El eco y la ruptura los clásicos frente a los nuevos sonidos del Grita 2025 (3)

El eco y la ruptura: los clásicos frente a los nuevos sonidos del Grita 2025

Escrito Por: Sebastián Flórez Agudelo

Fotografías Por: Giovanny Gálvez y Andrés Camilo Valencia Chica

En el aire de Manizales se mezclan dos pulsos: el rugido de los amplificadores viejos y el brillo de los sintetizadores recién nacidos. En cada escenario del Grita 2025, la música parecía debatirse entre la memoria y la experimentación, entre lo que fue y lo que está por ser.

No hay festival más simbólico para hablar de ese cruce que el Grita, donde las bandas con décadas de historia comparten tarima con músicos que apenas comienzan a descubrir su voz. Allí, lo clásico no muere; se transforma, se contradice, se reinventa.

“Nosotros no hacemos música para pertenecer a una generación —decía uno de los integrantes de Moth—. Hacemos música desde el alma y después le buscamos una casilla.”

Su respuesta surgió en medio de una pregunta sobre la vigencia del doom metal, un género que, como muchos otros, osciló entre la gloria y el olvido. El músico hablaba con calma, consciente de que esa es la paradoja de los clásicos: resisten a la moda, pero también dependen de ella para renacer.

El público lo sabía. Muchos de los que escuchaban crecieron con el sonido áspero del metal de los noventa y ahora observan con curiosidad a las bandas nuevas que combinan riffs tradicionales con efectos digitales o letras urbanas. La fidelidad al origen ya no se mide por la pureza del sonido, sino por la honestidad con que se toca.

“Uno no puede pensar que una banda pierde la esencia por cambiar”, decía otro integrante de Moth. “Si alguien sigue siendo la misma persona después de diez años, entonces no ha vivido.”

La frase resonó como un manifiesto generacional. En Grita, la idea de evolución no es traición, sino consecuencia natural del arte. Los músicos veteranos entienden que el paso del tiempo no borra el origen: lo resignifica.

Por eso, cuando Danger, con más de cuarenta años de trayectoria, recordaba su historia, hablaba más de compromiso que de estilo. “El músico lo hace mientras hay alma —decían—. Si tocas sin alma, la música muere”.

La experiencia no se mide en giras ni en discos, sino en la capacidad de seguir sintiendo. Esa es la enseñanza que las bandas nuevas parecen haber aprendido.

El Grita es un laboratorio donde lo viejo y lo nuevo dialogan sin jerarquías. Oblitus y No Absolution, por ejemplo, representan una generación que ya no teme mezclar el metal con el punk, ni el ruido con la melodía. “Queremos romper las etiquetas”, decían. “No somos thrash, no somos death, no somos punk. Somos metal punk.”

Esa mezcla no es solo sonora: es una declaración de identidad. Los jóvenes no buscan reemplazar a los clásicos, sino dialogar con ellos. En su caos hay un homenaje.

Mientras tanto, los mayores los observan con una mezcla de orgullo y escepticismo. “La técnica no hace música —afirmaba uno de los veteranos de Danger—. Lo que trasciende es el alma.”

Esa frase, lanzada como un consejo, parece dirigida tanto a los nuevos músicos como al público: en la era de la inmediatez, el alma sigue siendo la única herramienta que no se actualiza.

Esta intervención, remite en la memoria una mención de Enrique Bunbury: “La nostalgia mueve demasiado, pero cada banda debe encontrar su propio camino.”

El comentario despertó un debate entre los artistas. Algunos defendían la permanencia de los clásicos como anclas emocionales; otros, la necesidad de arriesgarse a perderlos para crear algo nuevo.

“Las bandas cambian porque los músicos cambian”, decían los integrantes de Moth. “Y está bien. Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”.

Entre la memoria y la experimentación, la música se convierte en un espejo que refleja los tiempos: lo clásico como raíz, lo nuevo como extensión.

Cuando cae la noche en Grita 2025, las guitarras viejas siguen sonando. Los jóvenes las observan como reliquias, pero también como herramientas. Para dar a conocer y producir la música, algunos aún graban en cintas, otros producen desde sus laptops; unos prefieren los vinilos, otros suben su EP a Spotify. Y sin embargo, el resultado es el mismo: una emoción que está viva y que une a través de la música.

Esa es la verdadera tradición del rock y del metal, más allá de sus formas. No importa si el sonido proviene de un amplificador análogo o de un programa digital, si la distorsión nace de una válvula o de un plugin. Lo importante —como lo dijo un músico veterano— es que “la música trasciende cuando hay alma”.

En el Grita 2025, los clásicos no son reliquias: son raíces vivas que nutren los nuevos ruidos. Y los nuevos ruidos, lejos de destruir el pasado, le devuelve su sentido. Entre ambos, el festival se levanta como una afirmación: la música cambia, pero el grito sigue siendo el mismo.

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