Texto por: Rafael Santander
Fotos por: Andrés C. Valencia
Contenido coproducido con Quehacer Cultural
Este domingo 22 de octubre, junto a la torre del cable, como parte del programa de teatro callejero del Festival Internacional de Teatro de Manizales, Varón en polifonía, que también se presentó el sábado en el parque Ernesto Gutiérrez, le brindó al público una de las propuestas más interesantes del festival. Aclaro que no tengo ninguna pretensión de objetividad: la temática, la música y el orgullo de que el grupo pertenezca a esta ciudad me la impiden.
Resulta necio hablar del argumento de Varón en polifonía porque este tipo de representación no ocurre en un espacio narrativo, sino en un escenario sagrado, aunque no nos refiere a ninguna religión puntual y lo puntual no sea nunca su objetivo. El título nos da una clave para la interpretación: polifonía, multiplicidad de voces. Voces que toman cuerpo o cuerpos que expresan su propia voz, como la luz blanca difractada por un prisma que nos permite ver por separado los elementos que la componen. «Yo te llamo amigo, yo te llamo hermano, yo te llamo amante, yo te llamo varón», canta una mujer al inicio —quizás la encarnación de la madre tierra— y con esto nos da a entender la idea fundamental de que el Varón es uno y múltiple, uno conformado por muchos, y que el escenario hace de prisma, lo descompone. Cada cuerpo que vemos es una manifestación, un aspecto, una pequeña parte de ese todo. Y con una línea narrativa muy fina, a modo de alegoría, vemos cómo el varón en un principio mítico de los tiempos hizo uso de su libertad para entrar en conflicto con el otro, cómo entre los varones surge la Herida Masculina —comparable con el concepto de Pecado Original.
En términos funcionales, el mito es un relato que nos permite entender el porqué de las cosas. En el colegio nos enseñan algunos, los que explican por qué existe el día y la noche, las estaciones, la lluvia y los ríos. El mito judeocristiano nos enseña, entre otras cosas, por qué la vida puede ser difícil. Fernando Ovalle propone un mito nuevo, esta Herida Masculina que llevamos dentro, que nos provocamos entre hombres y que justifica esas tendencias agresivas: el deseo de dañar al otro y de dañarse a sí mismo, la dificultad que implica ser varón.
Así como el catolicismo en la misa revive la historia del dios encarnado como Jesucristo que se sacrifica por el perdón de los pecados de la humanidad, Varón en polifonía al revivir este mito de la herida masculina inserta su propuesta en la dimensión de lo ritual y, como una de las funciones del ritual, su propósito es el de la sanación. Antes de dar paso al momento climático de la obra, el que tendría su análogo católico en el momento de la «reconciliación», un texto expresado mediante la conversación de un padre y un hijo nos comunica una idea clave: compara al hombre con el león que es capaz de cometer actos de crueldad como el de matar a todos los cachorros que no son crías suyas y sugiere también su capacidad de criarlos hasta que lleguen a una adultez en la que pueden valerse por sí mismos.
El hombre es un ser capaz de infinita crueldad, pero también de infinita ternura. Acto seguido, como una fecundación a la inversa: una mujer deposita un huevo en la boca de cada hombre, estos lo cargan en su boca, lo llevan en su cuerpo y al expulsarlo finalmente, lo acunan y lo cuidan con amor. Paradójicamente, en esta paternidad parece haber liberación, júbilo, alegría.
Entre los muchos protagonistas del festival, el invierno ha sido uno. En la presentación del domingo, este contribuyó al montaje descargando la lluvia justo en sus últimos minutos, después de este viaje por los dolores y vicisitudes en el que el cuerpo de los bailarines está cubierto de pintura, sudor y tierra, vino el agua del cielo a limpiarlos, una bonita e inesperada contribución de la naturaleza a la dramaturgia de la obra.
«Esas imposiciones sociales hacia lo que debe ser un hombre están cargadas de violencia. Eso es lo que me interesa a mí, cómo es el hombre más allá de esas figuras hegemónicas que condicionan su deber ser».
