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La magia de la vida en equilibrio: música esférica, achatada en los polos

Texto por: Rafael Santander

Fotos por: Andres C. Valencia

Fanzine cortesía de Josho

En mi casa nunca hubo, pero sí en la de algún conocido de la familia, una de esas cajas negras forradas por dentro con imitación de terciopelo rojo que contenía dos esferas metálicas, color verde jade, con animales pintados encima. Aparte de lo llamativas que resultaban para un niño, recuerdo también que se sentían extrañas al tacto: estaban medio huecas pero eran pesadas, por dentro tenían otra esfera que al golpearse con las paredes de la grande emitía una vibración agradable. Esas, coloquialmente llamadas, «bolas chinas» resonaban con una frecuencia media que tendía a los graves, la robustez de su sonido me hacía olvidar su fragilidad, «suelte eso que no es un juguete», decían los adultos al verme agitarlas curioso.

Esta memoria perdida hasta hace poco regresó a mi cabeza mientras repasaba el último EP de Josho, lanzado el primero de diciembre a través del sello discográfico manizaleño Nvrclose y distribuido en todas las plataformas digitales, La magia de la vida en equilibrio, en el que la esfericidad, la eufonía, la fragilidad y la “organicidad artificial” de su sonido son componentes esenciales de sus pistas, tan análogas con estas decoraciones de sala.

Oriundo de Manizales, Julián Andrés Restrepo AKA Josho es difícil de encasillar, así como su reciente trabajo. Él se presenta como artista sonoro y DJ y prefiere no utilizar las etiquetas de músico ni productor musical. Esta dificultad de clasificación tan presente en productos culturales contemporáneos —y en sus creadores— nos invita a romper con esas brechas y jerarquías impuestas por la tradición: La magia de la vida en equilibrio bien puede ser un producto de arte sonoro apto para escucharse en un bar o una serie de temas bailables apropiados para momentos de recogimiento; es un producto híbrido, mestizo y ecléctico; un hijo de esta generación dispuesta a cuestionar las fronteras geográficas, categóricas y creativas.

Al inicio del primer track, «El privilegio de vivir en el planeta tierra», los sonidos nos remiten a un ambiente submarino, al espacio mítico donde inició la vida. Posteriormente, un sintetizador produce la sensación de ascenso, uno que funciona como elipsis también, subir espacialmente es pasar de pez a anfibio y luego a mamífero hasta que se nos atraviesa ese beat intrincado que se mantiene a lo largo de toda la pieza y parece querer expresar la complejidad de la vida. Aquí el ser humano que aparece como un elemento más, un fragmento de una voz dentro de la maraña rítmica que queda como suspendida con las primeras notas del segundo track, «El amazonas se ve desde el espacio», donde la complejidad se sigue expresando mediante el ritmo y se mantiene la sensación de ascenso, pero los nuevos instrumentos y la mezcla le añaden perspectiva al sonido, como si escucháramos a la distancia, elevados, fuera del planeta.

Mientras el lado A parece mostrarnos, compartir ideas e invitarnos a contemplar a lo lejos; el lado B, que consta también de dos temas —«Toda la vida habita esta esfera» y «Tempestad en Chinchiná»— nos invita a la inmersión, ubicándonos en medio del entorno natural y de esta compleja relación entre elementos de la que también hacemos parte. El lado A nos pone en una situación propicia para apreciar con ojos limpios y nuevos —edénicos—, el fenómeno de la vida en la tierra, de ahí que nos devuelva a un momento inicial. Una vez en esta disposición renovada de observación, el lado B rompe la burbuja, la capa protectora del raciocinio y la observación objetiva, para recordarnos que hacemos parte también de ese planeta que estamos escuchando.

La magia de la vida en equilibrio, como esas bolas chinas que decoraban la sala de ese conocido de la familia, es metálico y frágil, denso pese a su apariencia liviana, pulido y brillante, resonante y eufónico. Lo mejor de todo es que puede sonar y sonar y sonar sin que sienta todavía la posibilidad de que vaya a quebrarse.

En entrevista con Alternativa, Josho nos habló de la situación, los materiales y las ideas que permitieron darle vida a este proyecto discográfico.

Con la facilidad que hay ahora para subir música a plataformas, es práctica común la publicación de tracks individuales ¿qué lo lleva a seguir lanzando música recopilada en forma de EP?

No le veo nada de malo a ir sacando tracks. Esas son estrategias de difusión que funcionan también, convertir esos tracks en singles y luego en un EP y después sacar un álbum que contenga el EP, pero ahí no hay una cohesión conceptual y este disco sí la tiene.

Yo empecé en el 2012 haciendo drum & bass, aunque empecé a producir profesionalmente techno. Sigo buscando una voz, en este disco la encuentro desde el ambient junto con una investigación que venía haciendo sobre arte sonoro y música concreta: Beatriz Ferreira, Jacqueline Nova, Pierre Schaeffer, Murray Schafer, cómo ha evolucionado la música desde los 50s hasta acá y ese conocimiento investigativo lo quise traducir en lenguaje sonoro. Hay analogías con cantos de los Bora y los Uitoto y Cantos a la creación de la tierra de Jacqueline Nova.

Yo cojo ese material y hago un proceso de síntesis granular, estiro el grano, le pongo delay, lo resignifico con elementos modernos, haciendo un arreglo más encaminado a la pista de baile sin salir del ambient. Lo que hago está entre la música de baile de mi trabajo como DJ y la música para sentarse a apreciar, que no va a estar en un sistema muy grande de sonido sino que se presta para una escucha más personal.

