Texto por: Andrés Felipe Rivera Motato
Fotos por: Andres C. Valencia
En Manizales, la música independiente suele nacer en salas prestadas, garajes improvisados y patios donde los vecinos terminan siendo parte involuntaria del público. Allí, entre amplificadores y guitarras que han pasado por demasiadas manos, se forjó la historia de Peloegato. No fue un proyecto planeado desde cero, sino el resultado de años de ensayo y error, de tocar en otras bandas, de no rendirse cuando los demás colgaban sus instrumentos.
Germán “Kike” Castañeda, voz y guitarra, lo explica con naturalidad: “Somos los que hemos ido quedando de otros procesos, los tercos que decidimos no parar, porque eso nunca ha sido una opción”. A su lado, Felipe Gallego, en guitarra; Juanda Torres, en bajo; y Carlitos, en la batería completan una formación que se ha curtido en escenarios grandes y pequeños, con la misma disposición a tocar en un festival multitudinario o en un toque de barrio.
La experiencia no se mide solo en años, sino en las lecciones aprendidas. De los covers con los que empezaron a entender acordes y estructuras, a componer sus propias canciones. Cada paso deja una huella en su sonido actual. “Hemos aprendido de referentes que hacen las cosas bien —cuenta Kike— y, aunque somos músicos empíricos, siempre hemos buscado profesionalizarnos, aprender y mejorar”.
Esa búsqueda tiene un nuevo capítulo en Perseguir la euforia como acto de rebeldía, su más reciente álbum. El título es, por sí mismo, una declaración de intenciones: desafiar la inercia, resistir a los moldes impuestos y mantener encendida la chispa creativa incluso cuando la vida parece conspirar en contra. “La idea no es quedarse en la queja —explica Castañeda—, es decirle al sistema que sus intentos de manipularnos son en vano, y que no nos podrán borrar de nuestros rostros cansados la sonrisa de campeón”.

La carátula del disco refleja esa misma filosofía: un viaje hacia adentro, un reencuentro con el niño que sueña con tocar rock, aunque tenga que cargar sus propios demonios en el camino. En lo musical, el álbum conserva un principio que ha marcado a Peloegato: cada canción tiene su videoclip, grabado, actuado y editado por la misma banda. “A veces hay que volverse fotógrafo, editor, manager y productor a la vez… porque así es el punk: do it yourself y hacerlo con todas”, afirma Kike.
En la escena de Manizales, Peloegato ocupa un lugar particular. No encajan del todo en el hardcore punk que predomina en la ciudad, pero tampoco buscan encajar. “Para muchos somos pop, para otros somos punk aguapanela… pero al final solo queremos hacer rock bien hecho”, dice Felipe Gallego. Juanda Torres lo complementa: “Preferimos explorar melodías más elaboradas, letras más trabajadas, algo más digerible sin perder la fuerza”.
No siempre fue así. Cuando Kike recuerda sus inicios, habla de un circuito más pequeño, donde se mezclaban bandas underground y propuestas pop que llenaban festivales como el de la Niebla. “Era una época de exploración —recuerda—, tocábamos en cualquier parte: casas, salones comunales, bares que ya ni existen. La gente llegaba y se armaba la fiesta”. Esos años moldearon la ética de trabajo de la banda: constancia, camaradería y resistencia.
Peloegato se toma en serio el cómo suena. Su rider técnico no es un capricho, sino el resultado de años de buscar el mejor sonido posible con los recursos disponibles. “No son exigencias —aclara Castañeda—, hemos tocado con equipos de casa, pero si hay oportunidad de usar buenas herramientas, vamos con todas. Queremos que el en vivo se acerque al sonido que logramos en el álbum”.
Esa obsesión por el detalle también responde a su forma de entender la música como un proyecto integral. “Nosotros hacemos todo: los videos, las fotos, la edición… y lo hacemos porque no siempre hay presupuesto para pagar a alguien. Además, así nos aseguramos de que cada cosa tenga nuestra identidad”, comenta Felipe. No es solo autogestión por necesidad, sino por convicción.


En un circuito local que ofrece conciertos cada semana, Peloegato eligió pasar los últimos años casi encerrado: componiendo, grabando y ensayando. Fue una decisión consciente. “Queríamos dejar algo que nos gustara, que nos motivara, y luego compartirlo”, explica Juanda. Ahora, con el álbum listo y sus videos circulando, están listos para volver a tocar y dejar que el público decida su lugar en la escena.
El nombre de la banda, lejos de tener una gran historia épica, nació de una ocurrencia que terminó quedándose. Entre decenas de nombres fallidos, “peloegato” apareció, sonó bien y se quedó. Con el tiempo, el gato se convirtió en un símbolo: independencia, personalidad y un toque de irreverencia. “Somos los cuatro muy distintos y eso también nos representa”, dice Kike.
Peloegato no parece obsesionado con etiquetas ni modas. Su meta es más sencilla y más difícil a la vez: seguir haciendo música que les guste, sonar cada vez mejor y mantener viva la chispa que los llevó a tocar juntos. En sus propias palabras, se trata de “creer en lo que hacemos y no depender de nadie para lograrlo”. Y en un mundo donde tantas bandas se quedan por el camino, esa terquedad es, quizás, su mayor acto de rebeldía.
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