Varón en polifonía es danza que se puede ver como si fuera teatro ¿Qué haces desde la dirección que permite esta lectura desde lo teatral?
Yo me dedico a la danza contemporánea, que es un término muy amplio. Pensemos, por ejemplo, en el árbol. Ahí lo vemos quieto, pero en el interior están sus fluidos en movimiento, el árbol danza internamente. Ideas como esta permiten una ampliación de la idea del concepto de «danza».
Yo trabajo los conceptos de «cuerpo territorio» y «cuerpo memoria». El cuerpo es un archivo que puede ser leído y reflexionado. Por eso pienso que la danza debe estar cargada de códigos y símbolos. Hago una danza que se pueda leer, que conmueva, que mueva el pensamiento y al tener un valor polisémico abre la posibilidad de múltiples lecturas e interpretaciones. Como director trabajo con todo esto, con unos hilos que parecen invisibles, pero que tengo muy presentes, pero solo tengo control sobre lo que puedo decir, de eso me hago responsable. La lectura de la obra depende del bagaje cultural de cada espectador.
¿Qué inspira la creación de Varón en polifonía?
Desde el año 2006 vengo realizando unas obras relacionadas con lo masculino. Obras como Mantis religiosa (2011) 5 experiencias, 5 espacios, 5 movimientos (2012) y Hombre flor (2022). Varón en polifonía surge de la pregunta «¿qué es ser un hombre latinoamericano?» Entonces parto desde la historia de mi vida, pero desde la autobiografía como posibilidad de ficción, de juego escénico, y desde la danza expandida, que incluye el texto, la palabra, la acción cotidiana y que incluso puede ser sin música.
El director de la película Un varón, Fabián Hernández, habla de ese concepto del «varón» como una idea positiva de la masculinidad opuesta al «macho», algo que veo que también abordas tú. ¿Por qué utilizar específicamente la palabra «varón»?
Porque la palabra «Varón» me seduce. Me gusta cómo suena. Esos términos de «varón» y «hembra» hacen referencia a una condición biológica y genética a la cual no podemos escapar, otras cosas ocurren con las transiciones o con la gente que nace, por ejemplo, con los dos sexos biológicos, pero esas no son mis búsquedas. Socialmente el deber ser del hombre puede impedir el desarrollo del ser auténtico. Esas imposiciones sociales hacia lo que debe ser un hombre están cargadas de violencia. Eso es lo que me interesa a mí, cómo es el hombre más allá de esas figuras hegemónicas que condicionan su deber ser.
Pese a esas búsquedas tan de vanguardia se siente que la obra está muy enraizada en las tradiciones. ¿Cuáles son los referentes que tomas para este montaje?
Yo llevo 17 años en esto y tengo influencias de todos lados. Pero las raíces las trabajé sobre todo en la música. La danza contemporánea tiende a utilizar una música muy experimental, muy de vanguardia, huye del ritmo, utiliza mucho la electrónica, la síntesis de sonido y yo quiero romper con eso. La música es toda compuesta por un músico, Juan Salazar, y yo quería algo contemporáneo pero que utilizara instrumentos y ritmos de la música del pacífico: arrullos, alabaos, chigualos, y eso provoca la sensación de que estamos también inscritos dentro de un saber ancestral y comunal.
Siendo Varón en polifonía una obra tan llena de códigos y de sistemas complejos de significado ¿por qué hacer de esta una obra de calle?
Porque hay que democratizar la danza. En nuestra sociedad un hombre de 50 años que baila se mira con cierta sospecha, por eso la idea del grupo es que haya hombres maduros bailando. Queremos llevar esto al público de toda la ciudad porque sino nos quedamos en un circuito elitista de pocos espacios. Lo bonito de presentarnos en calle es que la gente que va pasando se queda a mirar y aunque no entienda mucho algo le llega, lo importante es generar algo ahí en su cabeza, contribuir a dislocar el pensamiento.