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Desaparecer Como Expresión Última de Rebeldía

Texto por: Rafael Santander Arias

Fotos: Andrés C. Valencia

Formas de desaparición es un diálogo con Santiago García, quien es  referente fundamental en la carrera de Verónica Ochoa, directora de la obra, y a la vez una carta de renuncia dirigida a quien le interese.

En los últimos días del Festival no puedo evitar el intento de darle sentido a la curaduría, de hacer el esfuerzo de poner todas las obras en perspectiva y encontrar un hilo invisible que las vincula. Estos comentarios que he escrito también me ayudan a hacerme una idea: los primeros sospechosos son las ideas, conceptos, temas e imágenes a los que regreso en mis críticas. Del año pasado recuerdo un caleidoscopio de violencias, desde el genocidio y la guerra hasta las imposiciones sociales y las amenazas silenciosas, nuestro anterior Festival estuvo unido por el hilo de las violencias.

Este año lo recordaré vinculado por un concepto más abstracto y complejo que raya en lo teológico: la encarnación de la paradoja y el teatro como ese lugar que lo permite. Paradojas en los argumentos, en las estéticas o en los personajes, las aporías lógicas llovieron este año, ojalá erosionando esos suelos de certidumbres cientificistas y racionales que tan peligrosos para la sociedad resultan porque son suelo fértil para la violencia.

La paradoja y lo desconocido —tan emparentado con esta—, nos regresan a ese lugar de los albores de la cultura en el que vivíamos en una armonía mayor con la naturaleza, en la que intentábamos a través de nuestras expresiones sintonizarnos con esa inmensidad incomprehensible de la cual hacemos parte sin intentar comprenderla, apenas aceptándola.

Esta es una actitud de la que parecen partir las expresiones más contemporáneas y experimentales del arte, «no intente comprender, acepte» y Actos de Desaparición parece aquí también suscrita. Tres intérpretes en escena juegan como niños con una gran variedad de miniaturas, muñecos e instrumentos. Escriben con tiza en la pared, proyectan sombras con linternas y también video con un proyector, reproducen grabaciones, reproducen música y también la crean en vivo, hablan con nosotros, leen en voz alta y van de un lado a otro del escenario revelando nuevos dispositivos creados para su juego.

Sin mayor preocupación por coherencia o estructura, la obra alterna textos de un diario de la directora con fragmentos de textos, anécdotas, música y grabaciones de audio y video hasta que un avión de papel cargando una muñeca atraviesa el escenario hasta desaparecer. Mientras hubo luces y voces, el espacio fue un lugar donde se volcó la mente de Verónica, sus memorias, reflexiones, referentes y opiniones. Y al terminar permanecen volcados, pero ya inertes sin su presencia, fuera del marco temporal que establece la obra.

Formas de desaparición es la pepa que necesitaba este rosario de obras para permitirme aventurarme a hacer estas afirmaciones grandilocuentes, tan opuestas a lo que esta obra nos presenta.

La directora inicia la obra diciendo que renuncia al teatro, incurriendo aquí en una primera paradoja: esta no es su primera renuncia, renuncia en cada presentación, pero para renunciar debe estar contratada. Cada función de teatro aparece allí la contratada y retirada directora, lo que implica un desdoblamiento, una separación de sí misma, una escisión.

La separación, pienso, es el hilo invisible que reúne la diversa gama de temas, anécdotas y recursos que se utilizan en el escenario. La primera separación es la de Verónica con Santiago García, esa que está presente en cada entrada del diario y en cada grabación de su voz. La segunda serie de separaciones hacen referencia al concepto de alienación, desde la idea clásica del trabajador alienado expresada en la idea del trabajo como fuente de la infelicidad.

También la alienación que experimenta ella y su colectivo con las formas y argumentos tradicionales del teatro y la de otras actrices y actores del gremio, reventados ante tan alta exigencia de perfección técnica en nombre del arte; y la de las actrices abusadas por directores teatrales en nombre de la gloria.

Separación es la de los polluelos de su madre en la primera anécdota, la de la cabeza del burro y el culo en el primer papel de Verónica, la de los funerales, la de nuestra imagen al ser registrada por un aparato o ser dibujada o reproducida por cualquier otro medio, también la del teatro comercial de su esencia y lo necesario para sentarse a escribir.

También estimula la separación o, según sus propias palabras, la dislocación del teatro de Santiago García y también Formas de desaparición, es en síntesis una separación de una mujer con el teatro.

Y una última separación sería la de la obra con el público, que  se encuentra ante una pieza que lo desafía, le plantea dificultades para involucrarse, para ver las miniaturas y para seguir un hilo coherente porque dentro de todas sus particularidades estéticas, Formas de desaparición representa la postura política y filosófica de su directora y la demostración en la escena de este pensamiento.

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