En la introducción del fanzine se establece una tensión entre esas dos músicas, la de bailar y la de apreciar y se hace una analogía con la naturaleza y la destrucción ¿eso serían los lanzamientos comerciales?

Sí, eso está ahí pero no hace referencia directa a lo uno o a lo otro, creo que tiene más relación con el proceso de componer el disco: estaba en medio de la pandemia, muy saturado del techno y de la música y las dinámicas de la industria y la escena musical del país y pensé: «le estamos haciendo un daño el hijueputa a la tierra, es cómo si la tierra estuviera diciendo “¿quihubo pues, parcero? Pilas pues, enciérrense así sea 6 meses. Estoy cansado de estas pulgas, ¿qué es este virus de mierda?”» y el virus no es la COVID-19, somos los humanos. Eso quise que se viera en el diseño gráfico del fanzine y a eso iba con lo frágil que pueden parecer las dinámicas sonoras del disco, que no está jugando a las dinámicas de loudness. Yo cojo esas obras que han sido representativas del arte sonoro y la música concreta latinoamericana y las destruyo, pero vuelvo y las armo de forma amigable. Sigue siendo música pesada, con bajos fuertes, breakbeats intrincados y suena muy ruidosa, pero sigue siendo amigable, melódica, con un contenido armónico, como una cama que te arrulla o bueno, eso por lo menos es lo que interpreto yo.

Para allá iba: coger esa sensación de que los humanos lo quieren destruir todo, reinterpretarlo y volver más amigable eso que puede ser tan destructivo.

Usted se apoya mucho de los textos: usa el fanzine y los títulos de los temas para transmitir ideas, pero ¿qué papel juega ahí la música?, ¿cómo contribuye al contenido?

Como los temas son paisajes sonoros y eso es algo tan abstracto, el título les da contexto. Por ejemplo, Tempestad en Chinchiná es como «Bueno, ¿cómo te imaginas una tempestad?, pero ¿dónde está esa tempestad y qué elementos del paisaje están ahí?», por eso tiene capturas de audio como, por ejemplo, unos pajaritos en Tarapacá o elementos y objetos sonoros reinterpretados en breaks pesados y de ahí va saliendo la narrativa, pero es eso: una narrativa, no un contenido ideológico.

En ese sentido se distancia de la idea porque yo pienso que el lenguaje musical es muy etéreo. La gente habla de Debussy o de Erik Satie que hacían cosas programáticas, que con los sonidos de los instrumentos hacían los sonidos de los pájaros… pero eso sigue siendo muy etéreo. Las Cuatro estaciones, por ejemplo, yo no me las imagino, aparte porque no tengo ningún referente, aquí solo tenemos dos estaciones seco y llovido. Mi idea era ponerle nombre y apellido a la vuelta, no desde lo ideológico, sino desde lo interpretativo. Con El amazonas se ve desde el espacio yo pensaba «Imaginate cómo será una selva que se ve desde el espacio, cómo tiene que ser de grande: es como un organismo gigante que además está cayéndose, en deterioro, que la vemos como una vaina donde viven los indígenas que es intocable, “el poporo de oro de la humanidad”» y va usted y sube y lo ve desde donde la muestran los astronautas y es una vaina como tan sublime, como que la gente se queda años mirando ese pedazo de la tierra de lo bestia que es y eso era lo que quería evocar con el tema pero eso sigue siendo súper etéreo.

Entonces ¿hay una búsqueda desde el sonido de generar imágenes concretas?

Exacto. Y que además tiene esa facilidad de que todo el mundo se imagina una cosa distinta. Con El privilegio de vivir en el planeta tierra pensaba «a mucha gente le sabe a mierda tener que vivir», pero es una oda también a que lo único que conocemos y que alberga todo el conocimiento de la raza humana está en esta esfera que ni siquiera sabemos si es esférica.

Acerca de los otros elementos del fanzine hay dos textos que son «Bahamut» y «Animales esféricos» que tienen ideas que no empatan con las piezas del disco ¿cómo se relacionan con la música?

Hay un trasfondo más personal. Mi profesor más querido, Jaime Toro, nos habló siempre de «Animales imaginarios» y es un libro que entre los amigos conservamos muy cercano. «Animales esféricos» hace referencia a la tierra como ser vivo, y a la esfera, no como objeto euclidiano, sino con su semejanza al órgano más noble del ser humano que son los ojos, y en el fanzine hay una relación directa entre la nobleza de la esfera, el ojo y la bacteria. «Bahamut» habla de la capacidad del hombre de estarle buscando el por qué a las vainas, es una teosofía bonita, una búsqueda del trasfondo, del dónde venimos y eso se relaciona con La magia de la vida en equilibrio.

¿Este EP es una búsqueda de ese por qué?

Yo creo que es dos cosas: una apreciación de eso que es tan frágil que llamamos vida y una búsqueda: ¿de dónde viene?, ¿cómo llega a equilibrarse?, ¿por qué en la tierra sí hay y en otros lados no?, ¿por qué nuestro conocimiento es tan cerrado a esta esfera? Creo que hubiera sido chévere ahondarlo en varias piezas, muchas más. Esto es como un sudoku al que le faltan números, pero las obras no se terminan, se abandonan y hasta ahí llegó esta. Si los textos permiten nuevas interpretaciones y llevan a que la gente se pregunte y que piense qué no conecta o qué sí conecta, todo eso le suma a la experiencia.

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