Texto por: Tatiana Guerrero
Fotografías: Tatiana Guerrero
El pensador Zygmunt Bauman, en su obra La modernidad líquida, mencionó el concepto de “No Lugares”, espacios en los que la permanencia y el arraigo se diluyen, donde las personas coinciden sin forjar vínculos ni con otros ni con el entorno.
Bauman lo pensó hace años, y se adapta muy bien a lo que sucedió en el Festival Grita Rock 2024, y probablemente en muchos eventos similares: A esta celebración, asistió lo que podríamos llamar un «No Público» que estuvo en un «No Lugar», obligado a habitar una fiesta ajena.
Al hablar del «No Público», nos referimos a aquellas personas presentes en el Festival, pero que necesariamente no compartieron el entusiasmo o el espíritu del evento. Su propósito era distinto al de disfrutar y bailarse los potentes riffs de guitarra y la energía del rock.
Ahora, pongamos en primer plano los rostros de quienes no pertenecen al nicho de los metaleros, punkeros y rockeros, pero que no tuvieron otra opción más que acoplarse a estos géneros.
En el baño de mujeres de Expoferias, sede del Grita Rock, cuatro empleadas de limpieza se encargaron de mantener impecable el espacio durante los tres días, atendiendo a una multitud de chicas con atuendos “extraños y raros, que solo a ellas les lucen”, comentó Lucero del Carmen Galeano, una de las aseadoras.
Mientras realizaban su trabajo, el eco de la música “bulliciosa, que parecía un galimatías” se extendía hasta los baños. Para Jazmín Murillo, otra de las aseadoras, era su primera experiencia en un evento de este tipo. Aunque no simpatiza con la música que sonaba en la distancia, expresó respeto por los gustos ajenos, y le pareció interesante que se organizaran estos eventos que promueven la cultura en la ciudad.
Lucero, en cambio, vivió una situación más extrema. En casa, mientras realiza tareas domésticas o en sus pasatiempos, suele escuchar música cristiana. Aunque el rock le es completamente ajeno, decidió acercarse al corazón de la fiesta para observar el baile de los “muchachos”. “Yo había visto cómo bailaban, pero nunca lo había visto tan de cerca y pegadito”, compartió sorprendida.
Frente a un gran portón, que parecía como el pasaporte de las bandas y el equipo organizador hacia la tarima, Andrés Giraldo y Ricardo Loaiza se mantuvieron firmes y serenos, casi como un intento de superar la parálisis de la guardia real británica. Aunque acostumbrados al ruido por ser miembros del Holocausto Norte, la barra del equipo de fútbol del Once Caldas, ambos admiten que, en su lado melómano, prefieren escuchar otros géneros menos estridentes, incluyendo algo de rock clásico en español.
Sin embargo, encontrarse al otro lado del espectáculo les brindó la oportunidad de reconciliarse con este tipo de música y romper algunos prejuicios que tenían sobre sus simpatizantes. “Uno entiende el contexto de la gente, lo que representa este género, y se lleva una percepción distinta, más allá de las apariencias”, señaló Andrés.
En todo el recinto, el grupo especial de rescate GER se mantenía alerta, cada integrante con una actitud distinta: algunos cansados, otros inquietos y algunos más relajados. A pesar de la tensión del momento, algunos parecían encontrar cierta complicidad con la música que emanaba de la tarima, excepto Sergio Alejandro López, quien no lograba comprender nada de lo que sonaba. Según su opinión, el volumen estaba mucho más allá de los decibelios aceptables.
Tampoco estaba allí por elección propia José Germán Soto, del equipo de mantenimiento. Su presencia era esencial, ya que garantizó que el recinto estuviera iluminado. De su cuello colgaban unos protectores auditivos para mutear la gritería. José comentó que, debido a su trabajo en Expoferias, está completamente acostumbrado a todo tipo de música, desde vallenato, cristiana, hasta rock y pop, lo que le ha permitido desarrollar una notable tolerancia. Pero, si de elegir se tratara, su género favorito sería sin duda la música de alabanza.
En el área de ventas de comida, Jhon Freddy Carmona despachaba los productos con su característico temple y tranquilidad. Se describe a sí mismo como alguien con gustos musicales «calmaditos», como la salsita y el vallenatico, como si el diminutivo restará la intensidad de esos géneros, que, a pesar de su aparente suavidad, poseen una fuerza y pasión propias. Al igual que José, el vendedor decidió protegerse del estruendoso bullicio del Festival con unos protectores, consciente de que, sin esa barrera, el volumen de la música podría transformarse en un dolor de cabeza insoportable.
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