Texto por: Rafael Santander
Fotos por: Andrés C. Valencia
Contenido coproducido con Quehacer Cultural
«Toda la humanidad tiene una historia común. Es importante este reencuentro y este compartir, África y América Latina compartimos historia.» Con estas palabras, Hassane Kouyaté, director de Congo Jazz Band, dio inicio a la presentación de su obra para la prensa. Tras esta declaración el director parece extender una invitación a tomarnos como personal esta historia, la de los dolores de la colonización y el cinismo de los colonizadores. «El rey Leopoldo II tuvo en el Congo una extensión de tierra que era 80 veces más grande que toda Bélgica, nunca puso un pie allá y lo trataba como si fuera el patio de su casa», dice el director sonriendo ante la amarga ironía y nos explica por qué elige que los narradores de esta historia sean los músicos de una banda. «Explicamos la historia mediante la música porque es mediante la música que el Congo ha registrado su historia, allá todo está atravesado por la música y sabemos de algunos hechos porque de eso hablan sus canciones.»
Proveniente en Burkina Faso, Hassane Kouyaté hace parte de una familia de griots, el equivalente de nuestros juglares. Trabaja en la preservación de la tradición narrativa de su pueblo, la transmisión de esta a nuevas generaciones y el registro de los sucesos del presente. La técnica teatral que compartió con nosotros el 27 de octubre es una forma tradicional propia de Mali, Senegal y su país de origen llamada kotéba, que traduce «gran caracol» y hace referencia a la forma como se dispone el público en forma de espiral alrededor de los músicos-actores.
El kotéba es una forma flexible de montaje teatral en la que los intérpretes aprenden diversos papeles para cada obra, aprenden más escenas de las que se van a representar cada noche y el director tiene la libertad de elegir el mismo día qué papel representa cada miembro de su elenco así como cuáles escenas. «Cada actor aprende tres papeles y tenemos cada escena montada de tres formas diferentes. En la tarde puedo llegar a decirle a mis actores qué vamos a hacer en la noche», explica Kouyaté.
Aparte de la evidente posibilidad de numerosas variantes de presentación, tras estas ideas del kotéba podría leerse una filosofía, una consciencia de la íntima relación entre el todo y la parte. Que cada actor aprenda varios papeles puede permitirle un acercamiento a sus personajes desde las dinámicas con las otras partes estudiadas y el aprendizaje de variantes de cada escena invita a estudiarla como pieza funcional de un todo, a hacerse preguntas por cómo cada variante afecta ese todo que es la obra.
«a mi pueblo le digo que ya no podemos dar pasos atrás, solo hacer cosas con lo que tenemos hoy. Y ahora con la tecnología, los drones, los smartphones que tienen una influencia tan grande en nuestra cultura, debemos preguntarnos ¿Qué vamos a hacer con nuestra identidad a partir de eso? ¿Cómo, con estos medios, vamos a expresar nuestra particularidad?»
Es decir, el kotéba nos hace considerar los elementos constitutivos de la pieza a la par que nos pone en contacto con esa idea compleja de la unidad que es también múltiple. «Nosotros no decimos “voy al teatro” cuando vamos al kotéba, tenemos tres expresiones diferentes: “voy a limpiar la suciedad de mis ojos”, “voy a reunirme con la gente” o “voy por mi música”», afirma Hassane Kouyaté, dando a entender que al kotéba se va con una intención diferente y clara cada vez «el kotéba no discrimina, es para todo el mundo y para cada uno».
Resulta difícil comentar una obra como Congo Jazz Band que no tiene nada que ocultar, que no genera mayor sistema de códigos ni abre espacio para la interpretación. Muy por el contrario, la obra ya es un comentario, una interpretación y una declaración muy directa de los sesgos y el compromiso personal de su autor. De lo que sí podemos hablar es de cómo logra esto Kouyaté. Hay un gesto político implícito al decidirse a narrar una historia prescindiendo del artificio —o por lo menos intentándolo—,«el teatro sin accesorios nos remite a la filosofía teatral del narrador-actor en el que se empieza por contar una historia y se complementa la narración con la actuación», dice el director. Al prescindir de utilería, ambientación y escenografía realistas, el gesto y, sobre todo, la palabra cobran un peso y una relevancia que solo las ideas estéticas y la puesta en escena pueden otorgarle.
La historia narrada está repleta de crueldad, inicia con Leopoldo II comentándole a su esposa el deseo que siempre ha tenido desde la infancia: una colonia, evidenciando su ser caprichoso y desinterés por la humanidad. El cinismo inicial de las exploraciones y proyectos de colonia en el Congo, se tratan con un fascinante humor políticamente incorrecto, pero con el correr de los minutos, la deshumanización llega al punto, que desplaza incluso a ese humor que ha florecido ante la psicopatía y crueldad de sus personajes.
La banda que acompaña la narración muestra, como normalmente apreciamos en las expresiones de la cultura afro, un estoicismo que esconde el dolor tras la sonrisa y la buena energía, hasta que en la canción final la voz solemne de la solista se quiebra de emoción como si su alma se rasgara en medio de tanta ignominia.
Congo Jazz Band es un relato histórico, un concierto y una parodia, pero sobre todo una cuenta de cobro a Leopoldo II y a los países del hemisferio norte que se han lucrado a partir de la extracción de los minerales del subsuelo congolés «Es una historia difícil, pero necesaria», me comentaba al final de la obra, «es como un cadáver en el ático que está despidiendo mal olor: hay que sacarlo, velarlo y enterrarlo».
Lo más sorprendente de la posición de Hassane es que, a pesar de esa conciencia del dolor histórico de las naciones del Congo belga, aboga por la hermandad entre pueblos, no solo los colonizados, quizás porque para los ojos de su corazón, ese origen común de todos los pueblos nos hace hermanos. «No somos responsables de los actos de nuestros ancestros, pero somos herederos de lo que han hecho. ¿Qué vamos a hacer con esta herencia?»
Hassane no niega su herencia colonial. «Este que soy yo es un hombre negro, pero también uno blanco. Le debo mucho al francés, me ha permitido viajar y conocer a la gente del continente.», antes la acoge, pero tiene muy presente la importancia de sus raíces y de que su trabajo como griot es por y para su comunidad «a mi pueblo le digo que ya no podemos dar pasos atrás, solo hacer cosas con lo que tenemos hoy. Y ahora con la tecnología, los drones, los smartphones que tienen una influencia tan grande en nuestra cultura, debemos preguntarnos ¿Qué vamos a hacer con nuestra identidad a partir de eso? ¿Cómo, con estos medios, vamos a expresar nuestra particularidad?»