A las 3 de la tarde fue la cita con la compañía de teatro de España, Bambalina, en el auditorio Confa.
Se apagan las luces y dos oficiantes vestidos de negro aparecen en el escenario. La iluminación de la obra fue poca, solo unas cuantas velas hacia los dos lados de la mesa fueron suficientes para que nuestros ojos pudieran ver lo necesario.
Una mano temblorosa sale entre los papeles y los libros. Era el Quijote que parecía haber resucitado después de tantísimos años. En su horizonte solo hay oscuridad y soledad, lo único que parece acompañarlo son aquellos escritos que lo dotan de una imaginación desbordada y su compañero de aventuras, fiel amigo Sancho.
Sin duda alguna es una obra difícil de ver, debido a que no hay un lenguaje claro que pueda comunicarnos los acontecimientos que se vienen presentando ante nosotros. Bambalina hace un excelente trabajo al expresarnos por medio de la corporalidad, los gestos y la magistral manipulación de los títeres, una trama que resultaría complicada de entender por la carencia de palabras, pero es precisamente aquí donde se encuentra la riqueza de la obra: en lo no hablado, en lo expresado. Gestualidad precisa y música envolvente convergen para recrearnos con un humor sutil, las aventuras de un Quijote poco cuerdo y su amigo infaltable.