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La casa ensoñada, una exploración de lo ominoso

Texto por: Rafael Santander

Fotos cortesía FITM Por: Andrés Camilo Valencia Chica

Al espacio del teatro ingresamos a través de un pasillo oscuro. Una figura
enmascarada, sin rasgos distintivos, vestida de mujer, parece dar la bienvenida a
través de su silenciosa presencia en el portal. En el pasillo unas fotografías nos
cuentan sin mucho detalle una historia de violencia en la que unos personajes
uniformados entran a la casa de la mujer y secuestran a uno de sus familiares. El
pasillo desemboca en un vestíbulo con una silla mecedora y una mesa auxiliar, hacia el
fondo del espacio vemos una cocina, a mano derecha al fondo un comedor y cerca
nuestro una sala. No hay asientos, no hay un escenario enfrentando un público en esta
propuesta poco convencional. Hemos sido transportados a un espacio, lo habitamos, y
podemos interactuar con algunos elementos de la escenografía para descubrir
fotografías, videos, textos, audios e incluso otro escenario.

Imágenes que producen una sensación extraña e incómoda, como si fueran realizadas
con el concepto freudiano de lo ominoso en mente. De hecho, esa es la atmósfera
general del espacio: familiar, coloquial y típica, pero incierta y amenazante. El
ambiente, elaborado con lugares comunes de narraciones también muy tópicas como
la casa campesina, una unidad de cuidados intensivos, una cocina/laboratorio, una sala
con una biblioteca —curiosamente, llena de libros de teoría teatral—, tiene un giro
inesperado. Por la forma como son mostrados, por la propia construcción
escenográfica, se nos presentan despoblados de familiaridad, nos resultan extraños,
distantes, envueltos en un ambiente despojado de calor y comodidad.

Al interior de la casa, tiradas en el suelo, más láminas impresas con fotografías. En
este caso unas puestas en escena con una estética altamente estilizada, en las que
vemos campesinos desangrados. Un monitor de signos vitales en una esquina se
asoma para revelar un escenario adicional en el que una doctora nos mira mientras su
mano se abre como una garra contra la camilla en la cual está grabada la silueta de
una persona. Unos audífonos puestos cerca nos permiten escuchar un sermón apócrifo

que parece traer la buena nueva del nihilismo, nos invita a convertirnos y abandonar la
fe. A esto mismo nos invita el primer personaje que entra a escena en la cocina. Más
científico que cocinero, con una cruz de lata en la mano sermonea al público y habla
sobre sueños de castrar a su padre.

Acto seguido, y sin relación aparente, en la sala, el espacio opuesto a la cocina, un
hombre vestido y pintado todo de negro y una niña representan una escena en la que
él hace de algo entre padre y profesor mientras siguen hablando de psicoanálisis. La
niña hace unos aviones de papel y los lanza hacia el público, quienes descubrimos con
sorpresa que tras esa escena tan aparentemente inocente hay algo macabro. Los
aviones tienen escrito «¿Me ayudas?» y nos dan a entender así que este
padre/profesor es un abusador y que esta niña está indefensa y encerrada con este
hombre.

En sus últimos momentos la obra nos invita al centro del escenario donde dos pantallas
enfrentadas proyectan imágenes que siguen esta lógica de lo ominoso. Finalmente una
mujer que puede ser una abuela, una bruja, quizás la propia niña que huyó y regresa a
la casa luego de muchos años a decir un texto que se escapa a mi memoria, dándole
fin a la obra.

Este es un detalle particular de La casa ensoñada, lo difícil que es recordarla, lo poco
memorables que son sus diálogos y esto no se debe necesariamente a una
incompetencia dramatúrgica sino a una mala administración de la información: la obra
genera mucha fricción mental. El texto que interpretan los actores se retiene con
dificultad por su complejidad: abstracto, sin contexto y sin relación clara con el espacio
escénico. Líneas excesivamente intelectuales que no generan imágenes ni emoción en
la cabeza, monólogos que ojalá se hubieran podido leer allí mismo para poder
estudiarlos con más juicio.

Y para añadir un nivel adicional de dificultad a la obra, estos textos complejos son
dichos en medio de este escenario saturado de información, un bombardeo de

significantes desperdigados que la mente desde el momento que entra empieza a
vincular, a intentar unir para generar a partir de ahí un relato coherente. Incursiones de
paramilitares en una casa en el campo, la calavera embalsamada de un niño en la
cocina, esta especie de iglesia cientificista que tiene a los médicos por sacerdotes y
recortes de prensa de obras previas de la compañía junto con textos difusos poco
relacionados con las imágenes que lo acompañan, sin hablar del sinnúmero de
imágenes proyectadas al tiempo en múltiples pantallas, hacen que el texto final en mi
cabeza sea solo un murmullo indiferente, asfixiado en medio de esta saturación
informativa.

Pienso que el mejor formato de La casa ensoñada sería museístico, una exposición
que nos permita recorrer el espacio con tiempo y a nuestro ritmo, que nos permita leer
los textos, reflexionarlos y relacionarlos con toda la ambientación, las demás imágenes,
los videos proyectados en las paredes y los otros textos interpretados. Lo que menos
me gustó fue el poco tiempo que tuve para explorar el espacio a voluntad y cómo una
vez terminada la representación tuvimos que salir tan rápido. Al no haber una relación
aparente entre las abundantes y diversas imágenes y situaciones, la mente activa se
fatiga después de estar expuesta a ese exceso de estímulos.

¿Qué secretos encierra La casa ensoñada? ¿Qué querrán decirnos sus creadores? El
misterio se mantiene ante las dificultades que plantea la puesta en escena y que
adolece de elementos simbólicos o temáticos que orienten la interpretación de la obra
aparte de la presencia velada de algunos conceptos de psicoanálisis que no logran
elaborar nada posterior —porque símbolos abundan, pero no se articulan—, sino que
quedan reducidas a una exhibición del conocimiento de una teoría. Además, sospecho
un vacío de intención comunicativa, defendible por la propia teoría como una invitación
a la libre asociación, es decir, La casa ensoñada como analogía de nuestra mente, un
espejo en el que nuestra interpretación refleja nuestra riqueza mental y nuestra pericia
interpretativa en la que todo comentario negativo es problema nuestro y toda lectura
genial estuvo pensada desde el concepto; para mí un artificio irresponsable.

O quizás esto no sea sino otra proyección más mía, mi propia mente volcada sobre
esta puesta en escena que sirve de espejo de mi mente, una interpretación y un
comentario que me desnudan ante los ojos de ustedes y con los que La casa ensoñada
no tiene nada que ver.

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