Escrito Por: Sebastián Flórez Agudelo
Fotografías Por: Andrés Camilo Valencia Chica
La compañía mexicana Alamar llegó a Manizales con Gaspar y Violeta, una puesta en escena que entrelaza memoria, música y representación para narrar uno de los capítulos más dolorosos de la historia latinoamericana: la dictadura chilena de 1973.
La obra surge de un proceso creativo e investigativo de más de tres años que inició con la inquietud de Patricio Arribas, sobreviviente y exdirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de contar su historia. A partir de sus memorias y relatos, la dramaturgia dirigida por Sergio López Figueras construye un homenaje tanto a las víctimas del golpe militar como a la figura de Violeta Parra, quien se erige en el escenario como símbolo de arte, lucha y esperanza.
“Queríamos que no fuera un relato lineal de dolor, sino una experiencia que combinara lenguajes físicos, musicales y coreográficos, donde lo poético nos permitiera abordar el horror sin necesidad de ser explícitos”, explica Nora del Cueto, gestora y actriz de la obra.
En Gaspar y Violeta, los actores encarnan no solo a los personajes de la historia, sino también a un continente que carga con cicatrices de dictaduras, exilios y silencios impuestos. El personaje de Gaspar, inspirado en Patricio Arribas, se encuentra en un espacio onírico con Violeta Parra, creando un diálogo simbólico que une resistencia política y resistencia artística.
El montaje, dirigido a un público mayor de 14 años, encuentra un equilibrio delicado entre la crudeza de los hechos y la necesidad de transmitirlos a las nuevas generaciones. “Los movimientos sociales son cíclicos; las razones cambian, pero la lucha se mantiene. Queremos que los jóvenes se acerquen a esta historia y comprendan que el arte también es un arma de resistencia”, señala Alberto Cerz, actor y productor social de la compañía.
El Festival Internacional de Teatro de Manizales se convierte así en escenario de un ejercicio de memoria que trasciende fronteras. Aunque la dictadura chilena no forma parte de la experiencia directa de los mexicanos, Alamar logra traducirla en un lenguaje escénico universal que conecta con otras luchas latinoamericanas.
La obra no solo recrea una historia personal y colectiva, sino que ofrece un puente de reflexión: cómo, desde la música, la poesía y el teatro, es posible iluminar las sombras de un tiempo marcado por el dolor y la represión. En esa fusión de historia y metáfora, Gaspar y Violeta se consolida como un acto de resistencia estética y política, recordando que el teatro tiene la fuerza de mantener viva la memoria y sembrar preguntas en quienes lo presencian.
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