Crossover sinfónico, una biografía emocional y colectiva a través de la música popular (9)

Crossover sinfónico, una biografía emocional y colectiva a través de la música popular

Texto por: Rafael Santander Arias

Fotos por: Juan José Peñaranda

El pasado 8 de enero en la ciudad de Manizales, con el caer de la tarde, mientras la ciudad se congestionaba con el cierre de la avenida Paralela para los juegos pirotécnicos de la noche, ya retumbaba el asfalto de la avenida Santander con la percusión y los bajos de reggaetón y música popular de sus disco-bares, en la biblioteca del Centro Cultural Rogelio Salmona derramé lágrimas al escuchar a la Orquesta Sinfónica de Caldas al interpretar One de Metallica.

El concierto llevaba por nombre “Crossover sinfónico”. La orquesta, acompañada de cantantes invitados de la ciudad, interpretó salsa, balada, bolero y cumbia, pero el metal y el rock clásico fueron el atractivo principal. Tanto así que el grueso del público lo componían metaleros de más de 40 con sus familias, se les podía reconocer vestidos de negro con chaquetas de cuero, la camiseta de una banda, cadenas al cinto y botas de combate, unos atuendos juveniles que ya desentonan con una presencia física curtida por la experiencia y el paso de los años. 

Igualmente discordantes eran los opuestos, vestidos con su chaqueta delgada, camiseta tipo polo, jean y tenis blancos en las que intentaban proyectar su madurez mientras sus gestos y actitudes delataban su adolescencia rebelde.

El metal y el rock están cristalizados en mi memoria, allá en el pasado de mi historia personal cuando tenía 15 años, una edad que asocio con percepciones limitadas del mundo, decisiones equivocadas y placeres culposos. Nunca fui muy fan de Metallica, pero One era la canción favorita de un amigo con quien perdí el contacto hace mucho, por eso cuando el tema iba terminando, en medio de lo que solo puedo denominar clímax, mi cuerpo resonó con la acentuación de los vientos y los golpes del bombo y esta vibración interior permitió que a través de las grietas de la emoción petrificada de esos años, menospreciados por un adulto que ha encontrado en el post-punk, la música progresiva y el jazz formas musicales más «maduras», se asomara la felicidad de días remotos.

De ahí la emoción y las lágrimas, de ese momento proustiano en el que de un estímulo inesperado afloran memorias perdidas: los cassettes grabados en el equipo de la casa copiando discos de amigos; los CDs piratas y los originales y los mp3 quemados por la propia mano; los DVDs de conciertos, las descargas ilegales y streaming musical a través de YouTube con videos creados en MovieMaker; los Walkman, los discman, MTV, el iPod, los reproductores de MP3 y MP4.

Impregnado por la nostalgia que reverberaba en el ambiente, reviví el sabor edénico de las épocas pasadas, con el posterior regusto amargo de paraíso perdido e irrecuperable. Ese periodo de transición, de separación de la familia, de rituales de paso en cuartos oscuros con Led Zeppelin al fondo.

Aún escucho esta banda, así como a Pink Floyd, ambas me hacen recordar las reuniones con mis amigos, las fiestas que se hacían en un cuarto a oscuras, apenas iluminado por la pantalla de un computador y unas colillas encendidas mientras una botella rotaba de mano en mano. En esos intercambios musicales empezaba a aparecer el blues, el jazz, la salsa. A medida que crecíamos, que íbamos enamorándonos y experimentando los dolores del desamor encontrábamos consuelo en temas como: “Te busco”, “El triste” y “Periódico de ayer”, que también interpretó la Sinfónica.

Nuestra biografía tiene de fondo ese historial de gustos musicales. A través de una lista de reproducción vieja, de nuestra colección de discos o de nuestra carpeta de música olvidada podríamos, sin palabras, narrar una buena porción de nuestra vida. Negarse a disfrutar de Stairway to Heaven —canción que cerró el concierto— porque está muy trillada es como negar a ese joven rockero que alguna vez fuimos, quien la escuchó sin parar durante horas.

Esto fue lo más significativo de esta comparsa de metaleros maduros que desfiló hacia el Salmona para asistir al concierto: el orgullo con el que exhibían ese adolescente que alguna vez fueron —o que no han dejado de ser.

Con muy buen tino el repertorio de la Orquesta Sinfónica de Caldas ofreció variedad para el público que no estaba particularmente interesado en el metal y también para los adultos que ahora somos y que podemos admitir sin vergüenza que disfrutamos también de Juan Gabriel y de Yuri. Valoro sobre todo la inclusión de “El pescador”, una cumbia poderosísima y estremecedora,  -compuesta por José Benito Barros Palomino-, que en la versión de la Sinfónica me hizo vibrar hasta las fibras más finas del espíritu.

Estas canciones que nos han marcado la vida y que hemos escuchado hasta el hastío, extrayendo hasta la última gota de emoción que han podido darnos a lo largo de años, interpretadas por la Sinfónica cobran una nueva dimensión; renovadas y frescas vuelven a impactar el alma como la primera vez, permitiéndonos así recuperar un poco de esa inocencia perdida, la maravilla del descubrimiento musical, el placer irrecuperable de la primera escucha. Gracias, Orquesta Sinfónica de Caldas, por señalarnos a través de la música el camino de regreso al paraíso. 

Quedo a la espera del Crossover sinfónico de los veintes con Miles Davis, Edson Velandia, Tool, Extremoduro y el Cholo Valderrama.

Te recomendamos:

{{ reviewsTotal }}{{ options.labels.singularReviewCountLabel }}
{{ reviewsTotal }}{{ options.labels.pluralReviewCountLabel }}
{{ options.labels.newReviewButton }}
{{ userData.canReview.message }}
SUSCRÍBETE AL Newsletter Revista alternativa

Al inscribirte en la newsletter de Revista Alternativa, aceptas recibir comunicaciones electrónicas de Revista Alternativa que en ocasiones pueden contener publicidad o contenido patrocinado.