Grita 2025 Rock, reggae y ska desafiaron la lluvia en la apertura del festival (11)

La curaduría del vestuario en Grita Fest: un elemento de identidad para el público

Escrito Por: Sebastián Flórez Agudelo

Fotografías Por:  Giovanny Gálvez y Andrés Camilo Valencia Chica

En medio del viento frío de octubre, los ecos del Grita Fest se mezclaron con los gritos, los parches, los vestuarios y las historias de quienes año tras año hacen del festival una extensión de su identidad. En el corazón del público, la experiencia va mucho más allá del sonido: es una forma de expresión, de memoria y de vivir la experiencia del Festival 

Entre la multitud, Violeta Mejía se roba algunas miradas. Su atuendo gótico —falda negra, corset de carnaval y una chaqueta heredada de su abuela— parece un homenaje a la historia familiar y a la estética que la define. “Mis outfits siempre han sido asesorados por mi madrastra”, cuenta con una sonrisa. “Me gusta venir acorde a la música. Este año reutilicé un corset de un disfraz, una falda vieja, una chaqueta de mi abuela y unos Converse que también eran de mi madrastra. Vengo reciclando mucha ropa, pero que representa mi esencia”. 

A su lado, Juan Manuel, su compañero de festival, asiente. “Trato de que mis atuendos vayan en conjunto con los de ella. No tengo mucha ropa para estos días, pero intentamos hacer match para que parezcamos pareja y estemos al corriente del día”.

El vestuario, para muchos asistentes, es una declaración de pertenencia. No se trata de disfrazarse, sino de reafirmar lo que son. “Me encanta la cultura gótica”, agrega Violeta. “Me parece una cultura muy interesante, todo lo que promueve y todo lo que hay dentro de ella”. 

Para Violeta, el festival es más que un evento: es una costumbre. “Este es mi cuarto año en el Grita. Desde que soy muy pequeña vengo y siempre he tenido muchas ganas de asistir. Es un evento bastante especial”, dice mientras recuerda los momentos más intensos de la edición 2025.

Sus ojos brillan cuando habla de las bandas que la han marcado: “Este año hubo muchas agrupaciones nuevas y muy brutales: Mortis y los Desalmados, Forbidden, Oblitus, Triptycon. Todas con una energía bacana. También Cro-mags y Ryan Legends, que aunque no son nuevas, siempre ponen el ambiente. El Grita tiene algo que hace que uno siempre quiera volver”.

Lo que más destaca, dice, es el ambiente: “A veces puede parecer rudo, pero siempre es sano. No hemos visto peleas ni gente herida. Eso habla muy bien del festival, porque es un ambiente para disfrutar, incluso en familia. No pueden venir los más chicos, pero desde los 14 años ya pueden estar aquí, y eso es super brutal”.

Más adelante, en otra esquina del escenario, Ana y Camila conversan sobre su experiencia. Sus atuendos góticos contrastan con la neblina de la tarde: maquillajes oscuros, botas altas y accesorios hechos a mano. “Yo normalmente no me visto así”, confiesa una de ellas. “Soy más relajada, pero uno llega aquí sin pena de nada. Aquí uno puede ser como quiere ser. Aprovecho para vestirme como me gustaría todos los días, pero no lo hago por presión social. Aquí uno se transforma”. Confiesa Ana.

Su amiga asiente y complementa: “Yo sí hago parte de la subcultura gótica desde hace tiempo. Me encanta, trato de implementarla casi todos los días: con el maquillaje, la ropa, lo que sea. A veces hay espacios donde no puedo explotarlo tanto, pero siempre intento que se note. Me gusta la historia, la música, la arquitectura y el trasfondo que tiene, no solo la estética”. 

Esa libertad de expresión es una constante en el festival. El Grita se convierte en un territorio donde la identidad se amplifica y donde el miedo al juicio desaparece. “Me gusta mucho esta época del año, pero no por Halloween”, dice Camila. “Yo espero es el Grita. Apenas empieza el año, ya estoy pensando en las bandas, en el maquillaje, en la ropa. Es lo que más espero del año”.

Cuando le pregunto si no disfruta disfrazarse en Halloween, responde con ironía: “¿Para qué me voy a disfrazar si soy un monstruo todo el año?”.

El festival también es un lugar para el descubrimiento musical. Las jóvenes cuentan que llegaron con una lista de bandas que querían ver, aunque no siempre alcanzaron. “Esperaba mucho a Repudio, pero los pusieron muy temprano y no soy de madrugadas”, dice una entre risas. “También quería ver Oblitus, pero no alcancé a llegar. Igual, las demás bandas estuvieron muy buenas. 

Otra de ellas agrega: “Yo vine por Appendix. La persona con la que venía se ganó una baqueta de ellos, así que fue increíble”.

En el Grita, las fronteras entre público y artistas se diluyen. Las personas se saludan como si se conocieran de toda la vida, recomiendan bandas, se invitan mutuamente a entrevistas y comparten la emoción de estar allí. “Vean a la chica con maquillaje de payaso, con la naricita negra —nos recomienda Camila señalando a otra asistente—, díganle que los enviamos de parte nuestra. ¡Nos encantó su pinta!”.

Esos gestos espontáneos, sencillos, pero afectuosos, reflejan el espíritu del festival: un espacio donde cada persona encuentra un lugar, una voz y una identidad colectiva que se construye a punta de música, ropa, maquillaje y, sobre todo, ganas de ser.

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