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Una huerta de escape para sembrar oportunidades

11 vendedoras informales que se ubican en la Plaza Alfonso López en Manizales se mueven entre dos vidas: una llena de carencias y otra de abundancia, proveída por la tierra. Una más oscura y otra variopinta. Una historia que cosecha esperanza en medio de la incertidumbre. 

Texto y fotos: Tatiana Guerrero

Tener una doble vida parece algo propio de espías, superhéroes y agentes secretos. Sin embargo, 11 vendedoras informales de Manizales de carne y hueso desafían este mito. 

6 minutos y 450 metros (a pie) separan a estas mujeres de sus dos vidas. En un abrir y cerrar de ojos, pasan de ser vendedoras de tinto, empanadas, cigarrillos y confites en la Plaza Alfonso López para convertirse en diosas de la fertilidad, a la altura de Démeter (protectora de los cultivos y cosechas según la mitología griega) en la Antigua Terminal de Transportes de Manizales.

En un espacio de lo que hace más de tres décadas fue una moderna terminal, se incuban 17 camas, que funcionan como albergue para los cultivos de ají, tomate, acelgas, cilantro, repollo, pimentón, aromáticas y zanahorias.

Alrededor de los alimentos sucede el encuentro de 4 venezolanas y 7 colombianas, que integran la Asociación de Vendedores Informales de la Plaza Alfonso López y que robustecen la tasa de informalidad de Manizales, que es del 35,3%. 

Claudia Patricia, máxima cabeza de la Asociación, cuenta que las huertas urbanas son unas ruta de escape, que les permite olvidar los vejámenes a los que se exponen en la Plaza, donde permanecen 6 días de la semana, desde tempranas horas, padeciendo las inclemencias del clima, la xenofobia, el rechazo y el drama de ubicarse en uno de los sectores más inseguros de la ciudad. 

“Acá se reúne el grupito y nos olvidamos de los problemas, del día a día, de las malas ventas, del estigma que recibimos”, indica Claudia. 

Su segundo hogar

El día miércoles sus ventas se paralizan en la Plaza. Desde las 9:00 a.m. están listas para comenzar una jornada en la huerta urbana, que se suma a las otras 13 que están localizadas en varios sectores de la ciudad.

Durante 4 horas sus manos gravitan alrededor de la tierra, que corresponde a un abono orgánico preparado por ellas mismas, siembran nuevas semillas, retiran la hojarasca, la maleza e insectos,  desprenden las pequeñas cosechas, riegan las plantas y recolectan los alimentos destinados para su autoconsumo.

Pero también las comisuras de sus labios se extienden para sonreír y conversar con las plantas. Sus manos rozan con las texturas y pieles de las legumbres, sus miradas se pierden ante la proeza de la germinación, no hay tiempo para las duras realidades que enfrentan una vez cruzan la puerta de salida.

“Uno se desahoga allá, cuidamos las plantas, le hablamos a las maticas”, confía Luz María Correa Castro, de  58 años, quien desde hace un tiempo ha soportado las lluvias torrenciales de Manizales, porque su sombrilla se dañó. La misma mujer, que sobrevive con $30 mil diarios, si contó con suerte, o con $13 mil, si las ventas no fueron las mejores.

Mientras tanto, para María Melva Aguirre, oriunda de Chinchiná, los cultivos son un pasaporte al pasado, la conducen a sus orígenes en el campo. “Me he sentido muy bien venir a untarme de la tierrita, porque nosotros antes de venir a vivir en Manizales nos levantábamos en la finca y cultivamos lo que era el tomate, la cebolla, el cilantro, entre otros”.

El retorno a la realidad

Los días siguientes, las vendedoras se entregan a la ordinariedad de la calle. Sus vidas transcurren entre la algarabía del parque, las palabras soeces que repiten algunos habitantes de la calle, los robos, el consumo de drogas, las agresiones verbales, el machismo, la prostitución y el estigma. 

¿Cuánto cuesta un tinto ? – pregunta un cliente que pasa por la Plaza-. 

800 pesos- responde Claudia-

¿El tinto es de oro o qué? Yo no pienso regalarle a usted dinero- señala el señor con un tono agresivo

La mujer no tiene otra opción que defenderse ante los insultos del cliente fallido, que van desapareciendo a medida que se aleja.

Este episodio se repite una y otra vez. “El café está cada día más caro y nosotras no podemos regalarlo”, se defiende Claudia, quien aguanta todo el día a punta de tinto y pan para poder llevar algo de dinero a su casa.

Una alacena sostenible y segura

Durante la última década, en todo el mundo ha crecido el interés por la jardinería urbana comunitaria, una forma de garantizar la sostenibilidad y la soberanía alimentaria en los territorios.

En Manizales también crece esta revolución de una manera silenciosa, pero que cada vez avanza y se apodera de terrenos que antes se reducían a escombros o basureros.

La Secretaría de Agricultura municipal ha estado promoviendo esta filosofía para involucrar a más ciudadanos y acelerar el crecimiento de estas huertas en la capital. Y por qué no convertirla en el Incredible Edible (Comestible increíble) colombiano, una iniciativa que nació en el 2008 en Todmorden, al norte de Inglaterra, donde los ciudadanos cultivan hierbas y vegetales en espacios públicos para satisfacer las necesidades de los habitantes y abastecer a los negocios locales.

Las 11 heroínas no están muy alejadas de estas iniciativas occidentales. En sus cocinas y alacenas ya reposan los alimentos que siembran y protegen cada ombligo de la semana. Sus jardines caseros ya parecen “finquitas”, y las aromáticas que venden en sus negocios despiden nuevos aromas orgánicos, que evocan al campo y la tierra.

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