Escrito por: Sebastián Flórez Agudelo
Fotografías por: Juan José Peñaranda Giraldo
La Fundación Teatral Punto de Partida de Manizales con el apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes han desarrollado durante este año un proceso para rescatar la memoria del maestro Sergio Londoño Orozco, el primer titiritero de guante de Colombia; una apuesta para conservar y devolverle su voz al pueblo en los teatros, las plazas, la radio y la calle. Como quien desempolva su muñeco favorito de la infancia, el Teatro Punto de Partida logró rescatar la dramaturgia del titiritero; «El Sagaz Manuelucho»
El proyecto tiene la sencillez de las grandes ideas: un texto dramático, reconstruido a partir de los recuerdos de Alba María Londoño —nieta del titiritero— y de Augusto Muñoz Sánchez, director de Punto de Partida, que se entrega a cuatro colectivos teatrales de distintos municipios. Cada grupo lo transforma con libertad, en su propio lenguaje: teatro de calle en Villamaría, radioteatro en Chinchiná, títeres en Pensilvania y teatro de sala en Manizales. Durante meses, interiorizaron, ensayaron, adaptaron, y finalmente se reunieron en el escenario para mostrar unos a otros sus versiones: una sola memoria multiplicada en voces distintas. La cita tuvo lugar en el Teatro el Galpon del Palacio de Bellas Artes en la Universidad de Caldas.
Un sencillo acoplamiento y dirección por parte de Jorge Wilmar Henao Perez, en conjunción con un elenco mayormente femenino de Manova Teatro (Chinchiná). Tanto la puesta en escena como el vestuario son bastante simples: las mujeres lucen vestidos en tonos Palo de Rosa, cabellos trenzados y flores sobre sus cabezas que recuerdan a la imagen dada por Jorge Isaacs en María. Los hombres portan sus ponchos sobre sus guayaberas blancas, y bajo estas, pantalones holgados que van hasta por encima de los tobillos, que terminan por vestir un par de alpargatas. Todos unos campesinos.
Todos ensayan, cantando a coro con su director. Lo cómico en esto es que mientras este último se distrae, una de las mujeres, extrae -no sé de donde- una botella de aguardiente y comienza a pasarlo al resto de sus compañeras para que beban un sorbo. «Un trago para los nervios, o para el frio». El director se percata de esto y se acerca imponente, en lugar de enojarse por ello, o intentar prohibirlo, toma la botella y hecha un buen trago. Todos celebran y rien.
La interpretación de Diego Vargas es una característica sobresaliente de esta obra que cuenta la historia de Manuelucho Sepúlveda, hijo del pueblo de Belén, «hombre jugalón, dado cruzado, mujeriego, peleador, liberal y borrachín», que enamora a las damas con piropos y poesía barata, se enfrenta a un colono español, torea bovinos, y engaña al mismo diablo.
Aquí se propone una versión en radioteatro que no sólo recrea la radionovela sino que abre al público la trastienda del estudio: micrófonos, papeles que caen, errores que se resuelven en vivo. Es la doble escena —la vida de Manuelucho y la vida de los actores en cabina— la que atrapa. El público escucha y, a la vez, ve la magia de los efectos sonoros.
Con la dirección de Sol Giraldo, La Quinta Escencia (Villamaria) toma a Manuelucho por otro camino: el teatro de calle adopta un lenguaje cómico. Y en lugar de sermonear sobre moral o salvación, la obra propone una madre divina que perdona y busca el bien colectivo. Es, en palabras de la directora, «una creación colectiva: voces, música, fuego, máscaras y canciones decididas en grupo, en concordancia con el legado del maestro».
La interpretación de Manuelucho en el cuerpo del actor Andrés Fernando de los Ríos Arce, es todo un espectáculo. Los matices de este campesino se acentúan mucho más en la plasticidad con la que se mueve y, todavía más, con la que gesticula y habla. En esta versión el elenco está dotado de un lenguaje y expresiones más erótico. Un aspecto que conjuga perfectamente con lo que sería la imagen más fiel del diablo y sus seguidores: la tentación. No solo es mucho más cómica, sino que adquiere una multiplicidad de tonos que embellecen la obra, dotándola de simbolismos no solo a través de sus personajes, sino también, de su vestuario con un preciso acoplamiento de los músicos.
