Mientras se espera el almuerzo en El Escondite de Mao, una lancha atraviesa el espejo de agua y se pierde entre los meandros de la charca. El sonido del motor se diluye rápido y vuelve el silencio que combina con el canto de las aves. La Charca de Guarinocito es, ante todo, un humedal vivo, formado por un antiguo cauce abandonado del río Magdalena, cuya dinámica natural sigue marcando el ritmo de la vida en este territorio del oriente caldense.
Ubicada a tan solo 25 minutos del casco urbano de La Dorada, Caldas y a unas tres horas y media de Manizales, por la vía que conduce a Honda, la charca se extiende sobre un área aproximada de 64 hectáreas, con una longitud cercana a los 3 kilómetros y un ancho promedio de 250 metros en su parte más amplia. Su profundidad varía según la temporada: alrededor de 2,5 metros en verano y hasta 4,5 metros en invierno, lo que la convierte en un regulador natural del agua en esta zona ribereña del Magdalena Medio.
Esta charca hace parte de un sistema ecológico estratégico para el departamento de Caldas. Según los estudios, durante diez días de muestreo se registraron 93 especies de aves pertenecientes a 38 familias, entre residentes y visitantes, cifra que da cuenta de su alta biodiversidad. Este lugar funciona como refugio, zona de alimentación y corredor biológico, especialmente para aves acuáticas y especies asociadas al bosque seco tropical, uno de los ecosistemas más amenazados del país.
Para quienes habitan Guarinocito, este paisaje biodiverso es memoria, trabajo y subsistencia. La pesca artesanal sigue siendo una de las actividades centrales, y especies como el bocachico, la mojarra y otros peces del Magdalena sostienen la economía local. Ismael Silva, pescador desde hace más de 50 años, lanchero y guía turístico, es testigo de cómo la charca ha cambiado con el tiempo, pero también de cómo resiste gracias al conocimiento de quienes la recorren todos los días.

“A la gente lo que más le gusta de venir acá es el avistamiento de aves. Hemos hecho recorridos con biólogos y en una temporada, en ocho días, logramos registrar más de 150 especies. Aquí temprano en la mañana y al final de la tarde es cuando más se ve la vida.” Ismael comenta con orgullo del lugar en el que habita
Esa relación profunda con el agua también se transmite por herencia. Yackeline Morales Córdoba, de 42 años, aprendió a pescar desde niña con su abuelo, quien le enseñó a nadar y a lanzar la atarraya. Hoy es reconocida como la princesa de la charca por ser la única mujer pescadora dedicada de manera permanente a este oficio en la zona. Para ella, el turismo ha traído nuevas oportunidades y también retos como ese turismo sin poner en riesgo el equilibrio del humedal.
“A mí lo que más me agrada del turismo es que la gente se lleve una buena imagen de la charca, que se vayan contentos. Aquí los recibimos con amor y con los brazos abiertos, porque si uno da buena atención, el visitante vuelve.”

El avistamiento de aves se ha convertido en uno de los principales atractivos de la charca. Entre la vegetación ribereña es posible observar especies que permanecen inmóviles entre el follaje, como el pico de gancho oliváceo, o grandes bandadas de aves acuáticas que llegan siguiendo los ciclos del río. Este potencial ha sido reconocido incluso por la autoridad ambiental, que declaró la Charca de Guarinocito como Distrito de Manejo Integrado, con el objetivo de ampliar la zona de protección y conservar las microcuencas que drenan sus aguas.
Sin embargo, se estima que la charca podría desaparecer en pocas décadas. Por eso, el turismo de naturaleza que hoy se impulsa en la zona se entiende no solo como una actividad económica, sino como una estrategia de conservación y apropiación del territorio.
Como parte de la solución a este problema surge El Escondite de Mao, un emprendimiento familiar liderado por José Bertulfo Polanco, oriundo de Guarinocito. El lugar ofrece restaurante, camping, hamacas, cancha de tejo y una cabaña con capacidad para once personas, integrada al entorno. Llegar hasta allí es parte de la experiencia, se puede caminar por un sendero corto bajo sombra o navegar en canoa durante unos quince minutos, recorriendo los mismos canales que usan pescadores y aves.
En la mesa, junto al pescado fresco, aparece una bebida tradicional que conecta directamente con la cultura campesina del Magdalena Medio: el guarapo. Preparado a partir de panela fermentada durante cuatro o cinco días, se sirve frío y en diferentes intensidades. “Los extranjeros se van y vuelven por el guarapo”, cuenta Mao, quien ha recibido visitantes de México, Estados Unidos, España, Francia y Japón, atraídos por una experiencia sencilla y auténtica.
La Charca de Guarinocito es hoy un punto importante del turismo de naturaleza en el oriente caldense. Aquí confluyen el avistamiento de aves, la gastronomía local, la pesca artesanal, la navegación tranquila y un paisaje que invita a la contemplación. Es un territorio donde el turismo aún se construye desde la comunidad, desde la memoria y desde la necesidad de cuidar un ecosistema que sostiene la vida. Guarinocito: un humedal que respira, una historia que se cuenta en voz baja y una invitación clara a visitar, conocer y conservar.
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