Beneficiarios Mi Refugio
Beneficiarios Mi Refugio

Mi refugio: una invitación para volver a nacer

Texto por Natalia Hernández Valencia

Fotos cortesía Mi Refugio

En una casa blanca esquinera, ubicada en la carrera 25, dos cuadras más abajo de la Catedral de Manizales, se encuentra un pequeño refugio para las personas en condición de calle. Una pared colorida los recibe a la entrada con la frase: “Somos humanos. Somos valiosos”. Sus puertas se abren de lunes a viernes alrededor de la 1:30 de la tarde para recordarles que no están solos y siempre hay una nueva oportunidad. 

Mi Refugio es la primera una fundación en Manizales que trabaja en pro de la resocialización de la población en condición de calle. Desde hace ocho años, sus fundadoras Juliana Estrada y Victoria Carmona se propusieron dignificar a estos habitantes y encontraron en ellos un símbolo de amor. “Yo digo que Dios me quitó la venda de los ojos y comencé a ver a esta población. Empecé a ser consciente de que existen y tienen un gran corazón”, comenta Juliana Estrada.

Población en calle y de calle

Existe una diferencia entre la población en condición de calle y la población en calle. El Ministerio de Salud define a la población de calle como ​”aquellas personas que hacen de la calle su lugar de habitación, ya sea de forma permanente o transitoria (Ley 1641 de 2013), es decir, desarrollan todas las dimensiones de su vida en el espacio público”. Sin embargo, la población en calle se trata de “Aquellas que hacen de la calle el escenario para su supervivencia, pero cuentan con un espacio privado diferente de la calle donde residen, sea la casa de su familia, la habitación de una residencia o un hotel”. A estos grupos, también se les suman las personas que se encuentran en riesgo de calle por factores como el consumo de sustancias psicoactivas o pobreza extrema.

“En el proceso de resocialización trabajamos con el vendedor ambulante y personas en riesgo de calle, pero también tenemos actividades externas para los habitantes de calle”, informa Juliana. 

Tardes para volver a aprender

Con actividades diarias de espiritualidad, manualidades, repostería, psicología, entre otras, sus beneficiarios reciben herramientas para restablecer su vida, mientras atraviesan cuatro ciclos para lograr la meta de reinserción social. “El primero y el segundo son ciclos internos del ser, para que ellos se reconstruyan nuevamente y vuelvan a mirar sus redes de apoyo y se vayan fortaleciendo también con su entorno. Los últimos dos son orientados a las habilidades y capacidades para su vida académica o laboral”, explica Estrada.  

Al entrar a este lugar, el ambiente es cálido y lleno de vida. Tras subir unas cortas escaleras, Laika, una perrita de color negro y tamaño mediano, recibe a quienes llegan moviendo su cola y esperando una caricia. Por su parte, los quince beneficiarios que pertenecen actualmente a la fundación saludan con aires de cordialidad y amor, dispuestos a contar sus historias de superación. 

Perseverancia y deseo de cambio

Nelson Flórez trabajaba como cotero en La Galería y vivía en sus calles o en una pequeña habitación que en ocasiones pagaba. Recuerda que era adicto a las drogas, especialmente al bazuco y la marihuana. Durante tres meses uno de sus compañeros, que ya conocía Mi Refugio, trató de convencerlo para que recibiera ayuda. “Yo le decía que sí iba a ir, pero era mentira. Durante ese tiempo me escondí de él”, cuenta.

Tras varias negativas, un día sintió el llamado de Dios, como dice él, y decidió cambiar su vida. Tiró a la basura todas las bolsas de droga que tenía y se encaminó a la fundación. “Yo sentí como si el bulto de papa, que yo venía cargando en el trabajo, lo hubiera descargado ahí”, menciona. Al llegar al lugar, recuerda que lo recibieron con mucho amor: lo bañaron, motilaron y le pusieron ropa nueva. Allí comenzó su transformación.

Tras atravesar los cuatro ciclos de resocialización en la fundación, hoy se encuentra graduado de esta. Cuenta con orgullo: “Ahora trabajo en La Florida, en El Ahorro. Vendo maní dulce y salado, bolsas de basura, incienso, revistas y cuido carros. Me ha ido muy bien gracias a Dios. Llevo un año y medio allá”. 

Flórez destaca que fue el amor de Mi Refugio el que logró que saliera adelante. Diariamente aconseja a “los muchachos”, como le dice a sus compañeros de la fundación, para que continúen en su proceso. “Eso le digo yo a ellos: lo importante es la perseverancia, la constancia y atender a los talleres, las citas de psicología y hacer las cosas bien”, agrega. 

Un amor que sana y transforma

“Transformamos el mundo un corazón a la vez”, es la oración que se encuentra en la pared más llamativa de esta casa. Allí están pegados varios corazones de cerámica personalizados por cada uno de los miembros que han pasado por este lugar. 

Son el reflejo del trabajo de Mi Refugio, un nombre que hace alusión al Salmo 91 de la biblia católica: “El señor es mi Refugio”, mensaje que sus fundadoras esperan que sienta cada persona que pasa por allí. 

Esta casa posee pequeños ambientes donde sus integrantes desempeñan sus diferentes actividades. En el salón principal reciben sus charlas y, seguido a este, existe una zona de carpintería, donde producen piezas en madera como mesas o marcos para espejos, que posteriormente venden y así recolectan dinero para mantener la fundación. Asimismo, tienen una amplia cocina donde reciben diariamente su almuerzo y refrigerio, además de clases de repostería. 

“Ellos son como un tesoro que yo encontré”, afirma Juliana. Día a día llegan a Mi Refugio llenos de amor y con ganas de construir una nueva vida. “Son personas que han vivido en la calle. Obviamente es un poco complejo. Es por esto que ellos acá tienen que volver a nacer”, agrega.

Dice que constantemente el equipo, conformado por psicólogas y trabajadoras sociales, tiene que encontrarse con la frustración y aprender a tolerarla, pues no siempre es un camino lineal y pueden tener retrocesos. “Uno siempre tiene que estar dispuesto a dar amor”, asegura. Resalta que es un recorrido arduo donde tienen que volverles a enseñar sobre el autocuidado y la higiene personal. “El trabajo con ellos es de todos los días. Es un aprendizaje y un reto enorme”, agrega. 

La fundación tuvo que vivir momentos dolorosos este año, tras el fallecimiento de tres integrantes. “Ha sido durísimo, pues acá nos convertimos en familia”, menciona Juliana. Sin embargo, sienten la gratificación de haberles ofrecido los mejores últimos años de su vida. “Uno se da cuenta que con una sonrisa, un abrazo, una mirada puede cambiar la vida de una persona. Nuestro trabajo todos los días es transformar sus vidas”, concluye. 

Así pues, Mi Refugio es la demostración de que se puede tener una segunda oportunidad y que el amor ayuda a reescribir historias. Esta pequeña casa se convierte en un espacio de esperanza y fe, recordándoles a cada uno de sus integrantes que son valiosos. Es aquí donde gracias a la atención de Juliana, Victoria y sus profesionales y gracias los talleres de habilidades básicas y las ganas de salir adelante, los habitantes en condición de calle logran reintegrarse en la sociedad, listos para volver a empezar. 

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