Escrito Por: Sebastián Flórez Agudelo
Fotografías Por: Andres C. Valencia y Giovanny Gálvez
Aquí todos se reúnen para ver a Jaime Andrés Monsalve, y yo, no tengo idea del porqué. Comienza a hablar. Hay algo en su voz —serena, pausada, entusiasta— que recuerda a un humorista de Stand-up. Viajó hasta Manizales para presentar En Surcos de Colores, un título que evoca una estrofa del himno nacional y que, al mismo tiempo, se abre como un surco real: una invitación a recorrer más de un siglo de música colombiana grabada en discos.
El libro es un compendio de 150 reseñas discográficas que van de 1908 hasta hoy. Un mapa sonoro donde conviven canciones que marcaron época, discos que se vendieron como pan caliente y otros que pasaron inadvertidos pero merecen ser rescatados. “Quería demostrar la importancia de una historia discográfica que estaba un poco perdida en el tiempo”, me dice Monsalve. Su tono no es académico: es el de un melómano que ha decidido dejar un registro para otros curiosos, para los coleccionistas, para quienes buscan huellas de nuestra música más allá del algoritmo.
Nació en Manizales en 1974, y desde allí aprendió a mirar el mundo con la paciencia del que observa y escucha. Se formó como comunicador social y periodista en la Universidad Javeriana de Bogotá, y en esa misma casa de estudios se adentró en los pliegues de la literatura hasta obtener su maestría. Su vida ha sido una travesía entre las palabras y la música, entre la noticia y el relato.
Jaime, también ha estudiado la historia del tango tomando como icono a uno de mis ídolos, pues es autor de Carlos Gardel, cuesta arriba en su rodada (Panamericana, 2005), una biografía que confirma su pasión por las vidas que laten detrás de las canciones y las historias que se resisten al olvido.
En la conversación, Jaime despliega no solo su conocimiento, sino también sus recuerdos personales. Habla de formatos como quien habla de viejos amigos. Del vinilo, del cassette, del Walkman. “Trabajé un verano entero, a mis 14 años, solo para poder comprarme mi primer Walkman”, cuenta, y sonríe antes de aclarar que la felicidad le duró poco: “Me lo robaron a los 15 días”. La anécdota, contada con humor, encierra una verdad sencilla: la música, más que un objeto, es un ritual, un deseo, un esfuerzo. Toda la música, a través del tiempo, como un fenómeno que -lo creo así- hemos descubierto, ha logrado trascender todos los medios posibles para no morir.
En En Surcos de Colores hay también algo de ese ritual. Monsalve no solo reseña discos, los revive. Y en esa tarea se vuelve inevitable pensar en escenas como la que yo mismo evoco: Julio Cortázar, aislándose del mundo con un vaso de whisky y un disco de jazz. “Yo puedo escuchar música en cualquier circunstancia”, confiesa Jaime, “con audífonos, en la oficina, en aviones… aunque también hay días en que prefiero el silencio”. No hay liturgias estrictas, sino momentos de disposición, como él los llama. Porque, para Monsalve, la música no se impone: se encuentra.
Entre las preguntas que le formulo aparecen sus lecturas. “Me interesan mucho los libros de música que no sean académicos, porque yo no tengo estudios de música”, explica. Acaba de ver en el stand de La Valija de Fuego un libro sobre un bar de Medellín donde floreció una escena punk. Le atraen también las investigaciones como la de Sergio Ospina sobre las máquinas portátiles de RCA Víctor que recorrieron América Latina grabando músicos anónimos hace más de un siglo. Y en su mesita de noche, por estos días, descansa la más reciente novela de Antonio García Ángel, presentada en la misma feria.
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