Texto por Andrés Felipe Rivera Motato
Fotos por Corredor Polaco
En el subsuelo del sonido colombiano nace Corredor Polaco, una banda que convierte la oscuridad en ritual. Como si Blade Runner 2049 se hubiera filmado en el Quindío y sonorizado con ecos de Rodrigo D: No futuro, su música parece una distopía hecha sonido. Son una agrupación que carga con los escombros emocionales de una ciudad detenida en el tiempo. Su propuesta es niebla, ruina y resistencia: una mezcla de postpunk oscuro, ruido ceremonial y hardcore sentimental que se arrastra como un alma en pena entre los escombros del país. No vienen del futuro; vienen de un pasado que nunca se cerró, de un presente que duele, de una violencia que se volvió paisaje.
Desde Armenia —una ciudad que definen como gótica por naturaleza, marcada por el terremoto, la indigencia y el estancamiento—, este proyecto de postpunk oscuro mezcla distorsión, atmósferas densas y letras cargadas de crítica y melancolía. Su propuesta escapa de etiquetas fijas: en sus shows se convierten en un enjambre de ecos, pedales y ruido catártico. Son un fantasma tocando música que incomoda. Y ese es el punto.
El nombre Corredor Polaco no surgió de un mapa ni de un capricho estético. Está cargado de referencias cruzadas que huelen a iglesia, a violencia y a memoria. Aunque la banda es de Armenia, Quindío, el nombre remite a la cúpula Elsa de la catedral de Manizales —un espacio oscuro, monumental—, y también a un viejo café que existió durante los años más duros de la violencia en Armenia: un refugio, una trinchera, una grieta en el tiempo. Así se nombra esta banda como un pasillo entre ruinas, como una fractura que atraviesa geografías emocionales y políticas.
Corredor Polaco nace de las cenizas de Old Providence, una banda más ortodoxa dentro del postpunk que se disolvió durante la pandemia. Lo que siguió fue una necesidad: seguir creando, seguir haciendo ruido y sin restricciones. “Old Providence era más cerrado”, dicen. Con este nuevo proyecto, buscaron mayor libertad sonora y conceptual, más apertura a lo incómodo, lo experimental, lo crudo. Así llegó Cripta, el primer sencillo del nuevo ciclo, y con él, un sonido más suelto, más visceral, más dispuesto a arrastrar al oyente hacia una oscuridad compartida.
Esa oscuridad tiene un nombre propio: materialismo gótico, un término que ellos utilizan para describir cómo la sociedad colombiana vive rodeada de fierros, fantasmas y secuelas. “¿Y qué más secuela que vivir en este país?”, lanza Óscar Cardona (Voz/Bajo), quien conecta esta visión con la historia trágica de su propia familia: un linaje marcado por el abandono, la violencia, el duelo heredado. En escena, la banda traduce ese peso emocional con una maraña de 17 pedales que desfiguran el sonido, lo multiplican y lo vuelven ritual. En vivo, no suenan a una banda: suenan a un exorcismo colectivo.
El dolor como motor creativo
A Óscar le duele el país, le duele el progresismo que lo ilusionó y lo traicionó. “Todo sigue igual, a pesar del cambio que se suponía que venía. No tengo esperanzas”, lo dice con una calma impaciente. Felipe del Rio (Guitarra/Sintetizador), añade que lo mueve la desigualdad persistente, esa que en Colombia parece parte del paisaje.
Corredor Polaco no hace música para agradar, sino para sobrevivir. “Esto es catarsis”, afirma Felipe. “Hacemos música porque la necesitamos para vivir”. Esa urgencia emocional se escucha en cada canción, como en Mausoleo, donde resuena la memoria de las masacres y los cementerios sin justicia. Son letras que no adornan: exhuman.
En sus palabras, en sus riffs, en su puesta en escena, se filtra la oscuridad de una Colombia gótica. “Somos góticos por lo que nos toca como sociedad colombiana”, dicen, evocando a Mark Fisher, pensador británico del realismo capitalista, el derrumbe emocional y la melancolía política. Corredor Polaco es una encarnación local de esas ideas: una banda que suena como un país sin futuro, como la secuela de algo que nunca se resolvió.
La escena que muere, el ritual que resiste
“La escena ha venido muriendo por lo electrónico”, lamentan. En los bares ya no hay espacio para las bandas, sino para dos DJs que ocupan menos lugar y generan más consumo. La banda como concepto se desvanece, y ellos lo saben. Pero no se rinden. “Nos motiva sobrevivir a esta oleada electrónica siendo orgánicos”, afirman. Lo suyo es un ritual de ruido, una presencia viva que se rehúsa a desaparecer.
“Nos gusta ser incómodos”, repiten. Es su forma de resistencia: estar presentes, hacer ruido, crear desde la herida.
De Blade Runner a Rosario Tijeras
Cuando se les pregunta qué película los representa, no dudan: Blade Runner 2049 con un toque de Rosario Tijeras. Ciencia ficción distópica y violencia urbana: la mezcla perfecta para un grupo que se define como “muy colombiano”. Si tuvieran que agregar un tercer título sería Rodrigo D: No futuro, esa joya del cine punk paisa que capturó el desencanto de los 90.
Y aunque miran hacia fuera, hacia lo global, también reconocen las raíces locales. Bandas como Los Makavian, OKVLTA, Dimensión Nocturna y Tumbas les han abierto camino. De Manizales, mencionan a Bruma como una influencia cercana y poderosa. El postpunk colombiano no está muerto, solo se ha refugiado en el subsuelo.
Hardcore, Panamá y un olvido para empezar
Y mientras la escena se desmorona y el país olvida, Corredor Polaco afila su grito. Con un nuevo disco de hardcore punk en camino — directo, áspero y necesario—, y un viaje a Panamá en el horizonte, la banda se prepara para exportar su incomodidad. Van cargados de memoria, distorsión y rabia a demostrar que el dolor también migra, que lo gótico no es un estilo: es una herida abierta.
Porque en Colombia, incluso lo que duele demasiado, termina siendo paisaje. Pero hay quienes aún lo nombran a gritos y a oscuras.
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