Grita 2025 el rugido del punk y el metal que une generaciones (7)

Entre el ruido y el algoritmo: lo análogo y lo digital en el Grita 2025

Escrito Por: Sebastián Flórez Agudelo

Fotografías Por: Giovanny Gálvez y Andrés Camilo Valencia Chica

En el aire frío de Manizales, la distorsión de una guitarra eléctrica se mezcla con el zumbido invisible de los celulares grabando en alta definición. Cada acorde parece resistir el paso del tiempo, como si la música —esa forma de comunión tan humana— aún se negará a disolverse en la nube. En el Grita 2025, la línea entre lo análogo y lo digital no divide: resuena y se anuda entre las generaciones.

El festival, que ya completa 18 años de historia, es más que un escenario: es un espejo que refleja la transformación de toda una generación de músicos y oyentes. Aquí conviven las bandas que ensayan en garajes húmedos con las que graban en estudios virtuales; las que aún sienten la magia de una cuerda oxidada y las que afinan desde un software. Entre ambas orillas se teje el pulso de lo que somos: una humanidad que no suelta el cable aunque ya viva conectada por wifi.

“Yo crecí escuchando rock, pero también reguetón”, confesaba Camilo Iglesias, vocalista de Besana, en medio de la rueda de prensa. “Queremos ser auténticos con lo que escuchamos, pero también con lo que la gente disfruta. 


Su voz resume el dilema de esta era: la búsqueda de identidad en un universo saturado de sonidos. En lo digital, la autenticidad parece un algoritmo en fuga. Pero en el escenario, donde la vibración es física, todavía se siente la verdad de una nota imperfecta.

Sebastián Jaramillo, voz y banjista de Bajado con Espejo lo recordaba bien: “Empezamos con una dinámica muy punk, pero cuando nos fuimos a la calle o a la fogata, nos dimos cuenta de que bastaba una guitarra acústica y un tarro con semillas. El ideal punk siempre estuvo ahí”. 


Esa imagen —la fogata, la semilla, la percusión elemental— encarna lo análogo: la comunión sin filtros, la música como acto colectivo más que como archivo digital.

En el otro extremo del cartel, los miembros de Oblitus y No Absolution hablaban de la importancia de inculcar el metal “desde temprana edad”, como una forma de cultura.
“El rock y el metal son algo que se debe inculcar —decían— porque muchos creen que es solo agresión. Pero en realidad es identidad, es alma”.

Sus palabras evocan el eco de otra época, cuando grabar una canción era un acto casi artesanal. Sin embargo, incluso esas bandas subterráneas entienden que el futuro también se amplifica en plataformas. La grabadora análoga y el algoritmo de Spotify ya no son enemigos, sino cómplices inevitables en la difusión de una rabia que ahora también se viraliza.

Los más veteranos también lo saben. Danger, con cuatro décadas de trayectoria, defendía el valor del compromiso por encima de la técnica. “El músico lo hace mientras hay alma; si tocas sin alma, la música muere”, decía uno de sus integrantes.


Esas palabras resuenan en un mundo donde los programas de edición pueden corregir cada error, pero no pueden simular la emoción. La perfección digital ha limado los bordes del error humano, y, sin embargo, en el Festival Grita, el público aún celebra las grietas del sonido real.

Al otro lado del Atlántico, La Chiva Gantiva, radicada en Bélgica, hablaba de cómo Europa acoge su mezcla de ritmos africanos y latinoamericanos. “Allá se valora todo —decían—, pero a veces la música europea es muy mental; la nuestra sale del estómago, de la tripa”. Es así como estas palabras representan un  hilo que une todos los mundos: el cuerpo frente a la máquina, la emoción frente al cálculo.

En Grita 2025, las redes sociales documentan cada salto, cada riff, cada lágrima. Pero lo que se vive no cabe en los videos. “Uno llega aquí, sin pena, a ser uno mismo”, decía otra joven en el medio del público. “Afuera hay presión social, aquí no. Aquí uno se transforma”.

Los músicos veteranos y los emergentes coinciden en algo: la música no sobrevive por la tecnología, sino por el alma que la habita. Lo digital permite circular, llegar más lejos, conectar continentes. Pero es lo análogo —la cuerda que vibra, el cuerpo que baila, el público que grita— lo que mantiene vivo el rito.

En el Grita 2025, lo análogo y lo digital no se enfrentan. Se funden en una misma frecuencia: la de un país que, entre la nostalgia del vinilo y la inmediatez del streaming, sigue creyendo que la música es la forma más honesta de resistir al silencio.

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