escopetera – Pirza con el taller de tejido. A nuestro encuentro llegaron niños entusiasmados por aprender y por trabajar, otros callados y tímidos, pero con la misma disposición. El comienzo de la actividad fue la presentación de todos y nos encontramos con la sorpresa de que entre nosotros había bailarines, actores, escritores y grandes lectores.
Seguido a esto dimos comienzo al taller de tejido, el cual consistía en hacer unos “Ojitos de Dios”; las talleristas explicaron que estos eran tomados de la tradición de los Huicholes (indígenas mexicanos) que son hechos cada vez que nace un niño. Los Ojitos de Dios se usan como protección para los recién nacidos y se llevan como ofrenda al templo hasta que el niño cumple cinco años, a partir de ahí, son los mismos niños quienes empezarán a llevar su ofrenda. Cada tejido debe ser hecho con amor y con los mejores deseos hacia la persona que va dirigido, recordando que cada hilo sobremontado simboliza la prisa o las frustraciones que encontramos en nuestras vidas y por ello es preciso deshilar de nuevo, simbolizando así la reflexión y el alto que debemos hacer en el camino. Al final del día, se visibilizó un tejido muy importante: aquel tejido de unión con la comunidad.[/vc_column_text][vc_empty_space height=»10px»][vc_gallery interval=»3″ images=»3315,3327,3316″ img_size=»full»][vc_column_text]
Tercer día: Portachuelo
Envueltos entre el sonido del silencio (el cantar de las aves) y un paisaje verde donde se lograba visibilizar los cultivos de caña y las casas sumergidas en el monte, nos encontrábamos en la maloca con los niños de portachuelo; caracterizados por su belleza, sonrisas grandes, piel trigueña y ojos insólitamente verdes.
El taller consistía en la elaboración de máscaras, actividad que por su complejidad y toma de tiempo nos permitió conocer un poco la historia de vida de algunos chicos de la comunidad. Como es el caso de Estefanía, quien narraba con una naturalidad sorprendente cómo gran parte de su familia ha sido asesinada al ser víctimas de la violencia. Su lugar en el mundo es “La Virginia”, espacio el cual ama, pero anhela verlo deshabitado por la guerra para poder desenvolverse con la tranquilidad que merece todo ser humano.
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Cuarto Día: Lomitas
A través de dibujos, los niños del resguardo indígena San Lorenzo nos dieron a conocer aquellas leyendas y mitos que rondan por su territorio y que han sido vivenciadas tanto por ellos mismos, como por sus familiares; leyendas como la del duende y la viuda alegre, hacen parte de la historia de esta comunidad.
Pasando por la pintura de rostro, pudimos observar y sentir el entusiasmo de la mayoría de niños, pero también se visibilizó el estigma de algunos tras afirmar que las únicas personas que se pintan la cara son las mujeres. Cuando el tallerista aclaró que la pintura es para todos y no distingue género, todos los niños de lomitas aguardaron ansiosos su turno tras la fila para ser pintados bajo muchos colores y formas que emitían a la cultura Africana.
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Quinto día: San José
Acogidos desde muy temprano por la bruma de la montaña, dimos inicio al último taller de Itinerarte: Danza; cada vez más se acercaban corriendo niños de casas cercanas para participar en el encuentro. Bajo los cinco continentes que rigen el mundo: Europa, Asia, África, América y Oceanía, fueron danzando e improvisando cantos. Entre casitas que parecían sacadas de un pesebre, flores coloridas que adornaban el entorno, el agradable olor a café, el dulce sabor de la panela y el sol abrasador que nos acompañaba, nos despedimos de San Lorenzo y dimos fin a los talleres del festival que fueron socializados en el reguardo indígena San Lorenzo en la comunidad de Lomitas.
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Tras compartir una semana con estas cinco comunidades, la enseñanza que nos dejan es clara: un hombre feliz no es el que más tiene, sino el que comparte lo poco que posee. Una vida se debe llenar con el compartir y el ayudar.
Festival ItinerArte nos permitió cohabitar con otros, nos mostró que en la vida no se necesita mucho, pero sí que es necesario saberla llenar bien. El compartir, el dar amor, mirar desde la montaña los paisajes que nos regala la vida y el hacer de nuestros dones un arte que permite hacer sonreír y expresar a los demás, son los ingredientes que hicieron de nuestros días una alegría y una experiencia única.
Ya son dos años del festival y esperamos que este año sea el tercero porque en la Revista Alternativa ya somos ItinerArte.
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