Este ha sido uno de los cumpleaños más dignos a los que he asistido, y no por la torta o la cantidad de tiempo, sino porque entendí que 40 años de la fundación del barrio Solferino son pocos para una lucha que ahora veo reflejada en rostros, ladrillos, calles y sonrisas.
Fotografías por: Andrés C. Valencia
Muchos son los estigmas que se crean alrededor de la palabra Solferino, un barrio que aparece en el mapa de Manizales pero es aparentemente ajeno a él y a algunos de sus habitantes. En la ciudad se oye hablar constantemente del “Solfe” como un lugar en el que hay que andar a cuatro ojos, pendiente de quién se le arrima y al que no entra ni un taxi. Pero hoy se puede decir que nada está más lejos de la realidad, que es momento de cambiar el imaginario y que solo a partir de la historia se puede comprender una lucha hecha con las manos y el alma.
Con ALTERNATIVA fuimos a celebrar este cumpleaños, y más que un acta con los hechos, pretendo que se entienda esta festividad como una evocación a la importancia de construir futuro a partir de la memoria, una intención por dejar atrás un estigma y un orgullo por un barrio con ganas de salir adelante.
Con “Somos historia, somos Solferino”, nos recibió este barrio ubicado en la comuna 5 de Manizales. La anterior es la insignia de su cumpleaños número 40. Debo admitir que nunca había subido. Cuando llegamos, una caravana de camionetas con estacas venía por la avenida principal del barrio y cargaba adultas mayores vestidas con disfraces y trajes en materiales reciclados.
Una multitud iba detrás de las camionetas, celebrando y a la vez recordando. Estas señoras reflejaban una historia. El barrio Solferino es un lugar de invasión que tuvo inicio hace cuatro décadas cuando algunas personas de lugares aledaños llegaron. Señoras como Doña Divina y Doña Gladys que estaban de reinas y otras como Doña Marta –con quien tuvimos el gusto de hablar en su casa–, nos contaban que cuando recién llegaron con sus familias, el lugar era un pantanero, su hogar era una casa hecha de costales y palos, las camas eran cartones y la ropa debían lavarla en una cañada.
Algún tiempo después de llegar, entregaron unos lotes para quienes vivían allí, Marta García de Ramírez, afirma que ese fue el día más feliz de su vida. Para construir las casas les dieron un poco del material, el resto debían buscarlo por sí mismos. Niños, adolescentes y adultos se reunían trabajando doscientos jornales voleando pica y pala.
“Oiga reinita, a nosotros nos tocó duro, nos tocó volear machete limpiando potreros, deshierbar, ¿Cierto ma? Nosotros sí sabemos lo que es tener casa aquí”
Comenta Oscar Hernández Ramírez, habitante del sector y un servidor más –como se nos presentó– mientras le decía “ma” a su vecina que lo acogió como si fuese un hijo adoptivo.
La famosa Marcha del Ladrillo es un acontecimiento que permite entender el trabajo que esta comunidad hizo como lucha para tener un hogar; cuando hacían una casa y les quedaba material, lo compartían. Pocas personas como los habitantes de este barrio, pueden darse el lujo de vivir en unas paredes en la que varios ladrillos llegaron cargados en otras manos para ayudar a terminar las viviendas. “Tejiendo lazos de solidaridad”, otro de los emblemas de estas fiestas, el cual no es una consigna que se han ganado porque sí, este título se lo merecen y tiene la carga significante de un barrio hecho a punta del compartir, que a fin de cuentas nos hace humanos.
El evento realizado por la Junta de Acción Comunal y la Fundación Comunitaria Huellas de Vida, con la vinculación de la Alcaldía, emisoras, La Secretaría de Deporte, La Policía, empresas y comerciantes del barrio, transcurrió entre conciertos para jóvenes y adultos, algunos torneos de fútbol, fútbol tenis y banquitas, murales y grafitis en las calles, para demostrar que hay otros caminos de vida, junto a otros escenarios de construcción de la historia y talleres de paz.
El proyecto de los 40 años se venía construyendo hace tres años, en este se quería unir varios temas: la fundación del barrio y la memoria. Para esto la fundación Huellas de Vida se tomó la tarea de hacer un archivo a partir de las entrevistas y recolección de fotografías. Para esta fundación, reconstruir la historia del barrio se convirtió en un deber, están conscientes y quieren mostrar que a partir de esta labor se conocen las raíces y se genera sentido de pertenencia hacia un territorio. Construir y recordar un pasado es darle a las nuevas generaciones la oportunidad de entender qué lucha aconteció por cada una de sus casas, de dónde vienen y hacerles preguntar hacia dónde quieren ir.
Las calles y la gente del Solferino lo hacen sentir a uno en casa, amañado y con ganas de quedarse hasta la medianoche sin preocupación alguna. La música y las sonrisas que estaban dibujadas en cada una de las personas me recordaba a cada momento ¡qué mala imagen tenemos del Solfe! Este lugar es sin duda un barrio donde hay más gente buena que mala, donde hay ejemplos de solidaridad que se repiten en cada esquina, donde los niños como Dylan Giraldo creen que no hay motivo alguno para pelear en el colegio, un barrio que cree en la paz y la transformación. Y es que solo estando allí, me di cuenta que
“El Solferino no es como lo pintan, es de colores”.