La ciudad está en boca de todo el mundo deportivo. Con caídas, risas, cervezas, gritos y mucha fiesta se vivió el Enduro World Series en estas tierras, el evento de ciclomontañismo más importante del planeta.
Fotografías por Andrés C Valencia y Giovanny L Galvez
Manizales vivió una fiesta. Por dos días, la ciudad se convirtió en la pista de la carrera de ciclomontañismo más importante del mundo: el Enduro World Series 2018. Y nosotros, como sabemos hacerlo, volvimos esto una parranda, una fiesta sana.
El furor comenzó desde que, seis meses atrás, el país conoció la noticia de que Manizales sería la sede de esta importante carrera. Le ganó a Brasil, Argentina y Suiza en la lucha por organizar el mundial. Así inició esta travesía de ver a los mejores del mundo correr en el patio de nuestras casas y montañas.
Hasta que por fin se llegó ese anhelado sábado 31 de marzo. La logística ya estaba preparada y ubicada en su sitio antes de las 8 de la mañana. En ese momento los barrios Linares, Campoamor, Cervantes y la cancha de fútbol de Arrayanes no lograban imaginarse lo que estaban a punto de ver. La ruta estaba ya trazada por cintas, obstáculos, paredes y tubos atravesados. Y luego ocurrió… en sus marcas, listos, fuera.
Los medios más importantes del mundo en lo relacionado con deportes ya habían tomado sus posiciones, la gente estaba poblando las calles y balcones, miles de cámaras ya encendían el botón rojo y medio mundo deportivo tenía la mirada sobre nosotros. 400 deportistas internacionales de 22 países y 50 nacionales ya se disputaban este segundo mundial entre estrechas calles. Uno fue saliendo tras otro con distancias de 30 segundos.
Los gritos se fueron uniendo con el paso de las horas y los ciclistas no paraban de bajar por las calles que han visto crecer deportivamente a más de un manizaleño. Entre las sorpresas estaba Sam Hill (Australia) y Cecile Ravanel (Francia), los corredores más grandes del mundo; Pirry, quien se costaleó en varias ocasiones, y Marcelo Gutiérrez, el mayor representante manizaleño de esta válida.
Antes de pasar el mediodía, el ruido de la gente ya era aturdidor. El público se asomaba desde sus ventanas, en las calles sonaban las vuvuzelas y las cervezas se chocaban entre sí para brindar por la competencia. La gente se tomó muy en serio eso del mundial: las camisetas de Colombia se lucieron por montones, las caras se pintaron de amarillo, azul y rojo, y la gente no paraba de gritar. Y eso que todavía falta el Mundial de Fútbol.
Incluso los que viajaban en cable aéreo pudieron apreciar la ola humana que se atumultuaba en las calles y los corredores que desaparecían entre las casas.
A pesar de que se nubló el cielo en varias ocasiones, no llovió hasta finalizada la tarde, cuando ya había terminado el primer día del campeonato. Parecía que Manizales se hubiera contenido hasta el momento preciso. Sobre el barrio Cervantes se encontraba Chigüiro, el director deportivo del EWS Manizales, gritando y cantando como lo hacían los demás. Cuando su equipo logístico le avisó que ya había salido el último corredor, se montó sobre una carreta y se tiró con sus amigos por la pista. El público lo siguió y lo ovacionó. Había dado por terminada la jornada.
Lo que siguió casi de inmediato fue que las calles volvieron a estar solas, el barrio regresó a su rutina, los andenes quedaron sucios de papeles y cintas, y el cielo se derramó a raudales.
Segundo día
Los 350 jóvenes que componían la logística estaban en sus puestos de trabajo antes de las 8 de la mañana. Todo estaba dispuesto para comenzar el segundo día del Mundial, en las montañas cafeteras y los bosques que rodean la ciudad. Los competidores estaban repartidos en diferentes puntos cardinales de Manizales: Villamaría, vereda Buenavista, Recinto del Pensamiento, Cerro de Oro y el Bosque Popular El Prado.
Este esperado día evocaba alegría en los corredores locales: los más tesos del mundo no solo conocían ya las casas y las calles de la ciudad, ahora también competían en las mismas pistas manizaleñas en las que muchos colombianos se han forjado como deportistas.
Los periodistas, fanáticos y otros asistentes podrán corroborar que hacerse al pie de las cintas de carrera ese día era todo un dilema: los competidores nos hacían la guerra arrojándonos (claramente sin intención) terrones de barro que se desprendían a toda velocidad de las llantas. De hecho, yo casi me desayuno un pedazo de tierra que me golpeó en el labio inferior.
Y claro, no faltaron las caídas, pero la de Pirry fue más monumental, porque su impacto en uno de los descensos fue tan fuerte que se levantó aturdido, y sin embargo tomó su bici aplaudido por el público que lo había reconocido, y continuó su camino.
En el Bosque Popular los gritos hablaron por los deportistas. Los espacios para ver a los corredores eran muy reducidos debido a que los árboles no daban espacio para ver. Sin embargo, la emoción se sentía desde la carretera porque con el paso de los ciclistas los pocos espectadores gritaban con mucha emoción.
El último día de carrera ya estaba próximo a su final y mientras en el cielo encapotado y amenazante las aves ya no se veían volar, en la tierra la fiesta se sentía desde la entrada hasta las piscinas. En la zona plana, cerca de los puestos de comida, se construyó la tarima y todo el staff de las marcas patrocinadoras del evento.
Allí, justo después de que los delegados registraron el cronómetro del último corredor, Colombia y el mundo conoció la noticia en medio de una lluvia: Sam Hill, el corredor favorito, logró el primer puesto (y el año pasado también) y el manizaleño Marcelo Gutiérrez quedó de segundo en el podio a 47 segundos del australiano. En la categoría femenina, la francesa Cecile Ravanel quedó en el primer lugar, y después le siguió la también francesa Isabeau Courdurier.
Al Bosque Popular sí le costó más el desarrollo del evento: en primer lugar los asistentes se quedaron disfrutando de la lluvia y el cierre con música del evento hasta entrada la noche. Y en segundo lugar, el prado quedó muy mojado y maltratado por el paso constante de las llantas de los competidores.
Según Chigüiro, la realización de este evento costó 600 millones de pesos, de los cuales la Alcaldía aportó aproximadamente 125 millones de pesos, y el resto lo pusieron los patrocinadores, y trajo a aproximadamente 1200 visitantes a la ciudad. El fin de semana del 31 de marzo y 1 de abril pasó a la historia como un sueño que comenzó en medio de charlas de jóvenes 10 años atrás, y se hizo realidad a punta de emprendimiento y esfuerzo.
Ahora Manizales no solo es reconocida por sus montañas, su café, los paisajes, la gente, y otras tantas cosas. Los deportistas y sus reconocimientos pasaron a conformar el prontuario de los logros que un extranjero debería conocer en la ciudad de las puertas abiertas.