Escrito Por: Sebastián Flórez Agudelo
Fotografías Por: Andrés C. Valencia
El Festival Internacional de Teatro de Manizales abrió su 57ª edición con un gesto profundamente simbólico: invitar al público a volver a mirar, a dejarse asombrar, a recordar que el teatro sigue siendo un espacio de comunión y descubrimiento. Ese espíritu encontró en la compañía chileno-española La Llave Maestra a su mejor aliada.
Su primera aparición en el escenario del Teatro Los Fundadores, con Pareidolia, mostró por qué esta agrupación se ha consolidado como referente del teatro visual y de objetos. En una sociedad acostumbrada a las pantallas y la inmediatez, Pareidolia propone el ejercicio inverso: detenerse, mirar con otros ojos y permitir que lo cotidiano se transforme. Un trozo de plástico deviene mar, una chaqueta se vuelve cantante, un tutú esconde un ave. Lo que podría parecer un simple juego escénico termina siendo un recordatorio de la capacidad humana para imaginar. No hay palabra hablada, pero sí un lenguaje universal: el del asombro.
Más que un espectáculo para “niños grandes”, como a veces se etiqueta este tipo de propuestas, Pareidolia abre una grieta en la adultez: nos recuerda que aún podemos leer el mundo desde la fantasía, que las formas más simples pueden ser portales a lo poético. Desde una enorme ola que abraza y recibe al público y una composición que recuerda a Padmé’s Ruminations de John Williams. El juego de luces realizado por Álvaro Morales es maravilloso; consigue que los objetos inanimados de repente cobren vida a través del color. También se realizan transiciones -metamorfosis- tan rápidas que el ojo humano no logra percibirlas, parece magia. La obra es todo un espectáculo visual y auditivo, donde el cuerpo parece decir más que los diálogos, es fácil quedar hipnotizado por todas sus formas y colores, tan únicos y variopintos. Más tarde la composición cambia, dando paso a los elementos de la naturaleza -sobre todo viento y agua -con unas tonadas que evocan la obra musical hecha por Tomas Newman para el film Tolkien.
Verla en el contexto de un festival de tal envergadura subraya un mensaje necesario: el teatro no necesita artificios tecnológicos para ser contemporáneo; basta con un ojo entrenado en la ternura y en el humor.
La segunda pieza de La Llave Maestra, El Carnaval de los Animales, prolonga ese mismo gesto pero en otra clave. Aquí la imaginación se expande a partir de la música de Camille Saint-Saëns y Claude Debussy, interpretada junto a la Orquesta Sinfónica de Caldas. El encuentro entre música clásica y teatro visual no es mero adorno estético, sino un diálogo entre tradición y reinvención. A los elefantes, cisnes, ballenas y libélulas que emergen en escena no los sostiene la literalidad, sino la metáfora: son imágenes para contemplar, pero también para pensar.
Si Pareidolia nos recuerda el valor de jugar con lo que tenemos al alcance, El Carnaval de los Animales nos advierte de aquello que podríamos perder. La obra, en clave festiva y luminosa, se convierte también en un alegato ecológico. No hay discurso panfletario: basta con ver desfilar estas criaturas, majestuosas y frágiles, para comprender que el espectáculo es también un llamado a la memoria ambiental. La poesía se pone al servicio de la conciencia.
Lo que resulta admirable es la coherencia entre ambas propuestas. Una trabaja desde el microcosmos —la bolsa, la chaqueta, el cartón—, y la otra desde el macrocosmos —el reino animal y su música—. Ambas, sin embargo, invitan a un mismo viaje: el de volver a mirar el mundo con ojos abiertos, a reconocer que lo trivial o lo invisible puede contener lo maravilloso.
En un festival que ha sido faro del teatro iberoamericano, la visita de La Llave Maestra no solo ha traído dos espectáculos exitosos en su factura, sino también un recordatorio del lugar que ocupa el arte en nuestras vidas. El teatro visual, con su mezcla de gestualidad, objetos, sombras y danza, nos dice que aún es posible conmover sin palabras, que el silencio también puede hablar y que lo artesanal, lejos de ser anticuado, es quizá la forma más urgente de resistencia frente a la homogeneización cultural.
El público manizaleño respondió con gratitud y complicidad, y La Llave Maestra, fiel a su estilo, devolvió el gesto con espectáculos que no buscan imponer un sentido único, sino abrir múltiples interpretaciones. Pareidolia y El Carnaval de los Animales no son solo funciones dentro de la programación: son, sobre todo, recordatorios de que la imaginación —cuando se pone en común— puede ser tanto un acto de juego como de cuidado, tanto un regreso a la infancia como un compromiso con el futuro.
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