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Minga al Parque, seis versiones de una resistencia

En la comuna San José, en Manizales, existe una pequeña barricada que resiste más que telaraña en canción infantil. Una fortaleza que se opone al poder y a los modelos capitalistas, desde prácticas transformadoras, sostenibles, ecológicas y dignas. Una comunidad que engendra una revolución a través de la memoria y el rescate de las prácticas ancestrales y locales. 

Texto por: Tatiana Guerrero

Fotos: Tatiana Guerrero

Si hacemos un zoom sobre los vestigios de la comuna San José, en Manizales, un pequeño pesebre moderno, en el que conviven cultivos de plátano, huertas caseras y una yurta (vivienda usada por los nómadas en las estepas de Asia Central), delata a Comunativa Huertas Urbanas, una organización comunitaria que se viene tejiendo desde el 2013.

Comunativa reencarna un paisaje pastoril, donde los líquenes y las hierbas remiendan las grietas de las paredes, y la paja se pierde en el cemento para convertirse en la cúpula de una yurta, como una especie de danza entre lo inerte y lo que tiene vida.

Y fue justo allí, donde el pasado fin de semana, durante tres días, se volvió a retejer y repensar a la comuna San José a través de la sexta versión de la Minga al Parque. Una jornada intensa, que convocó a la música, la palabra, el alimento, la construcción, la familia y las artes.

“Comunativa nace en un contexto de un urbanismo devastador, de unos modelos de desarrollo que no responden a las lógicas de habitar este territorio de Manizales, y en esa resistencia comienzan a emerger otras formas de querer habitarnos, las cuales afloran a través de la huerta, la siembra, el alimento y los derechos que tenemos”, cuenta Cristian Camilo Aristizábal Martínez, quien se define como un guardián y caminante del territorio. 

No hay diccionario que aguante

La palabra Minga tiene sus raíces en la lengua quechua “minka” (originaria de los Andes peruanos), la cual hace alusión a una vieja tradición de trabajo comunitario en beneficio de toda la sociedad y el buen vivir de la misma. 

Sin embargo, a Cristian pareciese que el diccionario le quedara corto para definir esta misma palabra. “Es esperanza, es unidad, cooperación, es fuerza, es todo lo que nos lleve a pensar en colectivo”. 

Para los niños, quienes revoloteaban haciendo cabriolas en el pasto, la Minga fue un espacio anacrónico, donde cobraron vida los juegos tradicionales, el trabajo colectivo, la palabra, los calambures, la siembra de árboles nativos y el trueque. 

Avivó el fuego de la unión

La actividad fue análoga a una arcadia feliz, que se organizó a través de tulpas: (espacios familiares y de aprendizaje de los pueblos indígenas) del alimento, de la  huerta, la bioconstrucción, de los niños, de las comunicaciones y el almacén. 

Durante el fin de semana, todos los integrantes participaron de la reingeniería de este pequeño ecosistema, que a la vista de muchos es un solar o patio, pero para la comunidad de San José es un territorio donde converge la educación popular ambiental, el diálogo intergeneracional, la soberanía alimentaria, la agroecología, la permacultura y  la armonía con la vida y la naturaleza,

Mientras el humo resultante de un fogón de leña se cernía sobre todos, los tomates y las cebollas, alimentos proveídos por la Galería, eran víctimas de los cortes finos ejecutados por las manos poderosas de mujeres, hombres y niños, que se ubicaban en una cocina improvisada. 

A un extremo, varias personas sincronizaban sus saltos con la música que despedía un parlante. De forma rápida y repetitiva sus pies aterrizaban sobre una masa de paja envuelta en cemento, que posteriormente cubriría el techo de la yurta, la cual fue bautizada Cumanday, en homenaje al nombre que las tribus indígenas le dieron al Nevado del Ruiz. 

En el ombligo del jardín de Comunativa, las manos de los adultos y los niños conspiraron en la construcción de las huertas urbanas. Los linderos también se blindaron con la siembra de árboles nativos, que fueron llamados Guardianes. 

Y como telón de fondo, un grupo de jóvenes ensamblaron melodías a través de instrumentos tradicionales como la  zampoña, el bombo, el charango y la quena. Un ritual que cautivó a los más pequeños, que de forma repentina se unieron al coro, que resonó hasta que el azul del cielo palideció y un manto oscuro le dio la bienvenida a la noche.

El eco de la música se entremezcló en las ruinas, la soledad y el abandono, que echaron raíces en una comuna que fue víctima de un entramado de constructoras y de los sectores privados y públicos, que dispusieron de todo su poder para atropellar a toda una comunidad, que durante mucho tiempo consideró este espacio su territorio de vida. 

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