La embriaguez neoyorquina a través de la sobriedad escénica la brillantepropuesta de Lorca en Nueva York (11)

La embriaguez neoyorquina a través de la sobriedad escénica: la brillantepropuesta de Lorca en Nueva York

Texto por: Rafael Santander

Fotos cortesía FITM Por: Andrés Camilo Valencia Chica

Lorca en Nueva York es una de esas experiencias que deberían estar ofertadas cada
ocho días en la cartelera de un teatro local, un monólogo/recital de poesía/concierto
hermoso desde esta concepción sincrética en la que Alberto San Juan repite las
palabras pronunciadas por Federico García Lorca en la presentación de su poemario
Poeta en Nueva York en la Residencia de Señoritas de Madrid en 1936, cuatro años
antes de la publicación de la obra. El formato no puede ser más sencillo que este, una
conferencia acompañada por algunos poemas y estos, por música.

A veces declamando, a veces cantando, el estudio del ritmo y la métrica lorquiana en
este poemario florece como composiciones musicales, piezas inspiradas en géneros
americanos: blues, jazz, rock y, hacia el final, son. Es admirable esta música, que sirve
más que de simple acompañamiento. Por sí misma es agradable de escuchar. Los
músicos, talentosos, le imprimen emoción y energía a cada tema, dialogando así con
los poemas, que se ven amplificados, que resuenan con mayor profundidad, con
nuevos matices y texturas, como también lo hace la voz aterciopelada de Alberto San
Juan, que aquí hace alarde de su dominio de Poeta en Nueva York. Los textos son
declamados y cantados como propios, el poemario se convierte en un instrumento
nuevo con el que San Juan nos expresa y transmite cualquier cosa que desee.

Lorca en Nueva York es una obra paradójica, un montaje en el que la ejecución de
cada intérprete es impecable y de una expresividad rico pero sobria, precisa y
transparente, diversa pero sin ambigüedades. Se siente amplia y expansiva mientras,
al tiempo, se centra en algo muy sencillo; tiene un objetivo fijo, humilde y claro:
transmitir con la mayor transparencia posible la poesía de Federico García Lorca a la
audiencia a través del artificio escénico.

De aquí surgirá una pregunta obvia: ¿no sería mejor simplemente darnos a cada
integrante del público una copia de Poeta en Nueva York? Y el problema de esta
pregunta consiste en que asume que tenemos la capacidad de leer con transparencia
los versos de Federico García Lorca —más importante, más preocupante también, la
creencia de que tenemos la capacidad de leer cualquier cosa con transparencia—, que
podemos a partir de la métrica y la sintaxis recrear el ritmo, la sonoridad, la atmósfera y
la emoción del poemario.

Alberto San Juan y La Banda nos ofrecen esto: ritmo, sonoridad, atmósfera y emoción
para que podamos concentrarnos en el contenido del texto, en el significado de las
palabras y si bien su interpretación no es absolutamente transparente, ni transmite a la
perfección la experiencia total del texto, sería ridículo también pedir esto. Es más, lo
creo imposible. No hay ninguna interpretación definitiva —por eso, por ejemplo, se
puede montar la misma obra a lo largo de siglos—. Esta que nos ofrece Alberto San
Juan, si bien no es absoluta ni perfecta, es sincera, honesta, fiel y respetuosa con la
obra original y por sí misma transmite una fuerza que nos remueve la sensibilidad y las
entrañas. Esto es mucho más que suficiente, mucho más de lo que podría desear
cualquier poeta.

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