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Tubo a Tórax: la sacra rumba en la noche eterna

Texto por: Rafael Santander

Fotos por: Juan David Rivera

Ilustraciones por: Juan Camilo Morales

Lanzada por allá en el 2022, no podemos decir que Tubo a tórax sea una novela nueva, ya no huelen a papel fresco sus páginas que prensadas entre las tapas han venido acumulando polvo de estantería. No, esta, la primera novela del escritor manizaleño Juan Camilo Morales, ya no es nueva, por lo menos vista como producto industrial, menos ahora, en la época de las historias en las redes de veinticuatro horas y al olvido.

No ser nuevo, haber durado más de ese lapso temporal, que las cosas se mantengan al día siguiente, es una especie de vana trascendencia y Tubo a tórax ya va para dos años en los que Juan Camilo continúa promocionando y hablando de la obra, resistiéndose a que caiga en el cómodo silencio este libro que no es nuevo, pero que por sus particularidades estéticas y temáticas, es novedoso y renovador en un proceso de actualización literaria que vienen llevando a cabo los autores jóvenes de la mano con las editoriales independientes.

«Yo quería llevar las cosas a una línea casi del escándalo pero quedarme ahí y evidenciar con eso ciertas cosas: el amor con la madre, con los perros y también con Jesús. O de pronto sí era escandalizar, chévere. Pero también era dejar en evidencia que la gente se escandaliza con algo que pasa todo el tiempo».

Tubo a tórax es una novela que a simple vista parece huérfana, tan ajena a nuestra tradición de contextos rurales, selváticos y exóticos; es una novela poco reflexiva, carente de arrebatos de erudición, sin epígrafes, ni citas textuales, ni alusiones a Borges, ni personajes que han vivido en París ni en Nueva York. En la obra no aparece la plaza del pueblo, ni los campesinos, los narcos, la curia ni los actores armados indiferentes del bando. Apenas aparece la droga, una bolsita, que cumple un papel doble: un deleite de bacanal, un lujo, que a la vez representa los restos del hermano amado por el protagonista.

Este tipo de dualismos excéntricos y de sobreentendidos que hacen equilibrio sobre la línea que separa la puya moral de la vulneración del tabú están presentes en el corazón de la obra. Hay una anciana que se comporta como niña, un sitio de rumba con enfermeras y habitaciones de hospital y hasta un niño que también es un perro y un hombre en cuatro patas, estos son algunos de los elementos que expresan una posición “anti dialéctica”, una aversión a conciliar opuestos, un regocijo señalando la dualidad (o multiplicidad) contradictoria que coexiste en los cuerpos, en los espacios y en las ideologías.

La obra también escapa definiciones y clasificaciones tradicionales, habita en los linderos de lo postmoderno y lo anti-moderno, supera esa tendencia tan latinoamericana del discurrir filosófico para justificar la existencia de la obra dentro de la obra misma, tenemos al frente una novela que no piensa ni reflexiona, sino una obra que «es», una obra que muestra y se muestra y que siendo y mostrándose se justifica.

Como último gesto de generosidad con el lector, es una obra amena en medio de la tendencia al escándalo. Todo gracias a esa actitud lúdica y pretensión de liviandad con la que parece escrita, unido a un sentido del humor cargado de comentarios mordaces que ponen en evidencia nuestra propia banalidad.

Tubo a tórax es un viaje y una fiesta, pero una fiesta con todo lo que involucra, gente y baile, fluidos y olores, deposiciones sólidas, sexo, asalariados, moral, doble moral y, lo más importante, todos esos dolores que queremos olvidar en medio de una noche de desenfreno.

En entrevista con Alternativa, Juan Camilo nos compartió algunas ideas sobre su novela.

Antes de hablar sobre la obra me gustaría clarificar ¿podemos tratar en esta conversación como equivalentes los términos “queer” y “LGBTIQ+”?

Definir trae muchas dificultades porque dentro de cada colectivo se sigue discutiendo. Pero sí hay unas realidades que independientemente de que yo haga parte o no de un colectivo me atraviesan. En mi caso sí puedo decir que soy un hombre y que me gustan otros hombres, que soy gay u homosexual y desde esa posición vivo y también escribo Tubo a tórax. Yo creo que hago parte de la “G” del LGBT, pero prefiero hablar de la idea de lo queer que hace referencia a lo no convencional o no moldeado por la sociedad.

¿Podemos decir que Tubo a tórax es una “novela gay” o “novela queer”?

