-¿Es la pantera rosa?
-Sí, lo es.
Conversan dos personas sorprendidas mientras caminan por la Avenida 12 de Octubre de Chipre, quizá recreando sus infancias en nostálgicos recuerdos detonados por la popular melodía de la Pantera Rosa que un hombre genera acariciando con inteligencia un brillante saxofón.
Al lado de un árbol que brinda su sombra, está este músico. Alejandro es un argentino que comenzó a tocar el saxofón alto a los 14 años, y a los 15 dejó su casa en Mendoza para perseguir el sueño de recorrer el planeta azul. Todo con el fin de maravillarse con la cantidad de lugares por conocer, personas con las que hablar, y canciones que tocar.
El tema que más le piden que toque es el de la Pantera Rosa, pues la gente lo conoce mucho y él lo interpreta con una desenvoltura que parece ser de otro mundo. Con su saxo ha tocado jazz, funk, reggae, rock, y hasta salsa; pero sus manos abrazan con más ternura el instrumento cuando interpreta funk. Suele improvisar entre canciones o cuando siente el impulso de sacar una armonía que retumba en su cabeza. Le gusta componer música sobre el amor, temas sociales, viajes, etc. Con los amigos que va haciendo alrededor del globo terráqueo en su viaje, suele dejarse llevar por los instrumentos y hacer canciones que muevan fibras.
Sus referentes musicales en cuanto a jazz y funk son John Coltrane, Charlie Parker, Michael Brecker y Miles Davis. Disfruta también la música francesa, la salsa; y de Colombia en particular, lo enamoran el pasillo, el bambuco, y los muy conocidos Aterciopelados.
Además de deleitar los oídos y pensamientos de los transeúntes con las melodías que toca en el saxofón, Alejandro gana el dinero que lo lleva a tantos lugares por medio de unas artesanías con alambre, hilo, y piedras, que aprendió a fabricar cuando aún vivía en Argentina. Sobre una tela negra brillan espirales, flores, plumas, mariposas, instrumentos musicales e incluso lagartijas, en apariencias de aretes, manillas, llaveros, collares, y otros artículos que ha creado con esmero entendiendo a los materiales con los que trabaja.
En su largo recorrido, ha visitado Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, gran parte de Centroamérica y México. Ha pisado suelo europeo en países como España, Francia e Italia. La tierra colombiana lo ha acogido cinco veces, y Manizales le ha abierto sus puertas en tres ocasiones, de las cuales dos habían sido un par de días. Sin embargo, esta última visita resultó ser toda una semana para poder reunir suficiente dinero y asistir al concierto de su viejo amigo Manu Chao, quien en un recital tiempo atrás lo dejó entrar al espectáculo sin pagar y sin las molestias de las filas.
– Es que cuando uno llega a Chipre entiende por qué Pablo Neruda dijo que Manizales era una fábrica de atardeceres – dice achinando los grandes ojos marrones que con expresividad muestran lo que es este viajero. Las arrugas alrededor de sus ojos no son más que historias, secretos y bromas que ha disfrutado siendo un nativo, no de una nación sino de un mundo.
El lugar que más le gusta de Colombia es San Agustín, en el Huila, pues es un sitio histórico. Tiene un aire cultural que pocas veces se encuentra. Dice con emoción que sintió estar en un viaje a través del tiempo al caminar entre las estatuas de monumentos sepulcrales, monolitos y panteones de la zona.
Alejandro es un soñador que cumple lo que desea, pues según él: “Siempre había deseado viajar, conocer culturas, despertarme todos los días con un viaje y no una rutina; y eso es exactamente lo que hago a diario. Yo vivo mi sueño”. Sus días se basan en experiencias nuevas, seducir con las notas que transmite a través de su saxofón, adornar la belleza humana con sus artesanías, y sonreír.
Pero a pesar de vivir su sueño, tiene todavía una fantasía que puede parecer utópica. Y es que este cristalino ser que parió América del Sur, anhela que en el mundo se extingan las fronteras, que no haya problemas para pasar de un país a otro, pues al fin y al cabo todos somos iguales.