Ariel Rodríguez Serna, ha hecho un excelente Padre Asmita. No sé si se trata de su vestuario o la manera en la que habla, dotados de una demoledora personalidad, se desenvuelve con suma naturalidad, tanta, que es difícil distinguir al actor de sus alter egos, rivaliza además con el protagonista; no lo eclipsa, pero se posiciona junto a él, de modo que resulta difícil escoger a uno de los dos.
Así, en cada puesta se percibe algo que ni el cine ni la televisión pueden reproducir del todo: la ruptura de la cuarta pared. En la función matinal, con la interacción que permite el teatro de calle, los actores preguntan al público “¿Dónde está Manuelucho?” y los espectadores responden, ríen, aplauden. Es teatro vivo, de plaza, que se alimenta del pueblo que lo ve. Manuelucho no muere; se transforma y sigue andando por los caminos de Caldas, recordándonos siempre nuestra preciada memoria, nuestra identidad.
La función de títeres a cargo de Juan David Quinteroy su elenco del Teatro Tablas Magicas (Pensilvania), ha sido bien acogida. No hablo por mí en este caso, sino por todo el público en general y por la niñita detrás de mí a la que le ha ganado el teatro. Se ha divertido como nunca y ha conectado directamente con esta historia y sus personajes. ¿Qué más se puede pedir? Esa sola niña nos envuelve entre sus risitas y su contento, nos representa a todos. Resulta curioso cómo esta obra mejora cada vez con el acto que le sigue, dejándonos apreciarla en todas sus formas. Y no es para menos, después de todo, «El Sagaz Manuelucho» es una obra originalmente presentada a través de seres inanimados que cobran vida. Esta versión, concebida para chicos y grandes, nos despoja del grave prejuicio de pensar que los títeres, en suma, son solo para niños.
Finalmente, cabe resaltar la excelente adaptación hecha por el grupo Teatro Punto de Partida de Manizales que cerró con su adaptación un día lleno de gracia y comedia. Quisiera comenzar por destacar su excelente vestuario, además de la creativa utilería con las que ingeniaron estoques para representar el combate entre Manuelucho -interpretado por Augusto Muñoz Sanchez- y su rival español Baltazar -encarnado por Edwin Valencia-. La función fue recibida y despedida con un estruendoso aplauso, incluso, una pequeña danza de la que algunos del público -y yo- fuimos partícipes. Nunca en el cine un personaje te toma de la mano y te mete de lleno en la película, pero aquí, en el teatro, hasta eso puede hacerse posible.
Tuve el honor de hablar con Alba María Londoño, nieta del Maestro, que otorgó detalles sobre las cuatro adaptaciones hechas a la obra de su abuelo: “Lo que hoy vemos en escena son versiones libres de las obras de mi abuelo. Cada grupo tiene su propia mirada, pero todas se apoyan en los libretos originales. Para mí es muy emocionante porque, aunque no lo conocí, siento que con cada montaje lo estamos volviendo a la vida, reencarnándolo. Los muñecos y los textos que él dejó son su voz; siguen existiendo y contando historias. Nuestra lucha es que tengan un lugar para no perderse en el olvido, porque son patrimonio vivo de la cultura manizaleña. Manuelucho no era mi abuelo: es su personaje antagónico, y tal vez por eso sigue fascinando. Cada versión, sea en teatro de calle, radioteatro o títeres, es una manera de que él perdure”.
Hay algo en la personalidad de Manuelucho que recuerda a Don Juan, y hay mucho del infierno, el purgatorio y el paraíso de Dante en su historia. A pesar de ser todo un pecador, finalmente Manuelucho alcanza el perdón. Es una clase de personaje que merece ser redimido, para enamorar a una bonita mujer, para ganar una apuesta, para adentrarse en el monte a pelear con el diablo a puro machete, solo haría falta invocar al Sagaz San Manuelucho. ¡El Putas!
En suma, «El Sagaz Manuelucho» no es sólo una obra. Es un viaje de regreso a los orígenes del teatro popular en Colombia, un ejercicio de memoria activa que convierte cada función en un pequeño acto de resistencia cultural. Entre títeres, voces y colores, revive a un personaje que habló por el pueblo, criticó al poder y puso alma en la risa. Y nos invita a todos, como espectadores, a ser cómplices de esa voz que se niega a quedar en silencio. Cuatro acoplaciones simbólicas que representan toda nuestra identidad colombiana.
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