Podrían ser ambas. “Novela gay” porque el protagonista es hombre, se identifica como hombre y le gustan los hombres. Por otro lado, y en esto me hizo caer en cuenta el crítico Pedro Adrián Zuluaga, es que en la novela el conflicto del personaje no tiene que ver con su sexualidad, los personajes ya no tienen que salir del closet o la salida del closet no es conflictiva, la identidad ya está asumida y no entra en conflicto con la agencia del personaje en el mundo y entonces, como él dice, podríamos afirmar que la obra es post-queer, aunque no la escribí pensando en eso, sino pensando en mi realidad. Nadie se sienta a escribir una novela pensando que va a hacer una “novela heterosexual”.

¿Lo queer es solo argumental o afecta también la estética? Se me ocurren las personas y lugares que tienen varias identidades y que dentro de la novela no se concilian sino que fluyen.

Hay una buena observación en eso del “fluir”. Yo lo pienso, sobre todo, como una cosa del cuerpo. Para mí era importante que el cuerpo y que la piel estuvieran muy presentes, por eso está ahí lo escatológico y también está lo erótico, la relación de los cuerpos, la interrelación entre cuerpos, el erotismo entre madre e hijo y entre hermanos. Por eso aparece, por ejemplo, la fiesta como el lugar en el que los cuerpos se convierten en un solo órgano haciendo movimientos peristálticos, sudando, oliendo y lo mismo está el hospital: por un lado tenemos el cuerpo saludable y por el otro, el cuerpo enfermo.

La pregunta por el cuerpo que es una pregunta de lo queer, que se hace mucho ahora: está lo trans, cambiar de cuerpo, pasar de un lado a otro, y también está el desconocimiento del cuerpo, decirse no binario o sin género, ambas cosas están en la novela pero de forma más implícita.

La estética queer, LGBT o alternativa, responde a unos patrones: el ambiente de la fiesta, las drogas, la sexualidad no tradicional, todo hace parte de su imaginario estético y van mucho más allá del gusto por la gente del mismo sexo.

Por último quería explorar también la relación del protagonista con la madre, una relación conflictiva y amorosa, un poco tensa, también en respuesta a narraciones queer más tradicionales.

¿Cómo es esa forma tradicional y cuál es su respuesta?

Hay una cosa que me llama la atención pero de la que no sé mucho y es el «complejo de Edipo», me atrae esa idea de estar enamorado de la madre. Una amiga escritora comentó que le gustó esa relación entre madre e hijo que presento porque no está romantizada sino que es más natural. Hay una línea a la que quería llegar pero que no quería cruzar y era la del enamoramiento con la mamá, en las narraciones queer la madre siempre está muy presente: en las más tradicionales uno ve, por ejemplo, en las novelas de Fernando Molano, a una madre que apoya o que, por lo menos, no contraría al hijo; por otro lado, en películas como Plegarias para Bobby la mamá es la principal antagonista. Yo quería alejarme de eso.

Aunque usted no se considera un activista, ¿hay intenciones políticas en Tubo a tórax?

Asumir ese personaje y contar esa historia ya es político. Aunque el conflicto no está mediado por la identidad sexual. En la relación con la familia sí hay tensiones con respecto a eso y en ese comentario yo creo que hay una posición política.

Pero también hay una intención de escandalizar, sobre todo con lo religioso. Hay ideas que pueden considerarse sacrílegas, no solo la aparición de las monjas en la fiesta sino también la de Jesús.

Sí, hay una cosa con Jesús, y no sé si esto vaya a ser peor de sacrílego, pero es que la imagen que nosotros tenemos de Jesús, la que ponen en las iglesias, está muy erotizada: es un hombre guapo, semidesnudo, con cara de placer. Y como yo quería mostrar esa relación del personaje con lo erótico también quise incluir la religión. Creo que es la poeta Santa Teresa la que escribe que se siente atravesada por Jesús, me interesa mucho esa poesía religiosa que se puede leer como erótica.

Lo mismo pasa con la mamá, con el hermano y con el perro, todo el erotismo está ahí, pero solo es escandaloso cuando uno lo menciona. Por ejemplo, con mi perro Chester hubo un momento en el que yo pensé eso de nuestra relación: dormíamos juntos, nos sobábamos, me lengüetiaba. Por eso en la novela las cosas cambian de apariencia como el muchacho/perro que es un adolescente que le gusta el sadomasoquismo, que se anda en cuatro patas con un bozal.

Yo quería llevar las cosas a una línea casi del escándalo pero quedarme ahí y evidenciar con eso ciertas cosas: el amor con la madre, con los perros y también con Jesús. O de pronto sí era escandalizar, chévere. Pero también era dejar en evidencia que la gente se escandaliza con algo que pasa todo el tiempo.

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